Chiapas, la otra migración
En la trilogía que B. Traven dedicó a Chiapas (La carreta, La rebelión de los colgadosy Tierra y libertad) aparece el indígena que, forzado, abandona su casa para trabajar en San Cristóbal, Comitán, Zapaluta, la Costa, en las fincas cafetaleras del Soconusco o en las compañías madereras de la Selva.
Aquellas migraciones internas, obligadas por enganchadores y apoyadas por el Estado con policías, según denunciaba el misterioso Traven, se han multiplicado; solo que ahora los enganchadores se han transformado en pobreza, expulsiones de carácter religioso y social, deseos de movilidad y otras tantas motivaciones personales.
Tzotziles abren espacios para la venta de flores, frutas y verduras en los diferentes municipios de Chiapas; tzeltales trabajan como albañiles y peones en construcciones particulares y en carreteras; tojolabales se insertan en el servicio y en el comercio; lo mismo sucede con zoques y lacandones. Hombres y mujeres, familias enteras, dejan sus casas, para encontrar posibilidades de desarrollo en otras partes de la entidad. Claro, muchos se van a otros estados o al norte.
No solo migran los indígenas. También cambian de residencia los mestizos. Vivimos en una sociedad que se ramifica por todos lados, pero los indígenas, que fueron obligados primero, ahora son punta de lanza en una dinámica migración interna, de esa que vemos poco, pero que existe.
En la primera mitad del siglo XX, la zona de los Los Altos se convirtió en una verdadera fábrica de peones asalariados, ha escrito con precisión el doctor Daniel Villafuerte, porque el Soconusco vio de súbito incrementarse el número de hectáreas dedicadas al cultivo del café, las cuales pasaron de siete mil a 27 mil en menos de 50 años. Para la siembra y la cosecha de este grano, así como del cacao, se necesitaba un “ejército de jornaleros”, y ahí estaban los indígenas para alistarse, los cuales fueron sustituidos después por jornaleros centroamericanos.
A partir de los sesenta, diversos conflictos vinculados a la tenencia de la tierra, a veces disfrazados de cambios en las prácticas religiosas, empujaron a muchos indígenas a migrar a la Selva Lacandona. Fue un éxodo hacia la conquista del trópico dominado antes por las compañías madereras que con tanto celo criticara B. Traven en La rebelión de los colgados.
Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, San Cristóbal de Las Casas, Comitán y Ocosingo, los centros poblacionales más importantes, fueron receptáculos de migraciones internas, tanto de indígenas como de mestizos, así como de migrantes de otros estados.
A mediados de los cuarenta, el periódicoExcélsiorpronosticó que Tuxtla albergaría para el año 2000 a unos 24 mil habitantes. Y daba cifras: en 1910 había 12 mil 600; en 1930, 15 mil, y en 1940, 16 mil. En 1948, el periódico local El Heraldo, con las proyecciones de 1947, que era de 19 mil 585 habitantes, se aventuraba a vaticinar que la población tuxtleca en realidad sería de 46 mil habitantes, y no de 24 mil, como lo había afirmado Excélsior.
Julio Farías ofreció otra cifra: 60 mil habitantes. En realidad, el periodista pudo haber agregado un cero más y haber acertado con el número mágico de 600 mil personas que se movían por la zona metropolitana del valle central a principios de este siglo.
Lo que ha engrosado las poblaciones de las principales ciudades chiapanecas ha sido, por supuesto, las migraciones, tanto internas como regionales, y a esa también hay que echarle un ojo, y una mano, en estos momentos de flujos continentales.
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