¿El fin de la memoria?
Para quien no ha gozado nunca de una memoria prodigiosa, o simplemente una buena memoria para ser más exacto, no resulta extraño tener que apuntar todo lo que debe hacer, sus pendientes, anotar libros, copiar párrafos para citar, en definitiva, jugar con las herramientas del pasado y del presente para intentar no perder el hilo de las cosas de interés. Por tal circunstancia, no logro domeñar todo lo del pasado aunque haya pasado por mi cabeza. A pesar de ello, en mi memoria están poemas y otras muchas cosas sin las que seguramente podría concebirme.
En las Ciencias Sociales la “Memoria Colectiva”, concepto desarrollado por Maurice Halbwachs y en clara consonancia con los razonamientos expuestos por Emile Durkheim para ubicarla como un constructo social, ha tenido largo recorrido para desarrollarse y ampliarse desde muchas perspectivas; unas que involucran a los individuos y otras preocupadas por su carácter colectivo, y ello sin olvidar su relación con conceptos como los de cultura e identidad. Un largo camino para especialistas y curiosos si lo desean, aunque en estos párrafos se reducirá a una anécdota personal. Un pretexto si se quiere.
En el episodio número 3 de la tercera temporada de la serie Jessica Jones, un producto más de la factoría Marvel reproducida por Netflix, una de las actrices, en su papel de profesora, cuestiona a otra interlocutora cuando le dice: “intenta recordarle la importancia del análisis de la fuga barroca a una sala llena de millennials”. La pregunta lleva implícita la respuesta negativa, la dificultad para hablar de ciertos temas a jóvenes alumnos. Pero qué tiene que ver ello con la memoria? En lo personal no creo mucho en las generalizaciones pero lo obvio es que cualquiera que sea su lugar de nacimiento, los millenials, si se acepta el concepto, participan del poco trabajo de memorización que realizan. Los miembros de esa llamada generación, estudiada ampliamente y con distintas opiniones a través de literatura especializada, sí comparten el haber nacido desde los años 80 del siglo pasado hasta principios del nuevo milenio. Al mismo tiempo, y ese es su rasgo más característico, son coetáneos al surgimiento y uso de las nuevas tecnologías digitales, mismas que facilitan la comunicación y el acceso a ingentes informaciones y de forma inmediata.
La anterior circunstancia no puede ser deplorada, puesto que todos somos usuarios de esas nuevas tecnologías, pero provoca cuestionamientos como el que se hacía George Steiner en una entrevista efectuada cuando tenía 88 años, en el año 2016, y publicada en el periódico El País. Con el titular de “Estamos matando los sueños de nuestros niños”, el pensador se quejó de la actual educación, en relación con la poesía, porque “es una fábrica de incultos y que no respeta la memoria”, y ello debido a que “no hace nada para que los niños aprendan las cosas de memoria”: “El poema que vive en nosotros vive con nosotros, cambia con nosotros, y tiene que ver con una función mucho más profunda que la del cerebro. Representa la sensibilidad, la personalidad”.
Alegato a favor de la memorización pero que no tiene que ver con un ejercicio automático, el relacionado con el aprendizaje de listas de presidentes de la República, o héroes nacionales, por ejemplo, sino una memoria unida a la condición de “animal hecho de memoria” del ser humano, como señala el antropólogo Luis Díaz Viana en su libro Narración y memoria… Una condición propia de la cultura, de su carácter constructivo. Memoria que al mismo tiempo de ser cimiento de la historia personal, se constituye en historia, en historia colectiva. Así, conocer, analizar, y también memorizar “la fuga barroca” debe entenderse como un camino, un trayecto con muchas direcciones y sin el cual la cultura solo sería un terreno yermo.
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