Camilo Sesto
Por si alguien dudara de la penetrante influencia de la cultura popular en nuestras vidas cotidianas, el fallecimiento de Camilo Sesto, uno de los grandes baladistas iberoamericanos de todos los tiempos, vuelve a hacer cimbrar eso que en tiempos del capitalismo voraz y la tecnologización de la vida quiere ocultar y hacer invisible: los sentimientos.
Sí, son los sentimientos mudados en cascadas de nostalgias y de tiempos idos. La conmoción por la muerte de Camilo Sesto, comparable con la de Juan Gabriel en México, hace ver el lugar que tienen los supuestos lugares comunes que hacen decir del amor a los artistas y el público hacerlos suyos. Camilo Sesto, se ha dicho ya, es de los pocos artistas populares que son transgeneracionales y por ello irrepetible en la medida de su talento y estilo y, por supuesto, su poderosa voz, que ha penetrado en lo más profundo de los hogares que se hicieron con la televisión de bulbos y radio transistores.
La cultura popular tiene sus propios mitos. Ídolos magnificados hasta la saciedad como caldo de cultivo para la repetición constante del sentido de comunidad, ese refrendo permanente de formar parte de algo, llámese pueblo, barrio, nación, etc. Los/as artistas forman parte de esa élite consagrada a elevar las emociones al límite, por eso son tan queridas y reverenciadas, por eso tan criticados y señalados, y al mismo tiempo, santificados por la cantidad de deseos proyectados en sus personas.
Como cantante, formar parte de una identidad generacional no es cosa fácil, sobre todo por la recurrencia a mantener latente cada canción, cada acorde, cada coro, en cada instante que nos signifique, y eso puede ser doloroso por las referencias, casi siempre escatológicas, a las pérdidas y lamentos amorosos. Hay un chiste entre roqueros metaleros que dice que después de cuatro cervezas siempre cantan a José José y a José Alfredo Jiménez, cuando les da por lloriquear esas cosas del amor proscrito y delirante en empalagosas mieles de romanticismo.
Entonces, se entiende la trascendencia de ese arte. Uno que no tiene límites de tiempo, ni de estilos musicales, ni de clase social, ni una traba de ninguna índole. Por eso Juan Gabriel, José José, Leo Dan, donde quiera que se toquen son lo que son.
Camilo Sesto, el cantante, con una voz privilegiada, español de nacimiento pero internacional por fama e influencia; solo comparable al Divo de Linares, Raphael, pero a la inversa. Mientras éste pavoneaba en el escenario su pedantería (o “chulería” en jerga española), fuera de los reflectores siempre fue de una personalidad tranquila y sin escándalos. En cambio, Camilo Sesto, la suavidad baladista fue lo suyo, pero con una personalidad misteriosa y hasta áspera cuando le cuestionaban su vida privada; casi nunca daba entrevistas y su silencio y pelea por preservar su entorno siempre fue parte de su aura.
No puede entenderse el recorrido artístico de la balada iberoamericana sin los grandes de México, Argentina y España, Camilo entre los mejores de ellos. Su bandera, el amor y desamor a escalas derrotistas pero, al mismo tiempo, lleno de desafíos y promesas, muchas veces inconclusas, de la felicidad total. Tal vez sea esta la fortuna de nosotros, los ibérico latinoamericanos; la fatalidad de quienes, por desgracia, vivimos el amor lacrimógeno, doloroso, siempre con el corazón roto, pero en la loca plenitud de sabernos, algún día, parte del paraíso que ya habita el ahora sempiterno Camilo Sesto.
No comments yet.