Espejos de agua
Las tardes de verano lluviosas producían efectos mágicos, ésa era la idea que Xóchitl tenía desde su infancia. En realidad, los recuerdos que guardaba en su memoria y en su corazón eran de historias lindas y uno que otro susto, de los que no pueden faltar en la niñez.
Entre las historias gratas estaban los juegos creativos que inventaban con sus hermanos, justo en esas tardes de tormentas, con relámpagos y truenos, donde por instantes se iba la luz y afloraban las historias en barcos en las que ellos eran los protagonistas.
Otras de las anécdotas favoritas eran las salidas al parque con sus tías y primas, luego de un fuerte aguacero solían ir al parque a degustar un helado o una paleta de hielo. También estaban las travesías familiares, en las que rumbo a algún paseo al bosque habían atravesado tramos resbalosos por la lluvia y Xóchitl había caído golpeándose y raspándose alguna parte del cuerpo. Recordaba, ahora como anécdota graciosa, una ocasión que cayó y se pegó un gran raspón, que no solo quedó adolorida sino que tuvieron que llevarla a curar del espanto.
Ésas y algunas anécdotas más le servían de argumento a Xóchitl para encontrar magia en la época de lluvias en verano. Sin contar los charcos de agua que se formaban y el canto de los sapos que deleitaban en esas noches lluviosas.
Justo una tarde de fin de semana de verano, luego de terminada la lluvia decidió salir a caminar al parque más cercano a su casa. Quería contemplar el paisaje de la tarde. Buscó la banca menos mojada, se sentó y observó a su alrededor. El viento comenzó a mecer las hojas de los árboles que dejaron gotear restos de la lluvia. Xóchitl percibió que los árboles estaban alegres por el regalo recibido, sintió ese olor a tierra mojada que tanto le gustaba.
Siguió recorriendo el paisaje con su mirada, se detuvo justo en el charco más cercano, el reflejo del árbol con sus ramas era hermoso, se quedó absorta en esa quietud. Apreció detalles que normalmente no ponía atención por estar en la parte alta de los árboles. Espejos de agua, pensó. Se levantó y comenzó a caminar buscando más charcos, halló pequeños y grandes.
Echó a volar su imaginación, se le vino a la mente que cada charco podría tener una historia para contar. Eran una especie de susurros en el tiempo. Esos regalos que la naturaleza brinda a todas las personas, como los espejos de agua que deja una tarde lluviosa. El canto de los pájaros buscando sus nidos para descansar le hicieron percatarse que la noche se asomaba y era hora de partir a casa.
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