Cada que amanece
La alarma del reloj sonó a las 5,30 de la mañana, Rosalba la apagó, deseaba dormir un rato más pero era hora de iniciar su jornada. Era mitad de semana y tenía un par de escritos que revisar para corrección de estilo. Soñolienta se levantó de la cama, prendió el calentador y se preparó el té que degustaba antes de comenzar a cocinar el desayuno.
Tomó su taza preferida, se sirvió el té y se sentó sobre un tapete para beberlo poco a poco, estaba calientito. Siguió bostezando, mientras el té hacia su efecto de despejarle el sueño y ponerla en acción. Le apeteció dormir otro ratito más, en eso estaba cuando el canto de gallos en diferentes planos le hizo recordar que había amanecido y debería avanzar en sus tareas.
El trinar de los pájaros era otro de los regalos que solía escuchar acompañado del coro que hacían los grillos. Luego de bañarse se dispuso a preparar su desayuno y mientras lo hacía se percató que el sueño se había despejado con el baño. Es ahí donde recordó que lejos de desear dormirse nuevamente después de sonar el despertador, cada día que amanecía era oportunidad de disfrutar un nuevo día de vida.
Cada que amanece Rosalba suele escuchar un sin fin de sonidos que conforman el paisaje sonoro de las mañanas, además de los gallos, pájaros y grillos no pueden faltar los perros vecinos que ladran en diferente tonalidad, pone en práctica el sentido del olfato detectando la serie de olores que resultan de entrar a la cocina y hacer el desayuno.
Cada que amanece alza la vista al cielo y lo contempla mientras se da la tarea de regar sus plantas y platicar con ellas, se apresura a hacer una breve rutina de ejercicio que le permite mover todo su cuerpo y darse cuenta que es una persona muy afortunada en poder hacerlo.
Cada que amanece trae a su mente a todas las personas que están en su corazón y por las que hay razones para seguir caminando en la vida; se da el tiempo de observar a algunos animales pequeñitos como hormigas o insectos que se asoman por las rendijas en la casa y forman parte de lo común y desapercibido en el trajín diario…
Apagó el fuego de la estufa, se sirvió el desayuno, mientras su mente seguía repasando el innumerable caudal de sorpresas que deparaba para ella cada que amanecía. El olor de los plátanos fritos preparados y el sabor del queso crema que solía ponerles le hizo disfrutar más sus alimentos, al tiempo que con más sentido resonaba la frase ‘cada que amanece’.
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