¡We want to go!Tapachula, la ciudad carcel para migrantes en México
Por Ernesto Zarco
Desde el año pasado, las migraciones multitudinarias de centroamericanos en forma de caravanas o éxodos migrantes han marcado un proceso de (re) configuración nacional en el fenómeno migratorio. Las fronteras físicas han reforzado sus limitaciones a través de muros o por medio del incremento de personal del Estado para el resguardo de los bordes nacionales (como recientemente en México), pero también han incrementado los requisitos de entrada y, por ende, el control del complejo burocrático-administrativo fronterizo.
Lo anterior genera la diversificación de rutas y destinos para quienes migran en situaciones de precariedad. Por otro lado, también el perfil del migrante ha sufrido modificaciones, ya que se traslada la visión del obrero migrante deseado por la industria, reemplazado por el migrante “ilegal o no oficial” obligado a desplazarse de forma insegura y por lo tanto, a experimentar los recursos insuficientes de la economía informal.
Estas diversificaciones se ven plasmadas en una serie de rutas, las cuales responden a desplazamientos históricos que traen en su interior, como migrantes: formulas, procesos, mecanismos, recorridos e itinerarios compartidos por muchas de las distintas personas que migran hacia los Estados Unidos (en el caso del continente americano). Movilizarse hacia ese país, responde también al histórico deseo del American Dream, proyectado en el mundo entero, el cual sigue seduciendo a los caminantes tradicionales de estos flujos: mexicanos, centroamericanos, sudamericanos, entre otros y cada vez más africanos (anglo/franco parlantes).
Dentro de estas rutas de desplazamientos y el proceso de los itinerarios se encuentra México como una especie de cono o tapón geográfico (como la selva del Darién, en el norte de Colombia), que los migrantes tienen que pasar y sobrevivir, con el fin de llegar a la frontera con Estados Unidos. La frontera sur de México, de manera especial la chiapaneca, se caracteriza por su porosidad, donde se revela que personas de diversas nacionalidades, encuentran en ella un espacio de cruce y convivencia cotidiana con la población mexicana local.
Sin embargo, este espacio fronterizo de México ha presentado por largo tiempo un estado de precariedad económica, sin la capacidad del Estado de atender las necesidades de la población oriunda de ese lugar. Lo anterior, aunado a la llegada multitudinaria de migrantes provenientes no solo de países centroamericanos, sino también ahora de Cuba, Haití y recientemente de africanos, ha puesto a las instituciones de gobierno al borde del colapso en atención a problemas de inseguridad, salud pública, control de la trata de personas, entre otras dificultades comunes presentes en este espacio.
En esta demarcación geográfica del sur de Chiapas, a 45 minutos de los bordes y complejos fronterizos entre México y Guatemala, se encuentra la ciudad de Tapachula. Esta ciudad, es el centro comercial de la región Soconusco y una de las ciudades con mayor movimiento de mercancías en la intra-región centroamericana del norte. A pesar del desarrollo con el que cuenta este lugar, en materia migratoria, tanto en contención como en ayuda humanitaria, ha desbordado la ciudad en cuanto a la capacidades de atención de las instituciones del Estado u organismos internacionales que tienen contacto directo con migrantes. En la actualidad, con los tratados migratorios del gobierno mexicano, producto de la presión ejercida por el gobierno de Trump en Estados Unidos, Tapachula se presenta como una “ciudad cárcel” la cual contiene a solicitantes de visa humanitaria, refugio o protección a través de tramites largos, con resoluciones de negativas absurdas (como el no coincidir nombres en la identificación presentada, con los datos del documento de solicitud ante el INM), lo cual le ha impedido seguir su camino hacia el norte del país.
Aunado a estos procesos administrativos en materia de migración, los migrantes también son victimas de persecución por parte de los cuerpos policiales, de la ahora llamada Guardia Nacional, la policía municipal y estatal, los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) y el ejército. En este espacio fronterizo, las olas de persecución hacia migrantes se han incrementado, a tal manera que parecieran una copia fiel de los procesos de “búsqueda de ilegales” que realiza el servicio de inmigración de los Estados Unidos. Estos cuerpos policiales, no operan solamente a lo largo de la carretera costera de Chiapas, también han irrumpido de manera violenta en los hoteles de la ciudad, coartan la movilidad de los migrantes en el espacio urbano, solicitando papeles y sometiéndolos a la revisión publica.
