Entre lluvia y hormigas
La lluvia no había cesado. En la tarde habían salido las anunciantes que indicaban que esa noche-madrugada llegarían las visitas esperadas de la época, las hormigas grandes, los nucús o chicatanas como solían llamarle en algunas regiones de Chiapas.
Gertrudis durmió profundamente, el olor de la tierra húmeda y el sonido de la lluvia la habían arrullado. Al día siguiente se percató que su premonición era cierta, los nucús habían salido, habían recolectado y ahora la familia haría el proceso de preparación para cocinarlos.
La labor fue en colectivo, las tareas se repartieron, desde quienes se habían encargado de recolectar, de remojarlas en agua con sal y la parte que pocos querían, estar frente a la estufa moviendo de manera constante para una cocción previa a la final.
Gertrudis pidió apoyar en una labor que no se había percatado cuán importante y ardua era, ayudar a quitar las alas a los nucús después de la primera cocción. El proceso parecía sencillo, solo mover y soplar hasta que no quedaran alas en los nucús.
Inició con un recipiente que le dio su mamá, era su primera ocasión. Comenzó moviendo el refractario, luego removió con una de sus manos para ayudar a retirar las alas. La parte más divertida y de mayor esfuerzo fue soplar muchas veces para quitar las alitas. Gertrudis soplaba lo más fuerte que podía, vino a su mente el cuento de los tres cochinitos y el lobo feroz, en uno de los diálogos el lobo mencionaba – soplaré y soplaré y tu casa derribaré-. Gertrudis intentaba soplar con mucha fuerza, lo hizo en varias ocasiones para que las alas desaparecieran. Repitió el proceso anterior de acuerdo a cada refractario que le llegaba, fueron alrededor de cuatro. Le resultó tarea dedicada y con esfuerzo.
Posteriormente, se ofreció a participar en la cocción final, el secreto era mover continuamente y con cuidado, hasta que los nucús quedaran en el punto deseado, doraditos o previos a dorar. En la familia de Gertrudis gustaban el sabor dorado, no quemado. Estuvo solo un ratito en esa labor, la relevó su mamá.
Cocinar los nucús tiene su chiste, pensó Gertrudis. Le encantaba degustar nucús pero cuando estaban preparados. Era un esfuerzo que iniciaba desde su colecta hasta el cocinarlos, sin duda implicaba tiempo, esfuerzo y el gusto por hacer la actividad. Ahora comprendía mejor por qué en los mercados una medida de nucú, era de alto costo, eso sin contar que las queridas hormigas cada año solían verse menos en la temporada de lluvias.
El trabajo en colectivo rindió frutos. Se sentó con su familia a disfrutar unos tacos de nucús, con tortillas calientitas, acompañados del paisaje sonoro de pájaros, gallinas y ladridos de perros en segundo y tercer plano.
Mirando hacia los árboles aún mojados, Gertrudis musitó, entre lluvia y hormigas, bienvenido seas junio.
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