Verde al natural
Las noches lluviosas habían comenzado. Rebeca tenía visitas que venían de otro estado y ante la incesante lluvia habían decidido permanecer en casa y salir hasta el siguiente día. Una de las propuestas para la noche lluviosa fue conversar y dejar a un lado los celulares. Todos estuvieron de acuerdo.
El viento soplaba fuertemente y las gotas de lluvia caían con gran fluidez. Josué, uno de sus amigos visitantes comentó que el olor a tierra mojada era un deleite que pocas veces había en la entidad donde vivía, una zona desértica y por ende, muy calurosa.
Rebeca no tardó en destacar que su ciudad aún contaba con áreas verdes muy bonitas. Una de ellas era un parque ubicado en el lado oriente. Actualmente el parque era una zona delimitada, tenía andadores y áreas específicas para hacer deportes como futbol, básquetbol, también para correr y en su interior había vegetación diversa, entre ella distintos árboles frutales.
-¡Qué gente tan afortunada!, señaló Marta, la hermana de Josué.
-Y yo soy más afortunada aún- dijo Rebeca.
-¿Y eso por qué?, preguntó Josué.
Con un tono entre entusiasta y nostálgico, Rebeca relató que en su infancia solía jugar en el área del ahora parque. Antes era una zona más extensa, sin nada que la cercara. Solo había un área muy grande, con árboles frutales. En ese tiempo parecía como una de las partes más alejadas del centro de la ciudad y correspondía a un rancho , propiedad de una tía suya.
Si los árboles hablaran, mencionó Rebeca, darían cuenta de lo feliz que fui en mi niñez, conociendo el espacio, corriendo, jugando, cortando frutas con mi familia. Los árboles de mango eran los que más abundaban.
Entre sus vagos recuerdos, aparecían también imágenes de caballos y gallinas, que habitaban en el rancho, así como las visitas que ella solía hacer con su familia.
Rebeca jamás imaginó que ese espacio se reduciría con el paso del tiempo, cuando su tía vendiera la propiedad. Y menos que se convirtiera en un parque. Aún con la reducción de ese espacio, continuaba siendo una especie de oasis o de pulmón en la ciudad al que se podía tener acceso de manera gratuita.
Marta y Josué escuchaban atentamente el relato de Rebeca. Mientras, ella enfatizaba que cada vez que solía pasar por el parque no podía evitar recordar las imágenes en su niñez con mucho verde al natural.
La lluvia fue cesando y el viento dejó de soplar, al tiempo que Marta y Josué decían a Rebeca que al día siguiente uno de los lugares a visitar era el parque al que había hecho referencia.
La hora de dormir había llegado, sería una noche fresca, arrullada por la magia que provocan las gotas de agua que caen.
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