Primer Informe de Gobierno (2019): la derecha que suma y resta, y la izquierda en su laberinto imaginario

 

Foto: Agencia

Por María del Carmen García Aguilar

Las percepciones sobre el primer informe de gobierno de AMLO, en el que estuvo ausente el espectáculo mediático y la fastuosidad que le caracterizaba, no deja de visibilizar los imaginarios de una sociedad profundamente fragmentada que perdió el sentido de las fronteras entre lo público y lo privado. Destaca, sin duda, las respuestas de quienes perdieron el poder de privatizar el ejercicio del poder público de las últimas cuatro décadas, a las palabras lapidarias de AMLO en las que sentencia que están “moral y políticamente derrotados”, incapaces de “estructurar una verdadera oposición, que tuviera la fuerza de los reaccionarios de otros tiempos”. Sobre estas declaraciones y las reacciones de los afectados, versa mayormente la producción mediática escrita, hablada y televisada  del informe, obviando la veracidad de existencia de este “gobierno de la economía” y las formas que la han hecho posible, entre ellas, la corrupción política que alcanza niveles nunca vistos, sustentada en un deliberado andamiaje jurídico que paraliza toda sentencia jurídica a sus portadores.

Dado que el Informe resume el ejercicio de gobierno de un año, expuesto día a día en las llamadas “mañaneras”, resulta interesante una reflexión sobre las lecturas previas y posteriores al Informe, en particular la de los intelectuales, académicos, y críticos del hacer político cotidiano de AMLO, reflexión que nos conduce a las formas de interpretar el problema de la construcción de la legitimidad política, desde el campo abierto de las subjetividades y los intereses que le subyacen. Me interesa en particular construir una reflexión sobre las interpretaciones de quienes antaño eran portadores del pensamiento de la izquierda mexicana y que por adhesión ideológica transitaron al paradigma de la democracia, que es formalmente representativa, y de quienes hoy se asumen partidarios de una izquierda radical y crítica.

La primera interpretación gira en torno al fondo oscuro que está detrás del excesivo énfasis en la figura de AMLO y su origen político para, con sentido de sentencia, tildarlo de populista anclado en el pasado de donde emana la sentencia de “mal gobierno”; la segunda reflexión, alude a la particularidad de las lecturas, algo así como “a mí lo mío, lo demás échenlo al mar”, negando de alguna manera la vieja percepción de la realidad social articulada (“totalidad concreta” para Karel Kosik, 1967). Es visible en ese sentido, la poca importancia que se adscribe al vector nodal de la crisis mexicana, referida a la conversión de la política en un campo de mercadotecnia, como la estrategia que explica el tipo de gubernamentalidad de los gobiernos de las cuatro últimas administraciones neoliberales que reactualizaron, bajo nuevas formas,  la dependencia de México con Estados Unidos..

Un tercer campo de reflexión hace referencia a las lecturas que sostienen que el gobierno de AMLO, no está derribando el modelo neoliberal, que sigue bordando, en materia económica, con la reprivatización de los recursos y su despliegue extractivo. Estas últimas lecturas articulan la percepción crítica de los que directa o indirectamente se asumen ser oposición de izquierda.

En alusión al primer campo, la percepción de “populista” del mandatario mexicano, deviene sin duda de un pensamiento que sostiene que el populismo se traduce en el “retorno del Estado” y, con éste, el retorno del “posneoliberalismo”, adscribiéndole a las acciones y práctica populares un abierto sentido de “irracionalidad”. De ahí, ante el reconocimiento de la economía neoliberal, adosado de lo que teóricamente supone ser la “globalización”, se exige, como campo de intermediación política, a la democracia representativa, portadora formalmente de los derechos de libertad e igualdad política.

Este predicamento es propio de los partidarios de la economía capitalista, pero en el pensamiento crítico no lo es, exige torcer y complicar categorías y argumentos que lleven a la reactualización de la discusión del Estado en contraposición con el sentido de las transformaciones de las clases sociales y sus formas de explotación y luchas emancipatorias. México no resiste ni tiene futuro sin unEstado, y sin unposneoliberalismo. El debate de la oposición critica y de la misma izquierda es tarea pendiente, debe iniciar con la comprensión de ambas categorías, incluyendo lo que se está entendiendo por izquierdau oposición críticano necesariamente marxista.

