Situando a la Cuarta Transformación

Andrés Fábregas Puig/CIESAS

Es importante situar a la llamada “Cuarta Trasformación” con el propósito de comprender qué quiere decir y cuál es su lugar en la periodización histórica de México. Desde sus discursos iniciales, el autor de esta propuesta, el Presidente del País, Andrés Manuel López Obrador, habló de que había tres transformaciones anteriores de México: la Independencia, la Reforma impulsada por el Presidente Benito Juárez y la Revolución iniciada en 1910. Al asumir Andrés Manuel López Obrador la Presidencia de la República, se iniciaría la “Cuarta Transformación” sin más adjetivos. La alegata del Presidente de México es que el principal problema que afrontamos es la corrupción, sobre todo pero no únicamente, en el sector público, por lo que, se colige, la “Cuarta Transformación” consiste en desterrar la corrupción. Es sencillo el argumento y nada difícil de entender. Pero, vistas las críticas al gobierno actual y la opinión no sólo de sectores de la sociedad sino aún de intelectuales y científicos, conviene hacer un ejercicio de reflexión para situar a esta llamada “Cuarta Trasformación”.

En las ocasiones en que Gonzalo Aguirre Beltrán, el insigne antropólogo veracruzano, teórico del indigenismo latinoamericano, discutía con los estudiantes de antropología allá  por los años de 1960-1970, insistía en que la primera transformación de la sociedad mexicana, había ocurrido justo con el advenimiento de la Independencia. En ese momento crucial del siglo XIX, ocurrió que emergió México como un Estado Nacional, lo que significaba un cambio profundo en la situación colonial anterior, a la que se agregaba otra transformación no menos importante: el paso de una “sociedad de castas a una sociedad de clases”  según expresión del maestro Aguirre Beltrán (ver: El proceso de aculturación, México, UNAM, 1957. Existen varias ediciones posteriores de esta obra, entre otras, la que se encuentra en la colección de las Obras Completas de Aguirre Beltrán en el Fondo de Cultura Económica). En ese momento, la transformación ocurría en dos planos: en el político con el advenimiento del Estado Nacional y en el social, con la transformación de la estructura y la organización sociales del nuevo país: se dejaba atrás a una sociedad basada en las castas (recordemos que en el imaginario castellano y criollo había 50 castas, algunas con nombres tan singulares como “ahí te estás”, “salta para atrás”, “lobo”, etc), y se pasaba a una estructura de clases, dentro de la cual, los pueblos indios ocuparon el peldaño más bajo.  En los tiempos de Benito Juárez ocurren transformaciones, no en el orden social, no en las relaciones de clase, sino en el plano político: a través de las Leyes de Reforma, el Estado Nacional se afianza separando a la Iglesia Católica del Estado. Sin duda, una transformación política importante. Más todavía, al expulsar a los franceses del territorio nacional y fusilar a Maximiliano en el Cerro de las Campanas, junto con los conservadores Miramón y Mejía, Juárez y el pueblo de México en formación, derrotaban al colonialismo de nuevo cuño que se forjaba en aquellos años. Muy importante momento: el Estado Nacional se constituía como la única fuente de poder legitimado para ejercer la administración pública en el país, diseñar la política exterior y la interna para el “desarrollo” además de ser el único organismo con la capacidad legal para ejercer la fuerza cuando ello fuese necesario. Además, las Leyes de Reforma, le quitaban las propiedades al clero, incluyendo a grandes latifundios, pero también suprimían la propiedad corporada de las comunidades indígenas, en favor de la liberalización de la propiedad y la creación de un mercado interno, para fortalecer a la economía política capitalista.  No pudo Juárez imponer el despojo a las comunidades por el problema social que significaba y ni siquiera Porfirio Díaz llegó a aplicar las Leyes de Reforma como estaba previsto. Juárez y el círculo de políticos liberales en el poder, pensaron, además, que había que fortalecer a la Nación, no sólo al Estado, creando una sociedad nacional a través de homogenizar la Cultura. Proceso de suma complejidad, sin duda, que sentó las raíces del después llamado “indigenismo mexicano” que no discutiré en este texto.

