Coda
Mi participación anterior para Chiapas Paralelo intentó contribuir al inaceptable silencio respecto al futbol femenil en nuestro país, cosa que igualmente se puede extender hacia otros deportes en que muy destacadamente se desempeñan ahora las mujeres. Paola Longoria es un caso excepcional en el deporte de las raquetas, particularmente en el squash, donde ha cosechado triunfos importantes en su carrera y para orgullo de todos los mexicanos, aunque sean realmente muy pocos quienes verdaderamente saben de ella porque los medios brindan escasa atención a ese tipo de juego. Ni siquiera los comentaristas deportivos se fijan mucho en esa actividad frente al apabullante interés que despliegan por el futbol.
Pese a mi intención por reconocer el buen funcionamiento femenino en el futbol en particular, debo admitir que mi oculto y manifiesto machismo me hizo caer en el garlito de solamente mencionar los nombres de hombres deportistas destacados que, infortunadamente, pese a sus días de grandes éxitos, señalaba que algunos terminaban sus carreras o bien en tragedias, o acaso envueltos en escándalos (Diego Armando Maradona) o en el fango más vergonzoso.
Aceptando mi terrible falta, he lanzado ya desde el principio de estas letras con ánimo resarcitorio un breve reconocimiento a Paola Longoria, pero igualmente quisiera externar algunas palabras de desagravio a algunas mujeres destacas en el deporte de las patadas. De manera inmediata puedo decir que algunas futbolistas de aquella legendaria selección nacional que disputó el mundial de 1971 en México, ofrecieron una gran satisfacción a los aficionados que, en la final contra las danésas, abarrotaron el Estadio Azteca. Cómo no recordar a la incansable Peque Rubio, con su diminuta estatura que contrastaba con las europeas, pero con un espíritu combativo que contagiaban a sus colegas y al respetable dejaba al borde del alarido. Cómo no recordar a Alicia Vargas, que en el sobrenombre lleva la insignia de su gran calidad. Por sus lances buscando horadar la retaguardia contraria, era mejor conocida como la “Pelé” Vargas. Bertha Ordoñez, Irma Chávez Barrera y Martha Coronado, son otros nombres de mujeres que en su osadía abrieron el camino para lo que hoy es el futbol femenil en cada barrio y en cada club de México. Una selección que pese a sus triunfos y derrotas (no olvidemos que el 3-0 a favor de las danésas canceló el gusto por algún día ser campeonas) literalmente fueron olvidadas justamente después de su actitud heróica.
Pero mi intención no era solamente reconocer el error sino, además, restituir la falta recordando algunas jugadoras que con todo merecimiento han destacado en ese deporte. En esas estaba cuando ocurrieron la semana pasada dos cosas importantes en el ambiente futbolístico.
Como se sabe, las escuadras del Cruz Azul y América jugaron el viernes pasado y, como ya no se veía en sus último encuentros, terminaron ganando los cementeros por un abultado marcador de 5 a 2; resultado que al dueño del equipo América, Emilio Azcarraga Jean, debió haber puesto al borde del infarto por la derrota. El partido pudo haber sido intrascendente, no así la lengua suelta que a menudo muestra el entrenador, Miguel Herrera, quien después de ser expulsado del partido profirió al cuerpo arbitral dos muestras de su florido lenguaje, puesto que los llamó putos y maricones. Aunque tiempo después Herrera se disculpó a través de sus redes sociales, el mal ya estaba hecho y el escándalo cundió por todo el universo mediático. Cuando los organismos internacionales del deporte y, con tibieza, la propia Federación Mexicana de Futbol trata de distintos modos de detener los gritos homofóbicos en los estadios, los calificativos empleados por guía de la escuadra americanista son por lo menos inapropiados.
Pero me generó un impacto más brutal todavía conocer que un aficionado, después de celebrado un partido entre Tigres y el Houston Dash de la rama femenil, toca uno de los senos de Sofía Huerta, jugadora del Houston y de la selección norteamericana, cuando le solicita tomarse una selfie. Más allá de la vulgaridad manifiesta y lo inaceptable del comportamiento del aficionado, resulta altamente preocupante el grado de impunidad que nos brinda el hecho de saber que no pasará nada y después de un tiempo todo se olvidará. No resulta una anécdota graciosa y mucho menos un chiste que haya que festejar mientras se vulneran de forma tan artera la integridad personal y física de una figura pública. Aunque el espacio mediático y las “benditas” redes sociales hicieron su parte a fin de identificar al agresor, tienden a menudo a diseccionar la realidad y nuestras acciones entre buenos y malos. La condena pública despresuriza las pasiones desbordadas, pero no restablecen la armonía socialmente vulnerada y mucho menos restauran los efectos morales provocados a la afectada. Más nos vale hacernos cargo de esto antes de volvernos unos cavernícolas.
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