El segundo campo, que hace referencia a la particularidad de las lecturas del ejercicio de gobierno de AMLO opera desde el tiempo de la contingencia, privando un cierto presentismoy particularismo que inhibe la comprensión de las articulaciones en el que la parte opera. Se acercan, pero también se alejan, de un pensamiento posfundacional, que define “lo político” como una práctica social orientada a tensar la política instituida, sin tener el propósito de constituirse en una fuerza política “representable” (Lechner, 1988, 2015), en tanto se asume contingente y acontecimental  (Marchart, 2009). No es un pensamiento marxista, y, su oposición al pensamiento único, no lo exime de una ontología y, con ella,  de la dimensión metafísica, en tanto le exige “una forma de compromiso deconstructivo con el discurso ontológico fundacional (Marchart, 2009). Sin embargo, la percepción y el hacer político de las fuerzas que califican en términos de negatividad el primer año del ejercicio de gobierno de AMLO, no despliegan la fortaleza de la concepción posfundacional, acercándolas más bien al pensamiento posmoderno que clama el “fin del Estado”, el “fin de la política”, en las versiones de la “anti-política” propia de una izquierda de Occidente en respuesta al discurso posmoderno de la derecha, la “antipolítica”, corrientes ambas, que se construyen en el marco de la realidad caótica que hoy definen a las democracias occidentales (De la Nuez, 2013).

El tercer campo de las percepciones, corresponde fundamentalmente a quienes  asumen un pensamiento de izquierda en el sentido estricto del término. El gobierno de AMLO, indican, opera en los marcos del modelo neoliberal, que en su dimensión política se despliega en la democracia representativa portadora de la libertad privada –propietaria- y en la libertad social –consumo-. Es una tesis cierta, y los resultados sin duda están a la vista con la experiencia de los gobiernos progresistas de varios países de América Latina (Trotta y Gentili, 201).

Sin embargo, pensarla y asumirla implica desbrozar problemáticas que son casi fundacionales, cuyo centro pone en juego tanto el problema de la legitimidad política, como al modelo de orden social deseable y posible. No voy a abordar esta complejidad, pero colocándome en el tiempo de la coyuntura política, cifrada en las percepciones del primer Informe de AMLO, intento reflexionarlas en términos de las verdades y los límites. AMLO gobierna a contracorriente, el grado de destrucción institucional y social paraliza cualquier esfuerzo para inhibir su mínima continuidad. El hacer visible esta destrucción del país que desnuda a sus responsables directos, ha desatado una guerra mediática de los poderes destituidos por la vía electoral, incluyendo a los mismos poderes mediáticos y a los selectos comunicadores que desde la palabra legitimaron lo ilegítimo, nombrando desde la mentira lo innombrable. Se suma la permisibilidad de la sociedad no sólo abatida por mercado y el consumo, sino también por el atraco de las masas populares de organizaciones con liderazgos mafiosos que operan tanto la compra-venta de votos, como la denostación de funcionarios “enemigos” a cambio de magros servicios públicos que constitucionalmente tienen derechos.

Esta tarea primaria de limpieza política es una tarea que reclama su urgencia.  Y lo es mayormente para la izquierda de hoy, y para esa izquierda que en su momento clamó el cambio político sustentado en gobiernos democráticos y plurales que permitieron su tránsito a partidos políticos. Y lo es, porque echarle más leña al fuegonos condena, condena al país y a la sociedad que somos, o mejor, que ya no somos. El México de hoy opera desde un Estado posnacional que cede el control de su territorio a poderes privado, diluyendo las fronteras entre lo legal y lo ilegal, entre lo público y lo privado, para una normalización de condiciones alegalesen el seno mismo de las instituciones. La simulación de la vida pública rompió sus límites pero existe desde su ausencia (González, 2014).

Este es el desafío político y su naturaleza es política. AMLO está obligado a jugar con las cartas marcadas, y lo sabe, por lo que el fin que asume (“primero los pobres”) ya entraña límites políticos y fácticos. Mi percepción del Primer Informe es paradójico, pero me queda claro la imperiosa necesidad del debate de las fuerzas sociales, llámese izquierda o democrática, sobre los medios que sin duda son parte de nuestra historia política, pero hoy exigen su discusión.

Referencias citadas:

De la Nuez Iván. “Antipolítica contra pospolítica. en Este País,5 de marzo, 2013.

González Rodríguez, Sergio. 2014. Campo de guerra, España, Anagrama.

Karel, Kosik. 1967. Dialéctica de lo concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y el mundo, México, Editorial Grijalbo.

Lechner, Norbert. 1988. Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política. Chile, FLACSOt

Lechner, Norbert. 2013.Obras IV. Politica y subjetividad, México, FCE/FLACSO

Marchart, Oliver (2009). El pensamiento posfundacional. México, FCE.

Proceso. El estilo personal de gobernar de López Obrador, número 2235, 1º de septiembre de 2019, México.

Trotta, Nicolas y Pablo Gentili (Compiladores). 2016. América Latina. La democracia en la Encrucijada. Argentina, FLACSO, Octubre Editorial, Página 12

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