El grado cero de la escritura
Casa de citas/ 442
El grado cero de la escritura
Héctor Cortés Mandujano
¿La literatura sirve para algo?…
Tal vez sirva para sufrir menos
Roland Barthes
El grado cero de la escritura, publicado en 1953, es un ensayo clásico de Roland Barthes. Mi ejemplar está editado por Siglo XXI, en 1973. Lo usé para un curso que di hace tiempo e hice muchas notas sin tomar número de páginas, sin casi citas textuales, con interpretaciones personales que pueden, no me eximo, ser excesivas. Hago mi versión para ti, lector, lectora.
Algo así dice Barthes:
La lengua es parte del escritor que nace en un tiempo y en un lugar que lo determinan en su expresión lingüística. Su estilo viene de su recuerdo, de la lengua que ha aprendido, de sus antepasados; su tono lo individualiza, pero lengua y estilo son fuerzas ciegas: las usa sin saber de dónde vienen. Así, el régimen político en que el escritor vive también le da una escritura, y el escritor es sincero y falso de manera consciente e inconsciente. La lengua no la inventó él y tiene que trabajar con ella para ser entendido, para comunicarse.
En el siglo XV, en la literatura “clásica”, el escritor se expresaba impersonalmente; era la suya una escritura de clase, burguesa. Con la revolución, y hasta 1848, no cambió ni el poder ni la escritura (Barthes habla de su natal Francia y los ejemplos de escritores son, también, franceses). Víctor Hugo (1802-1885) fue el único que se salió del estándar, al usar una temática verbal particular.
En los años siguientes surgió en escritor-artesano, que desbasta, pule, talla y engarza su forma escritural. Escribir, cuesta, pero su lenguaje no renuncia a la Historia ni perturba ningún orden, y llega a lo “bien escrito”.
Hay quien dinamita las formas y el lenguaje, pero o crea un canon o llega al silencio: no se entiende, no importa, deja de ser social, y se vuelve un museo lingüístico que sólo leen los “entendidos”.
La escritura blanca (el grado cero de la escritura) se sale de lo clásico y la Historia, del dinamitar las formas, y crea un lenguaje neutro, una ausencia de estilo. Un solo ejemplo, de nuevo: Albert Camus (1913-1960). La escritura neutra recupera la condición primera del arte clásico: la instrumentalidad, es decir, la certeza de que el arte sirve para comunicarnos.
Al final del recorrido se llega al punto en que el escritor habla como un hombre común y lo real parece real. Céline, en Viaje al fin de la noche (1932), es el ejemplo.
La literatura es la utopía del lenguaje.
De otros ensayos, también contenidos en este libro, comparto estas ideas de Barthes:
La obra leída tiene un para mí (los clásicos se escribieron para que los leyera yo) y un para sí (son ideas, monólogos, discursos del autor). La obra leída es anacrónica, sin tiempo. Si leo el Quijote lo vuelvo a escribir, como dice Borges (lo digo yo, no Barthes).
La obra no sólo tiene fondo y forma, sino también estructura.
En “Proust y los nombres” reflexiona:
En busca del tiempo perdido es la historia de una escritura:
A). A partir de las lecturas, se da en el presunto autor la voluntad de escribir; es decir, el deseo;
B). Después, el posible autor ve la naturaleza del mundo y no sabe cómo transformarla en palabras, lo que lo enferma de impotencia, y así nace el fracaso, como segunda instancia de lo que será escritura;
C). Al fin comprende la simbiosis del mundo y el libro: el libro es como el mundo y el mundo es como el libro, y entonces escribe y logra la asunción.
En este mismo ensayo habla de las tres propiedades del nombre propio:
1). El poder de esencialización (designa sólo un referente);
2). El poder de citación (con el nombre se cita a toda la persona);
3). El poder de exploración (el nombre “desdobla” a la persona, lo descifra, lo abre como flor, está cargado de espesor, es un “hojaldre”, una simulación, una fantasmagoría).
Puede entenderse por lo que es (el nombre “Pedro” tiene nacionalidad, género, etcétera) y por lo que no es (la ausencia está en la presencia, el amor en el odio, la paz en la guerra). Al mismo tiempo, el nombre es sólo una palabra suelta, ningún significado, nada.
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La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), publicó La comprensión del cerebro. Hacia una nueva ciencia del aprendizaje (Trillas, 2002), que recoge las conferencias que en Nueva York, Granada y Tokio dieron especialistas en el tema.
Las conclusiones hablan de saberes que ya son certezas (p. 42): “Nuestros cerebros son plásticos: continúan desarrollándose, aprendiendo y cambiando hasta que interviene una senilidad avanzada o la muerte”, es decir, nuestro cerebro tiene condiciones ideales para aprender nuevas cosas mientras vivamos. Durante los primeros años de vida (p. 87) “la sinaptogénesis (la formación de nuevas conexiones entre las células del cerebro)” ocurre de manera natural; después, la plasticidad depende de nuestra experiencia, de lo que hagamos para estimular nuestra capacidad de pensamiento. Aún más (pp. 97-98), “se ha descubierto recientemente que partes del cerebro, incluyendo el importante hipocampo, generan neuronas durante toda la vida”.
Aunque se informa sobre los avances en los estudios sobre la inteligencia (múltiple, emocional), hay también una idea básica (p. 52): “Nuestra ‘inteligencia emocional’ parece más importante para el logro y el éxito que la ‘inteligencia cognoscitiva’ ”; además (p. 82), “el procesamiento emocional puede impulsar o impedir el proceso educativo”.
Me encontré en este volumen un concepto que no conocía y que me dio ñáñaras, dado que soy un hedonista y me resulta difícil concebir la anhedonia, que es la (p. 91) “incapacidad de experimentar placer”.
Dos cosas más. Una (pp. 92-93): “Hay evidencia desde hace mucho tiempo de que la creatividad está muy separada de la inteligencia (uno sólo necesita una cantidad ‘básica’ de inteligencia para ser creativo…)” y dos, es un mito lo de la diferenciación entre izquierdo (inteligencia, ciencia) y derecho (emoción, arte) en el cerebro (p. 103): “El cerebro es un sistema altamente integrado; es raro que una parte trabaje en forma aislada”.
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Aunque amigas y amigos suelen regalarme constantemente cosas, como si cada día mío fuera un cumpleaños, quiero consignar y agradecer los libros que a últimas fechas me han regalado. Mi querida Nedda G. de Anhalt me envió cuatro nuevos sobre Sergio Galindo: Material de lectura de la UNAM (con dos cuentos), las novelas Otilia Rauda y Declive, y su ensayo Allá donde ves la neblina, un acercamiento a la obra de Sergio Galindo; Roger Octavio Gómez Espinosa me obsequió La enseñanza de la retórica grecolatina en la Nueva España durante los siglos XVI y XVII, de José Quiñones Melgoza; Mario Escobar Gálvez me dio en propia mano, en Comitán, el libro de su autoría Los principios estéticos de la creación; Antonio Henestrosa me trajo en obsequio su reciente poemario Fuimos los héroes que nadie nunca quiso; Saúl López de la Torre me mandó su novela (y me la entregó mi amigo Sarelly) Parque México. Historias de petroleros y vagabundos anarquistas; Silvia Roque me regaló el libro que compila ensayos ganadores sobre el tema: Los jóvenes y la democracia: retos y perspectivas para el ejercicio de su ciudadanía, y Juventino “Tito” Sánchez me trajo de regalo la maravillosa novela Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy, que yo quería tener en versión física, aunque ya la leí en versión electrónica. Mil gracias, amigas, amigos.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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