Zompopo, chicatana, cizín y nucú
Para mis amigos Abel, Mario, Marco y Tony.
[1ra de siete partes]
Abramos con este texto de Balam Rodrigo, proveniente del poema Ceiba Verde: “Tú que conoces los secretos de la selva./ Tú que penetras los jugos de la tierra./ Dame su fuerza,/ dame el secreto de la ceiba./ Voy a ponerte en agua de sal./ Voy a ponerte en el comal./ Voy a ponerte en mi tortilla…/ Pido permiso para comerte./ Voy a tomar tu aliento./ ¡Ay, hermanito pequeño!/ Voy a tomar tus alas/ para volar por la noche” y es que… fue a mis nueve años cuando supe con claridad por primera vez, todo el rollo asociado al nucú, al zompopo y a la chicatana.
Fue en La Concordia, mientras estudiaba la primaria en el Colegio Fray Bartolomé de Las Casas. Ese fin de semana, Joel Robelo y yo, muy de mañana nos vimos en mi casa, observamos lo que ocurría en la calle y nos pusimos a pepenar todo el nucú de la cuadra… incluyendo el de los resquicios de puertas, ventanas, banquetas y un barranco. Recuerdo que levantamos hasta los animalitos que flotaban en los charcos, pues seguramente había llovido por la madrugada.
Corría el año 69 o setenta. Las monjitas del Colegio no tenían idea de las hormigas aludas; menos acerca de que se comían. Y en las calles, al medio día, aún seguían vivas, deambulaban las hormigas culonas,como también las llamábamos; especialmente en las calles alumbradas por los focos de las esquinas, en el parque central y en la iglesia del Señor de las Misericordias, las tres áreas más iluminadas del pueblo. Pocas eran las personas que solían recogerlas, entre ellas la familia de Joel, amigo de la infancia y del Colegio.
Era —así lo comprendo ahora— el pueblo de las orillas, la gente campesina, o acaso los más desventurados y pobres, quienes, desde la madrugada, durante las primeras lluvias, entre mayo y junio, recogían los bichitos y se deleitaban con ellos. El resto se lo comían los pájaros, las gallinas, los guajolotes y hasta los cochis, que en ese tiempo correteaban al aire libre.
Primera experiencia
Pero entonces, doña Fausta mi madre, repetía lo que seguramente había aprendido de sus padres y abuelos sobre el sompopo: que se alimentaban de las inmundicias de los puercos, burros, caballos y vacas, y lo peor: que venían del panteón, en donde vivían entre los difuntos podridos, entre las tumbas, y se alimentaban del ceso de los muertos.
Quiss y Cizín eran los nombres con que conocíamos en el pueblo a estas hormigas, debido a la influencia indígena de los pueblos ubicados del otro lado del Grijalva: San Bartolo, Pinola, Socoltenango, Tzimol y Chicomuselo. Por ello doña Fausta decía que los quisses y las cucarachas eran comida, sólo de indios y de animales. Y que nos iban a salir gusanos por los ojos y las narices si las comíamos.
De todos modos, en esa ocasión me escapé a la casa de Joel; a la de su mamá-Arabela, que así le llamaba, y allá los preparamos. Lavamos con agua el montón que recogimos y les pusimos sal y quizás limón dentro de un balde. Doña Arabela, mientras tanto, ya tenía el comal de barro a punto sobre los tenamastes y el fuego. Con una cuchara grande echaba los sompopos al comal, los movía igual como mi madre tostaba el café o el maíz para el pinole, y los soplaba para eliminar las alitas desprendidas por el calor. Luego los trasladaba a una vasija y así hizo o “hicimos”, hasta que no quedó ninguno de los insectos en la cubeta.
No recuerdo almuerzo más apetitoso y exquisito, fuera de mi casa, por esos años: tortillas recién hechas a mano, chilmol simple, de jitomates y chiles rojos pasados al fuego; cada quien su ración de zompopos y un pocillo de café; bien que lo tengo en la memoria. Y eso que doña Fausta, desde ese tiempo (y hasta la fecha), tenía lo suyo para cocinar: manos finas, destreza y buen gusto.
Madrugada junto al panteón
Tiempo después, cuando por fin conocí Tuxtla en 1972, confirmé lo que don Manuel Robelo y doña Arabela, padres de Joel, nos contaron a ambos: que el cizín es el animalito con más nombres sobre la faz de la tierra. Que es saludable y riquísimo “pues por eso lo comen en Tuxtla, en Tapachula y hasta en la ciudad de México”. Que era altamente demandado por la gente. Que las canasteras lo vendían a buen precio en mercados y calles y… todas esas cosas que los bien nacidos en la tierra —se supone—, deberían saber de memoria, aunque ello no es cierto, bien que lo sabemos. Y menos ahora en tiempos de ultramodernidad, razón por la que compartimos lo que sobre el asunto entendemos.
Once años más tarde, luego de estudiar la Universidad en San Cristóbal y tras habernos establecido formalmente en el barrio de San Roque, perfecto logro recordar cómo una madrugada rumbo al trabajo, descubrí lo que ya me habían contado…
Que, desde la Quinta Sur Oriente hacia el crucero de la Chapital, del cielo encendido por las luminarias públicas, descendían por millares (o quizá millones) las chicatanas, pues sobre toda la Octava Oriente junto al panteón municipal, llovía nucú y llovía en abundancia. Mientras tanto, una familia extendida o quizás dos o tres, sobre la calle del cementerio, gritaban: “¡Está saliendo nucú! ¡Está lloviendo nucú!”. Y recogían las chicatanas como si fuesen basura junto al pavimento. A punta de escobas de palma, debajo de las farolas, niños y adultos barrían el piso. Hacían montones con las hormigas, y con sus manos las metían a los baldes llenos de agua…
Siempre recuerdo esa visión. Las arrieras reinas saliendo de sus grutas oscuras para ser fecundadas por los machos, e inmediatamente relaciono las hormigas aladas con los panteones, aunque hoy de modo ecuánime, sosegado. Es natural que las madrigueras más extendidas se encuentren ahí, dada su permanente vegetación y tráfico disminuido; además de que las colectas más rentables siempre resultan las que se hacen junto a jardines, plazas, parques, bosques, áreas enmontadas y camposantos, precisamente.
Retroalimentación porfas. cruzcoutino@gmail.com
Excelente crónica, Doctor. Recuerdos que tenía como 6 años cuando salíamos con mi abuelita, mi mamá y a mis hermanitos a agarrar nucú. Era muy divertido, todavía me tocó ver las calles llenas de gente agarrando a chicatanas. Actualmente, no he visto mucho movimiento en las calles de Tuxtla para atrapar nucú. Del lado sur oriente de la ciudad, sobre el libramiento sur hacia arriba, casi no salio. Espere un par de madrugadas y no se asomo ni una hormiga. Quiero pensar, que por las fumigaciones que se han estado haciendo contra los mosquito, se ahuyentaron.
Saludos, Doctor.