El delirio
El gobierno de la república ha emprendido una campaña a fin de salvar a PEMEX. El esquema básicamente consiste en sanear la empresa, dotarla de mayores recursos e impulsar algunos proyectos de reahabilitación de refinerías y la creación de al menos una que, en este caso, se trata de Dos Bocas, en el estado de Tabasco. En el fondo, no sólo se pretende dejar de importar las gasolinas que, como ha dicho el presidente, nos salen muy caras traerlas desde el exterior pudiéndolas procesar en nuestro país. También, se trata de que la industria insigne de todos los tiempos vuelva a ser el soporte para el desarrollo del país. Salvo que haya información que no conocemos la mayoría de los mexicanos, lo que pretende hacer el gobierno federal con la apuesta, casi un acto de fe, por el petróleo es convertirlo de nuevo en el cuerno de la abundancia para hacer detonar los proyectos de desarrollo que tiene planeado aplicar, con el propósito de abatir las condiciones de desigualdad y pobreza reinantes en el país.
No está mal que la federación nos ofrezca ideas y propuestas de lo que pretende hacer para mejorar, en general, la economía del país promoviendo la inversión en sectores estratégicos. Sin embargo, las cosas pueden no ser tan claras si la óptica desde la cual se observan esos proyectos de inversión se concentra no tanto en nuestras supuestas reservas de petróleo, sino en el tema de la energía como fuente que moviliza prácticamente todos los sectores productivos.
Se sabe que la producción de petróleo ha empezado ha descender desde hace algunos años. Apenas el años pasado, la Comisión Nacional de Hidrocarburos informaba que las reservas probadas de petróleo apenas y alcanzarán para los próximos 9 años. Dicho en otros términos, aun habrá petróleo para lo que resta del presente sexenio y acaso la mitad del siguiente. Si a esto agregamos que existe un entorno mundial de precios bajos de los energéticos, el tema comienza complicarse todavía más.
Otros países que son grandes consumidores de petróleo, como China o la India, por ejemplo, sin duda resultan beneficiados en un contexto internacional de precios bajos de los energéticos. Más aún, otras naciones desarrollan proyectos y programas ambiciosos con el fin de obtener fuentes de energía alternativas, de modo que pueda superarse la dependencia de los combustibles fósiles.
Frente a los riesgos que significa la energía nuclear y el fin de los hidrocarburos, otros países nos llevan la delantera tanto en la investigación, como en la implantación de modelos sustentables y amigables con el medio ambiente. Algunos países europeos, como Alemania, por ejemplo, aunque todavía es dependiente de la energía nuclear, llevan años de investigación en la diversificación de fuentes de energías limpias, como la solar y la eólica.
Si partimos de la condición muy ordinaria de que el petróleo está presente en los artefactos y bienes que usamos en la vida cotidiana, la apuesta del gobierno de la república parece correcta de inyectar la mayor cantidad de recursos posibles a fin de garantizar que PEMEX continúe la extracción y procesamiento de petróleo, de tal forma que esto beneficie a la mayoría de la población. En efecto, una reactivación de la industria no solamente es sinónimo de prosperidad material sino, además, puede estimular el empleo y reactivar la maltrecha economía del país.
Pero la industria del petróleo está acompañada por varios jinetes del apocalipsis que al menos generan incertidumbre y convierten las ilusiones en expectativas demacradas por el exceso. Porque eso fue lo que nos dejó nuestra condición de país petrolero, una propensión a dilapidar los recursos que se consideraban inacabables y una actitud delirante cuando se pensaba que no había límites a los deseos, tanto que hasta un presidente se le ocurrió decir que necesitábamos administrar la abundancia. Las prácticas derivadas de semejantes modos de pensar penetraron hasta en el más modesto hogar de la familia petrolera revolucionaria, de modo que obtener una plaza en el sector era sinónimo de una prosperidad asegurada. Tales condiciones permitieron no sólo aspirar a tener una vivienda digna, atención adecuada en los sistemas de salud de la propia petrolera mexicana, educación para los hijos y hasta contar con vehículo propio.
Se suma a este caudal de beneficios, la menos gratificante inclinación al alcoholismo y su asociación estrecha con la prostitución. La época dorada de recursos sin límite en la otrora pujante industria petrolera nacional, permitió también la proliferación de “segundos o más frentes” que alimentaba el ego machista.
Si los deseos resultaban incontenibles, el desperdicio y la obscena corrupción que casi siempre caracterizó a la industria petrolera mexicana nos perjudicó a tal grado que, como decía un candidato, podía resultar menos negativo que “nuestro oro negro” permaneciera en el fondo del subsuelo. Si el petróleo es de la nación, por simple deducción lógica algo de ello pertenece a cada ciudadano y prócer de la república y, por consecuencia, debían obtener algún beneficio; parecía suscribirse en cada acto o discurso celebratorio.
El sindicato convertido en agencia de empleo, cuyos líderes resultaban magnánimos con sus agremiados, resultaba más un modelo organizativo de corte mafioso y que muchas veces dirimía sus conflictos mediante la violencia, que una genuina forma de representación de los trabajadores. Más aún, el sindicato llegó a tener tal poder que no sólo podían desafiar al presidente, sino de imponer alcaldes y contar con su propia bancada en la Cámara de Diputados. A menudo el sindicato tenía más recursos monetarios que los propios municipios, de tal forma que disponía del dinero suficiente para impulsar obras sociales, con lo cual no sólo desplazaba a las autoridades electas sino que ejercía prácticamente un control absoluto en esos espacios.
Para acabarla de amolar se dejó crecer el famoso huachicoleo, otro de esos horrores del apocalipsis que ahora vivimos. Esto constituye la apoteosis de lo que siempre ha ocurrido en la empresa y fuera de ella. El país como tajada. La desgracia de Tlahuelilpan, en Hidalgo, expresa con crudeza el horror frente a la tragedia y el dispositivo social que se activa en momentos en que el panorama se aprecia desolador.
Por otra parte, la presidencia nos informa que la licitación para construir la refinería de Dos Bocas fue declarada desierta porque las compañías concursantes no pudieron garantizar la entrega de la obra al 4º año de este gobierno, como tampoco se ajustaron el presupuesto. Por lo tanto, la refinería será construida por el propio PEMEX y es posible que en la paraestatal exista el personal capacitado para llevar a cabo semejante proyecto. Sin embargo, haciendo a un lado lo oportuno de una obra como esta frente al fin del ciclo del petróleo, es inquietante saber que se intenta sanear una empresa prácticamente quebrada, con pasivos importantes por un régimen de jubilación y una sangría fiscal que tiene postrada a la paraestatal. ¿Vale la pena la apuesta?
Sin comentarios aún.