Diccionarios y diccionarias
Casa de citas/ 432
Diccionarios y diccionarias
Héctor Cortés Mandujano
Mi amigo Roger Octavio Gómez Espinosa me regala dos libritos, que son sendos discursos de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua: Elogio de la impureza, de Ignacio Padilla, y Pompas fúnebres, de mi admirado Hugo Hiriart.
El primero alude constantemente a Cervantes y el segundo (UNAM-Academia de la Lengua, 2017), del que me ocuparé, a distintos tópicos de la literatura griega, de la Ilíada, principalmente. Habla Hiriart de cómo Homero toma la decisión de “matar” a Héctor (pp. 16-17): “El arte impone sacrificios: el poema exige que Héctor muera, y a Homero, de seguro, no le tembló la mano. Con sentimentalismos no se llega a nada en literatura, Héctor muere”.
Aquiles mata a Héctor, porque éste no sólo mató a su amado Patroclo, sino además se puso su traje de guerra, el que Aquiles había dado en préstamo a Patroclo. Los griegos hacían honras funerarias o pompas fúnebres, sacrificando animales. Aquiles incluso mata a 12 adolescentes para ofrendarlos a los dioses. Cita Hiriart (p. 32): “Aquiles decapitó –dice Simone Weil– doce adolescentes troyanos en la pira de Patroclo con la naturalidad de quien corta flores para una tumba”.
[Virgilio Ortega, en Palabrología (Planeta, 2014) dice algo curioso acerca de Cleopatra y Patroclo. Cleopatra viene (p. 162) “de kles y del griego pater, padre, la ‘gloria de su padre’, ¡y también Patroclo, que, a pesar de invertir el orden de las palabras, significa exactamente lo mismo, ¡gloria del padre!”.]
En la respuesta de Diego Valadés al discurso de ingreso de Hiriart, cita al propio Hugo (p. 52): “El tiempo […] consiste en una sucesión de presentes, de ‘ahoras’, y aun de ‘ahoritas’ y ‘ahorititas’ ”.
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Muy en tema griego, sigo mi lectura con El arte de amar (se publicó hace más de dos mil años, mi ejemplar es de Porrúa, 2015), de Ovidio, con consejos para ganar y retener el amor de mujeres (dos capítulos) y de hombres (un capítulo).
En La vida de Brian (1979), del grupo humorístico inglés Monty Phyton, que es una parodia de la vida de Jesús, los reyes magos llevan al niño Dios oro, incienso y mirra. La virgen, en la voz y cuerpo de uno de estos geniales cómicos, no entiende qué es la mirra. Pide que si vuelven a ir no le lleven eso. Ovidio explica quién fue Mirra (p. 14): “Mirra amó a su padre, no como debía amarle una hija, y convertida en árbol, oculta su crimen bajo su corteza, y hoy nos sirven de perfumes las lágrimas que destila el tronco oloroso que lleva su nombre”.
Habla de la experiencia con sutileza poética (p. 35): “La cierva cargada de años desde lejos ve los lazos peligrosos”.
Dice Ovidio de sí mismo (p. 45): “Soy el poeta de los pobres porque amé siendo pobre. Y como no podía brindar regalos, pagaba con mis versos”.
Hace tiempo hice una Casa… donde hablaba de los personajes que han bajado al infierno en vida, pero no incluí éste del que habla Ovidio (p. 69): “Anfiarao descendió vivo a los infiernos sobre sus briosos corceles”.
Un piropo a la mujer (p. 70): “La virtud es femenina por el traje y el nombre”.
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Los exaltados, una de las dos obras de teatro que escribió Robert Musil, se publicó en 1921 (mi ejemplar es de Sexto Piso, 2007) y se representó por primera vez, sin autorización del autor y con un previsible fracaso, en 1929. La obra es muy larga y, como muchos narradores, Musil no tenía experiencia teatral, de modo que, más que la trama, lo importante de la obra se centra en las reflexiones. Y hay muchas en Los exaltados.
En las notas para el montaje, dice Musil (p. 11): “Todos los personajes de la obra son hermosos, no importa cómo se interprete esto”.
Dice Anselm, uno de los personajes (p. 37): “Los ojos son manos que uno no se lava en toda la vida; así conservan la sucia costumbre de tocarlo todo”.
Dice Regine (p. 76): “Ya sea que mintamos o no, que seamos buenos o que nos perdamos: hay un propósito para lo que somos, algo que jamás podremos formular correctamente”.
Thomas (p. 133): “El enigma más humano de la música no es que sea música, sino que con ayuda de una tripa seca de borrego ésta sea capaz de aproximarnos a Dios”.
Stader hace un largo monólogo, de donde tomo esta idea (p. 154): “El que los amantes se digan siempre las mismas cosas, es algo conocido. En el verano aumentan los embarazos, en el otoño los suicidios”.
Casi en el final dice Thomas (pp. 174-175): “Uno simplemente va errante. Hostiles te resultan todos los que siguen su camino definido, mientras que tú te encuentras en el mundo en la imprecisa peregrinación del espíritu”.
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Aunque no contesta con suficiencia la pregunta que da título al libro, ¿Para qué sirve la poesía? (Siglo XXI, 1999), de Agustí Bartra (selección y presentación de D. Sam Abrams), es una excelente muestra del talento analítico de este poeta español que vivió en México.
El libro contiene prólogos (el que hizo para La espiga amotinada y varios más), conferencias, charlas, ensayos. En el que da título al volumen, dice Bartra (p. 19): “Me fascinan los diccionarios. Nunca se ponen de acuerdo entre ellos, pero se copian, se reflejan, se fusilan impunemente sin ni siquiera juicios sumarísimos. Y profetizo que llegará un día en que se casarán: porque habrá diccionarios y diccionarias”.
Sobre el tema central dice (p. 22): “Creo que de cada millón de versos que se escriben novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve son malos, es decir, innecesarios”.
El libro contiene muchas anécdotas sobre poetas. Un ejemplo (p. 63): “Federico García Lorca estaba contemplando las estatuas caídas que el sol empezaba a iluminar, cuando un cordero descarriado comenzó a pacer cerca del lugar donde se encontraba el poeta. De repente, cinco cerdos negros se arrojaron sobre el cordero y en algunos minutos lo despedazaron y devoraron, ante el poeta inmovilizado de espanto y lleno de horror…”
El poeta Miguel Hernández estuvo encarcelado. Le escribió a su esposa (p. 73): “Hace varias noches que han dado las ratas en pasear por mi cuerpo mientras duermo. La otra noche desperté y tenía una al lado de la boca. Esta mañana he sacado otra de una manga del jersey y todos los días me quito boñigas de la cabeza. […] Esto es lo que hay de nuevo en mi vida: ratas. Ya tengo ratas, piojos, pulgas, chinches, sarna…”
Bartra escribió como si fuera Quetzalcóatl y dijo (p. 105): “Digo que tres son las cosas sagradas: la tierra, el espíritu y el cuerpo. La tierra se toca con los labios, el espíritu se escucha con la sangre y el cuerpo es un cielo que se acaricia con la mano…”
Hay la idea de que los millonarios tienen que cuidarse de todo, desconfían de todo. Por eso, escribe Rimbaud (p. 215): “¿Vivir? Nuestros lacayos lo harán mejor que nosotros”.
Y Bartra cita a mi adorada Emily Dickinson (p. 242): “Abrid la golondrina y encontraréis la música”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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