José de la Cruz Porfirio Díaz Mori (ver los excelentes volúmenes sobre la biografía de Díaz publicados por su bisnieto, Manuel Tello Díaz. Van hasta el momento dos tomos publicados), cerró el acceso al poder de las clases medias emergentes, permitió la consolidación de grandes latifundios, consolidó un mercado interno, construyó la red ferrocarrilera más extensa que se ha construido en el país e internacionalizó la economía. Clausuró el proceso democrático de elegir al gobierno del país consolidando una dictadura que duró 30 años. Pero el proceso de formación de una clase media en México no se detuvo. Las mismas medidas de desarrollo impulsadas por la dictadura de Díaz, propiciaron la emergencia de esa clase media y su fortalecimiento. De ese proceso resultó Francisco Ignacio Madero González-hacendado de Parras de la Fuente, Coahuila- y la posibilidad de articular a los movimientos locales y regionales de protesta en un gran movimiento nacional estallado en 1910, la Revolución Mexicana. Fue la primera gran revolución del siglo XX. Es más, si nos situamos en la perspectiva de Eric Hobsbawm, de los “ciclos largos” y los “ciclos cortos” en la Historia, la Revolución Mexicana significa el fin del Siglo XIX y el inicio del Siglo XX. O, dicho de otra manera: la Revolución Mexicana de 1910 abrió el siglo XX, prolongado cronológicamente hasta 1910. La otra gran revolución del siglo XX ocurriría en Rusia siete años después: en 1917 con Lenin a la cabeza (Ver: los libros de Eric Hobsbawm: Historia del Siglo XX; Un tiempo de rupturas; ¡Viva la Revolución! Sobre América Latina, editados por Crítica, Barcelona). La Revolución Mexicana volvió a empujar los cambios en el plano social y el plano político. En el social, fortaleció al campesinado con la Reforma Agraria y a las clases medias con el fortalecimiento de un mercado interno. No tocó a la economía-política del capitalismo, al contrario, la consolidó. En el plano político instauró el cambio sistemático de gobierno a través de las elecciones, permitiendo con ello lo que Vilfredo Pareto llamó “la circulación de las elites” en el poder (ver: Vilfredo Pareto, Tratado de Sociología General, editado varias veces en diferentes casas editoriales). Sin duda, los cambios impulsados por la Revolución de 1910 son esenciales en la historia del país, pero no tocaron a la economía política capitalista. Es decir, la condición de las relaciones de trabajo en México, se siguieron rigiendo por los principios estructurales capitalistas.

La Cuarta Transformación y esto hay que tenerlo muy claro, no busca substituir a la economía política capitalista, ni la transformación de la condición concreta del trabajo social, ni, por lo tanto, el advenimiento de un nuevo tipo de sociedad en México. Lo que busca son cambios en el plano político, instituyendo una administración pública alejada de la corrupción, desterrar el patrimonialismo político (un verdadero lastre en la administración pública mexicana) y “adecentar” el capitalismo, mitigando, que no suprimiendo, la pobreza. Busca fortalecer el mercado interno y a las clases medias así como “modernizar” al orbe indígena. No es poca cosa lo que se propone. Es un complicado proceso el que pretende no sólo poner en marcha sino consolidar, asegurando los cambios electorales en la “circulación de las elites” en el manejo de los asuntos de Estado. Y es en el terreno de lo que se propone a donde deben dirigirse los análisis que incluyen las perspectivas que desataría un proceso como el descrito. Tratar de adjudicar otros propósitos a la “Cuarta Transformación” desvirtúa el análisis científico y nos conduce más bien a discusiones ideológicas. Buscar un cambio radical en la concepción y manejo de la administración pública no es poca cosa y levanta, como lo vemos a diario, la reacción de los intereses afectados. Por otra parte, no hay señal alguna que indique la voluntad de erradicar a la economía política capitalista y es obvio, a las relaciones sociales en torno al trabajo que la caracterizan. El proyecto, según lo vislumbro, se apoya en un nacionalismo de tipo cardenista, como carta eficaz para negociar con el imperio y mantener el apoyo de la sociedad. Tiene una cierta razón de ser esto último: Lázaro Cárdenas representó una manera de pensar al país que tuvo una amplia aceptación en México (Ver: los excelentes volúmenes sobre Lázaro Cárdenas que ha publicado Ricardo Pérez Monfort, historiador que labora en el CIESAS). En breve: se trata, en la Cuarta Transformación, según concluyo de escuchar,  observar y reflexionar lo que sucede, de consolidar un capitalismo nacionalista-si tal cosa es posible-desterrando la corrupción en el manejo de los asuntos públicos y con ello, el sentido patrimonialista del ejercicio político en México. Ese proceso se supone que fortalecería a las clases medias, provocaría la mitigación de la pobreza, introduciría procesos “honestos” en el sector privado y permitiría un desarrollo como el que presentan países capitalistas que tienen controlado el proceso inherente de corrupción que caracteriza al capitalismo.    

Lo anterior es un resumen de lo que percibo acerca de la “Cuarta Trasformación”. Por supuesto, los acontecimientos venideros nos dirán si ello es como lo planteo. Coincido con quienes piensen que lo aquí expuesto es esquemático, pero debe verse como una propuesta y no como una verdad inamovible. Después de todo, es la reflexión lo que caracteriza el ejercicio de las ciencias sociales, que, no debemos olvidarlo, se constituye de disciplinas empíricas que arrancan la reflexión de los datos proporcionados por la realidad misma.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 2 de junio de 2019.

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