La Copa de Oro o vasija de peltre
Algo no cuadra bien en el horizonte. El mejor jugador del mundo está jugando en Sudamérica. Lionel Messi, capitán de la selección de Argentina, afronta la prensa internacional y, preocupado, dice asegurar el pase de la albiceleste a la siguiente ronda. Brasil golea a Perú y lo hace con toda la plantilla de sus superestrellas futboleras, además de mostrar su histórico jogo bonito, ya casi olvidado últimamente para el scratch du oro. Uruguay, rankeada como una de las diez mejores selecciones del mundo en los últimos años, despliega lo que sabe hacer y brinca a la fase de cuartos de final casi sin sobresaltos. Pero en el otro extremo del continente, México apenas le gana a Martinica y se celebra como si en realidad hubiese ganado algo. Algo no está bien.
Lo diré con mucho respeto: ¿alguien sabe exactamente donde queda Martinica? Hasta yo sé que es una isla del caribe, pero no hay liga de futbol profesional, ¿o sí? Ahora lo digo sin respeto. Resulta que nuestra selección nacional se enfrenta en un torneo llamado Copa de Oro con países que son de bellísima geografía natural, pero no saben un carajo de futbol. Que conste que la altisonancia discursiva es para aquellas “grandes mentes” mercantiles que hicieron posible la semejante idea de cambiar el torneo más importante de Latinoamérica por jugar con países del caribe, donde no hay, ni habrá jamás, una tradición futbolística.
Vamos a ver: se supone que en un torneo profesional te enfrentas con rivales que sabes que, incluso perdiendo, algo sacas de la experiencia. Aprendes, pues. Es el llamado fogueo deportivo; no puedes saber tus alcances si no mides con tus iguales, de eso se trata el futbol y por supuesto cualquier deporte de competencia internacional. Entonces, qué enseñanzas dejará jugar contra equipos que sabemos de antemano somos superiores simplemente por tener una liga y ellos no. Es una cuestión de lógica elemental, a menos, claro, como siempre ocurre en nuestra Federación Mexicana de Futbol, haya “oscuros” intereses más allá del futbol mismo. Lo que quiere decir dinero, mucho dinero de por medio, elemento extra deportivo que vuelve locos a los empresarios nacionales cuando ven como diamante en bruto al representativo nacional.
¿Por qué debemos de asombrarnos de ello si el futbol profesional mexicano es de la iniciativa privada y lo que quieren es dinero? Ya lo hemos dicho antes en estas líneas. En primera, porque la selección se vende como representativa de toda la nación y, por tanto, no debe ser tan solo de unos cuantos, esos mismos que se adjudican el derecho de hacer y deshacer el tricolor. La lógica es que, si hablan en nuestro nombre, entonces podemos opinar al respecto; al fin y al cabo es nuestro patrimonio ¿o no es eso lo que nos venden en la publicidad y el enorme mercado que se abre cuando juega futbol el país? En segunda, porque después esos mismos mercenarios de lo mercantil lloriquean porque no ganamos el “quinto partido” y nos proponenad nauseamque seamos parte de la desdicha deportiva como seña identitaria (y vendible desde luego): “no fue penal”, “Rafa Márquez pierde el control”, “Dios quiera nos vaya bien”, “Guardado salió lesionado”, “el entrenador no sabe”.
Resulta un tanto patético ver un Uruguay-Japón y todo el despliegue de garra y de fuerza en el que ha sido, con mucho, el mejor juego de la Copa América, comparado con las celebraciones de los goles que México le propinó a Cuba. Fueron 7-0. Y si, no fue béisbol –donde Cuba es potencia mundial- sino futbol soccer.
Las celebraciones están de más porque no hay nada por festejar. No tiene sentido hacer los refuerzos anímicos cuando un gol, de verdad, no te cuesta mucho. O no debería de costar, más bien porque contra la isla paradisiaca de Martinica, México sufre y por poquito no gana. 3-2 y apenas.
La Copa de Oro se hizo a modo para que México la ganara y tuviera en sus arcas un trofeo internacional que le diera algo de dignidad en la zona de CONCACAF, la más débil de todas en el mundo, según la FIFA (Norteamérica, Centroamérica y el Caribe). Uno de los argumentos para que México desistiera de participar en la Copa América (por cierto, invitado permanente en nueve versiones del torneo), la competición más antigua del mundo, tiene que ver con las ganancias que deja el producto de la selección nacional. Hace poco un alto directivo del futbol decía que en Sudamérica no hay mercado para México y nadie ve el torneo; en cambio, en Estados Unidos, país sede de la Copa de Oro, México juega de local y vaya donde vaya los estadios están a tope de connacionales que viven allá. Resultado: ganancias totales a costa del futbol, a costillas de la calidad y la técnica, la que debería ser cotejo para no vernos menores cada vez que aspiramos a algo en el futbol.
¿Alguien ve la Copa de Oro? No lo creo. Pero ni siquiera importa si el México deportivo está expectante de otro ocioso triunfo en un torneo a modo. No, lo que sí interesa es el dinero verde, a raudales, a manos llenas, para llenar nuestra incertidumbre futbolera y quitarnos algo de culpa cuando a un lado de nuestro territorio el mejor jugador del mundo toca su balón y piensa su jugada. Algo no cuadra bien en el horizonte.
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