Estás acciones hablan de procesos de movilidad de las fronteras físicas. Las autoridades realizan a cada cierto punto de distancia y en lugares estratégicos (donde se cree, se concentran los migrantes), “procedimientos” de control migratorio, procesos que nacen de políticas -oficiales o no- arraigadas en modelos antropométricos de las personas. Pues a partir de la introspección física de quien se desplaza y por medio de pensamientos xenofóbicos naturalizados por quien ejerce el poder del Estado, requisan al que parece hondureño, salvadoreño, cubano o negro, con violencia y a la luz publica, ya sea como acto de enseñanza o de ridiculización y escarnio para otros.
Estos otros, son estigmatizados no solamente por ser el extraño, sino que también son señalados como el invasor. Dichas exclusiones, se encuentran diferenciadas por la nacionalidad y el cuerpo de quien migra; es decir, en esta percepción los centroamericanos están íntimamente relacionados con la delincuencia organizada, el narcotráfico y las “maras salvatruchas”; los cubanos y venezolanos por la inestabilidad política de sus países; los originarios de Haití y la India, por la pobreza extrema y, por último, quienes son de África aunque estén íntimamente relacionados con la pobreza y el desconocimiento profundo de la situación que cursan sus países, están relacionados con las enfermedades transmisibles y mortales. El color de la piel, aunado al origen son factores importantes en el trato humano (o no) que reciban quienes migran.
El 17 de agosto, un grupo de migrantes de origen africano, en su mayoría de Camerún, se manifestaron a fuera de las instalaciones de la estación migratoria del INM Siglo XVI, solicitando que el personal de la institución atienda sus solicitudes de visa humanitaria, con el fin de poder transitar por el país hacia la frontera norte y así solicitar asilo al gobierno de los Estados Unidos. Sin embargo, muchos de ellos (como otros migrantes más) tienen alrededor de cuatro meses sin respuesta, aquellos que ya cuentan con resoluciones de su caso, la cual les ha sido negada, debido a errores en la coincidencia de nombres entre la solicitud y la identificación que presentan al momento de la solicitud.
Estos inconvenientes forman parte de una serie de imposibilidades con las que el personal del INM cuenta: falta de sensibilidad humanitaria, desconocimiento de situaciones socioculturales del contexto de origen de quienes migran, falta de traductores o personal que hable inglés, pues en el caso de las personas de Camerún, el idioma con el que se presentan y desenvuelven es éste. Estas situaciones, forman parte del complejo industrial transfronterizo, series de instituciones gubernamentales o no, que a lo largo de los corredores migratorios permiten o impiden el tránsito de personas. Pero que también conforman la extensión y edificación de las fronteras fuera de su espacio geográfico de delimitación.
Estás (re) producciones de las fronteras o limitaciones entre los Estados-nación, se ven reforzadas por otras características simbólicas, como las diferentes formas del español, idiomas distintos al hablante de la región, pero sobre todo, el cuerpo como territorio de diferencias y sus marcas corporales (como el color de la piel), a manera de pasaporte o permiso migratorio.
Es claro que dentro de estas rutas de desplazamientos y el proceso de los itinerarios se encuentra México como una especie de cono o tapón geográfico, pero también a las organizaciones de ayuda al migrante. Si bien el Estado necesita transforma sus operaciones, para actuar con éxito en la atención a los derechos de los migrantes, también urge la pronta atención a los problemas de falta sensibilización por parte de los trabajadores de las instituciones, actualizarles en información contextual de los procesos migratorios globales, humanizar los procedimientos de atención, individualizar las solicitudes. Pero sobre todo, dejar de construir muros imaginados a través de la militarización fronteriza, y también dejar de asumir ser el traspatio del monstruo capitalista del norte continental.
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