La primera mirada
Casa de citas/ 448
La primera mirada
Héctor Cortés Mandujano
Quise guardar una tarde en una caja de pañuelos
para que no se ajara
Carlos Pellicer
Es una maravilla el volumen Cartas desde Italia (FCE, 1985), de Carlos Pellicer, con edición, presentación y notas de Clara Bargellini, lleno de obras de arte fotografiadas en gran formato: cada página es una reunión de bellezas. Las cartas de Pellicer (escritas entre julio de 1927 y julio de 1928) son un ejercicio lúdico que le permite ser invitado a comer por los personajes de las pinturas y esculturas, y por los reyes muertos; hospedarse en los palacios que ahora son museos y conversar con los grandes artistas desaparecidos. Divertido, poético, loco.
Desde Milán dice Pellicer (p. 15): “Leonardo es perfecto. Yo tiemblo ante él, ligeramente, como el viento junto a las encinas más altas. Sus manos huelen a cajas de compases y su barba tiene la nobleza de las tardes de Palestina”.
En Padua alguien le comenta, en alusión al famoso cuadro, que san Jorge, “el tal Jorge”, como lo llama (p. 20), “se pasaba la vida dragoneando”; dice también que conoció a Virgilio (p. 22), “ya muy achacoso, y ahí andaba molestando a los vecinos contándoles las sinvergüenzadas del troyano Eneas”.
Llega a Venecia (p. 27): “A las 12 y 90 puse el pie en aguas venecianas”; desde un cuadro lo saludan los colores, a los que dedica líneas muy divertidas; dice, por ejemplo (p. 30), “detrás venían los verdes, de aspecto agrícola y miradas de buey”. Lo invitan a una cena y escribe (p. 34): “No hice una locura sólo porque se corría la voz de que ahí estaba Nuestro Señor Jesucristo”.
Desde Florencia cuenta, a propósito de un cuadro donde está pintada la Emperatriz Teodora (p. 45): “Es putísima y más linda que ver el cielo en los Trópicos”; allí mismo agrega: “Al día siguiente me desnudé y caminé 700 años”. En las cruzadas, dice (p. 54), “hasta los suspiros iban a la guerra”. Hace diálogo entre la Aurora y el Crepúsculo (p. 66): “Son los amantes desoladamente perfectos. La Muerte los vigila con un esmero ortográfico y los ama sin preferencias sexuales”.
En Roma puntualiza (p. 105): “Yo escribo para mi placer personal. Jamás me he ocupado de la gente. No me importa la gente. Es mi único egoísmo. Yo mismo soy mi público, y la gloria y la popularidad me tienen sin cuidado”.
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Romances decidieron nombrar los editores (Random House, 2012) a las que la crítica ha llamado “obras problema”, de William Shakespeare, dado que las ocho aquí compendiadas (Obra completa, volumen IV) que dan cuenta de la producción del llamado cisne de Avón, no corresponden ni a la comedia ni a la tragedia ni a los dramas históricos.
En estas nuevas traducciones (Luis Cernuda, Circe Maia, entre otros nombres célebres) pueden disfrutarse de nuevo “Troilo y Crésida”, “Bien está lo que bien acaba”, “Medida por medida”, “Pericles, príncipe de Tiro”, “Cimbelino”, “Cuento de invierno”, “La tempestad” y “Dos nobles de la misma sangre”.
También llamadas “Comedias sombrías”, las obras contenidas en este volumen comparten una escritura libérrima, donde las vueltas de tuerca no siempre se justifican y el exceso de sucesos a veces casi las vuelven absurdas. Pero estamos ante una pluma maestra y lo mejor es leer con cuidado y aprender. Aquí unas citas.
“Troilo y Crésida” es una suerte de “detrás de cámara” del argumento central de la Ilíada. Nada nuevo dice, salvo los juicios políticamente incorrectos de la amistad entre Aquiles y Patroclo, a los que juzga homosexuales, sin ambages. Patroclo le dice a Tersites (p. 32): “No más palabras, Tersites. Silencio”, y éste le contesta, burlón: “Voy a callarme cuando la perra de Aquiles me lo diga, ¿no?”. Patroclo, más adelante, dice a Aquiles lo que los demás murmuran (p. 64): “Suponen que mi escaso temple para la guerra y el grande amor que me tenéis es lo que os ata”. Tersites no se anda con cuentos y dice a Patroclo (p. 89): “De ti se piensa que eres el lacayo macho de Aquiles. PATROCLO: ¿El lacayo macho, bribón? ¿Qué es eso? TERSITES: Su puto…”.
Tersites, además, resume groseramente los motivos de la guerra (p. 41): “Todo el tema es una ramera y un cornudo”.
Crésida dice un verso delicioso (p. 74): “Paladeo una pena perfecta, hermosa, entera”.
En “Bien está lo que bien acaba”, Paroles trata de seducir a Helena y le dice lo poco importante que debe ser para la mujer conservar la virginidad. Llega hasta lo acerbo (p. 118): “Hablar a favor de la virginidad, es acusar a vuestras madres, lo cual es indudable desobediencia”.
El Gracioso presume a la Condesa tener una respuesta que se adapta a todas las preguntas (p. 136): “Es como una silla de barbero, que se adapta a todas las nalgas, las agudas, las anchas, las fuertes, cualquier nalga”.
En esta obra, por cierto, Shakespeare dice una frase que se hará famosa en “Hamlet” (p. 140): “Todo lo demás es silencio”.
Lafeu, casi al final de esta obra, dice una frase muy creativa (p. 196): “Mis ojos huelen cebollas; voy a llorar enseguida”.
“Medida por medida” repite un efecto usado en “Bien está lo que bien acaba”: una mujer quiere hacer suyo a un hombre y usa a otra mujer para que lo seduzca, lo lleve a un cuarto oscuro y allí el hombre tome a una creyendo que es la otra (lo mismo, por cierto, plantea Rulfo en Pedro Páramo). En “Medida…”, dice Isabella (p. 228): “Si pudieran los hombres arrojar grandes rayos/ como lo hace Jupiter, el dios no estaría/ jamás tranquilo; aun el más despreciable,/ el más pequeño funcionario,/ usaría su cielo para truenos/ ¡y nada más que truenos!”.
Es de “Cimbelino” esta idea (p. 413): “Oh, sueño, mono amaestrado de la muerte”. Un querido amigo, que sabe lo que dice, aconseja nunca abandonar las rutinas, porque podemos caer en el caos; Imogenia, en “Cimbelino”, lo dice en una línea (p. 454): “Quebrándose el hábito todo se quiebra”
Póstumo, en la misma obra, buscaba la muerte y dice (p.478): “Horrible monstruo extrañamente escondido/ en finas tazas, lechos blandos y dulces palabras”. El Carcelero habla de Póstumo, que quiere morirse (p. 485): “Solo quien quisiera casarse con la horca y tener patibulitos con ella tendría más ganas de conocerla”.
En la última obra de este volumen, “Dos nobles de la misma sangre”, dos hombres encarcelados ven a una mujer y quedan prendados de su belleza; en las peripecias, el que la ve en segundo término va a casarse con ella, pero antes de que lo haga es muerto. En el final, Shakespeare vuelve a la idea persistente en varias de sus obras: el amor nace de la primera mirada. Dice Teseo a Palamón (p. 809): “Eras tú quien tenía derecho a la dama,/ porque la viste tú primero y proclamaste/ en ese instante tu ilusión amorosa”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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