El nuevo “buen gobierno” en Panamá
El día 1 de julio tomó posesión Laurentino “Nito” Cortizo Cohen como Presidente de la República de Panamá. El representante del Partido Revolucionario Democrático (PRD) se impuso en los comicios llevados a cabo el pasado 5 de mayo. De esta manera, el partido nacido al amparo del general Omar Torrijos, en 1979, retomaba el poder después de diez años.
Nito Cortizo no tuvo un fácil camino para obtener el triunfo ya que desde que ganó las primarias de su partido, para ser su cabeza en la contienda electoral, fue acusado de plagiar lemas ajenos y procedentes del extranjero, como el de la “prohibición de robar, mentir y traicionar al pueblo”, tal cual lo había usado el actual presidente de la República de México, Andrés Manuel López Obrador, durante su campaña hacia la presidencia.
Martín Torrijos (2004-2009) fue el último presidente surgido de las filas del PRD panameño; después siguieron dos periodos presidenciales caracterizados por el descontento popular, además de las sospechas y denuncias constantes de corrupción y robo al erario público. Quejas acompañadas de la sensación de impunidad ante los delitos, a pesar de que el último presidente, Juan Carlos Varela, se dedicó a perseguir a la administración de su antecesor, Ricardo Martinelli. Acciones y clima político que condujeron al recién instalado presidente panameño a establecer un Plan de Gobierno con “1 estrella, 4 pilares y 125 propuestas”. La estrella es la educación, siendo el inicial pilar el “Buen Gobierno”, seguido por el “Estado de Derecho”, “Economía que genera empleo” y “Combate a la pobreza y la desigualdad”. Un Buen Gobierno caracterizado, al menos en su deseo, por la planificación, la descentralización, el fortalecimiento de los gobiernos locales y todo ello “sin robar”. Así, la idea de “Construyamos juntos el Buen Gobierno” es la que ha querido transmitir el nuevo gobierno de uno de los países fundamentales para entender el comercio en el mercado mundial contemporáneo.
Tal como en México la Cuarta Transformación se ha convertido en el eslogan retórico fundamental del gobierno de AMLO, parece que en Panamá se impone esa idea de Buen Gobierno que en México resulta bastante conocida, y más en Chiapas, si se toma en cuenta el papel que el concepto ha jugado en la construcción del discurso y los gobiernos del neozapatismo.
Tanto en el caso mexicano, como en el panameño, el buen gobierno se evoca frente a situaciones previas de deterioro institucional relacionado, en muchos casos, con prácticas poco éticas, por decir lo menos, de los representantes de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. En definitiva, se invoca como reacción a condiciones negativas de la vida política y de su impacto en la sociedad, puesto que si se cumpliera con la tarea ética encomendada a las instituciones a través de sus funcionarios tal circunstancia no tendría sentido, ni debería reclamarse, y menos convertirse en uno de los pilares de los proyectos de funcionamiento del Estado y sus instituciones.
Panamá, como ocurre con otros países latinoamericanos, carga con una de las peores lacras de la herencia colonial hispana, la de la corrupción. Frente a ello la apuesta está en la reforma constante del Estado incentivando la participación ciudadana, la rendición de cuentas y, sobre todo, el comportamiento ético de los funcionarios estatales. Una apuesta por el reformismo, frente a iniciativas más radicales que tampoco parece que hayan dado soluciones en América Latina.
Es de desear que el nuevo gobierno panameño tenga éxito en sus propuestas, pero lo que no se debe olvidar es que con los simples slogans no se solventarán las deficiencias institucionales detectadas y sufridas por los ciudadanos.
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