Leyenda del Cerro de La Señorita
A Victor Manuel y Maricarmen Gómez
Puees… de muchachito lo queescuché fue que aquí, por estas montañas… más allá del Cerro de la Vaca, llegando hasta el Cerro de La Bola, hacia el otro lado, hacia el Oriente […], en el tiempo de las haciendas, tiempo de Nuestra Señora y Dolores Jaltenango, por el rumbo de estas fincas, llegaron a caballo varias personas, y entre ellas una muchacha bonita, una señorita que se perdió por ahí con todo y caballo y […] por eso es que con el tiempo a todo este montañal le pusieron la Montaña o el Cerro de la Señorita…
Pero eso pasó hace mucho, muchísimo tiempo. A mi me lo contó mi papá que vivió más de noventa años, cuando yo ya era viejo. Y él decía que se lo contó su abuelo pero… la historia es de más antes; de cuando las antiguas haciendas; de cuando estas haciendas eran de los frailes y… dicen que eran administradas por particulares. De ese tiempo es esta historia.
Pero entonces mi papá me contaba que en esos tiempos, no los de ahora sino los de hace muchísimo… a la finca vino una familia que vivía en San Cristóbal o en Comitán. Venían como de excursión y de paseo. O de vacaciones. Que llegaron a dar precisamente aquí, en lo que ya era San Felipe Cuxtepeques, y que de aquí, uno de esos días —me imagino que era tiempo de secas— en compañía agarraron caballos, se fueron montados, pero además, llevaban bestias con carga, con ropa para dormir y comida, y demás cosas [de equipaje]. También llevaban gente.
Iba el encargado, el administrador de la finca, un vaquero que conocía los entrecijos de todo ese montañal… montañal en ese tiempo, aunque… ahora también hay algo de pino, ocote y roble, pero lo que más hay son rocas y piedregales. Entonces en esa compañía… como de recreo —paseo por la montaña—, como para ver desde arriba y dominar todo lo que se ve [hacia lo que es hoy La Concordia y Jaltenango] y más allá… Ahí iban ellos y, de la familia ésta, que vino a visitar, creo que iban el papá, un muchacho —talvéz el novio— y la muchacha, la señorita esa que… cosa rara en esos tiempos, montaba muy bien y le gustaban esas cosas de salir, caminar y cabalgar. Conocer, descubrir, y esas cosas.
Se fueron. Y es seguro que como partieron de San Felipe, [hayan] pasado por Nuestra Señora, por Dolores Jaltenango y talvez [por] otras haciendas de esos tiempos, en donde pasaron a comer o a pasar la noche. Hasta que al segundo o tercer día ya comenzaron a subir [a] la montaña y [entonces] ¡Desaparecen los lugares conocidos! Subieron a la montaña y… ya estando allá arriba, talvez [tras] varios días de camino, llegaron hasta el Cerro de La Bola. Ahí [acamparon], frente a una gran cueva que dicen que se ve, algo más abajo, como a unos 200 o 300 metros, teniendo un gran zanjón de por medio. Vervigracia: como si fueran dos cerros y en este nos quedamos y desmontamos los caballos, y descargamos las mulas. Y en frente se ve el otro cerro, donde se ve la entrada como una grieta. O como una puerta.
Es la cueva en donde de por sí, hasta hoy, dicen que de repente salen y se oyen cantos de gallos o de chachalacas, o rebuznos de asnos o gritos de animales. Es el mismo lugar en donde [a algunos se les ha aparecido] un gallo gigante con sus patas y espolones grandes, como del tamaño de las patas de los toros. Gallo colorado, fino, con su cresta igual, roja, pero imagínate el tamaño… Aunque bueno, el chiste es que llegaron hasta ahí esa tarde, hicieron fuego, levantaron su toldo o enrramada, ahí durmieron y, efectivamente, escucharon por la madrugada, rebuznos y cantos de gallos, como si estuvieran cerca de algún pueblo o ranchería.
Al otro día, temprano, la muchacha se alistó, igual que el joven que los acompañaba, almorzaron y se treparon a sus cabalgaduras. Dijeron que iban a bajar por el zanjón o la encañada, [que iban a intentar cruzar], llegar al otro cerro y acercarse a la boca de la montaña. De donde salían esos ruidos o sonidos como los de un pueblo… Se supone que el papá —contaba mi padre, como te vengo diciendo— le tenía confianza a su hija, además de que seguramente la quería un chingo. Así que ordenó que a corta distancia los siguiera uno de los muchachos de trabajo, montado igual en un caballo.
Bajaron, se perdieron de vista, y ya el muchacho no escuchó su trote. Ya hasta por la tarde, como a las dos o tres, ahí regresó el mozo con la noticia de que los había perdido y que, aunque había rodeado todo el lugar tres veces, no aparecieron, ni volvió a escucharlos para nada. ¡Pero cómo jijuelachingada los vas a perder —dijo el papá al mozo— si clarito te dije que fueras atrás-atrás, precisamente para que no se perdieran!
Se pusieron todos de acuerdo y va pa’bajo nuevamente. Llegaron del otro lado, estuvieron en frente de la cueva, la entrada del cerro y… ya iban de regreso cuando escucharon el grito del joven, compañía de la muchacha, aunque todo golpeado y sin caballo. Dijo que su montura resbaló hacia abajo, que el caballo se mató, que perdió el sentido, que cuando volvió en sí, a duras penas había llegado hasta ahí y que no sabía nada más. Que la señorita igual, se había perdido.
Y eso es todo. Se quedaron ahí, en el Cerro de la Bola [varios días], hasta que aguantó la comida. Varias veces salieron a buscar a la muchacha, aunque nunca más supieron nada de ella… Buscaron e hicieron ocote para ver en la obscuridad. Se dieron valor y entraron una vez a la cueva, y le gritaron pero nada. Ni huellas de la muchacha ni del caballo ¡Se los tragó la tierra!
Ya de ahí, cuando varios días después regresó la compañía, la noticia se conoció en todas las fincas. Se supo que en el cerro se había perdido, que había desaparecido la señorita de Comitán y es así que desde ese tiempo, todo ese montañal le dicen y le decimos el Cerro de La Señorita. Aunque la verdad hay varios cerros arriba, varios ni tienen nombre […]. Yo lo que creo es que por audaz o por atrevida, ahí en la montaña… podría ser que haya provocado al Encanto que decimos, que… que el Encanto se adueñó de la señorita por sus encantos.
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