El caos primitivo de la noche

Casa de citas/ 430

El caos primitivo de la noche

Héctor Cortés Mandujano

 

En “Residencial Los Pinos”, de Rubén González Garza (Tramoya, Antología, Tomo II, 1991, Universidad Veracruzana), dice Chole, una señora de vecindad (p. 171): “¡La educación se mama, por si no lo sabían!”. Le contesta Tomasa: “Pos qué mamona estás ahora”.

Me gustó también como Chole se refiere a los gays. Son (p. 167) “homosensuales, comadre, homosensuales”.

 

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Sus largos título y subtítulo anuncian su contenido: En el sur la marca de su mano. Los albores poéticos de Rosario Castellanos en la prensa de Chiapas (Coneculta Chiapas, 2016), de Yolanda Gómez Fuentes. El pequeño volumen reproduce y analiza los poemas que Rosario publicó en el periódico tuxtleco El estudiante, entre 1942 y 1949, y en el comiteco Acción, de 1945 a 1948.

En el análisis que hace Yolanda de los poemas de Rosario la mira está puesta básicamente en dos instancias: a). la apropiación de un discurso poético que la va apartando poco a poco del lugar común, y b). el cambio paulatino de los valores imbuidos en las mujeres por la sociedad patriarcal (silencio, espera del hombre, maternidad como finalidad básica, etcétera) al discurso de una escritora en donde el valor intrínseco no está en el género y el sexo reproductivo, sino en el “ser humano y libre” que propone uno de sus famosos poemas posteriores.

Los poemas analizados recorren de los diecisiete años de Rosario hasta que, en 1948, ya es la autora de por lo menos una plaquette y un libro: Apuntes para una declaración de fe y Trayectoria del polvo, respectivamente.

Hay conocimiento e inteligencia en el trabajo de Yolanda, su libro es muy recomendable.

Isla Pasión. Foto: Mario Robles

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Todo aquel que no sabe gobernarse

arde en deseos de gobernar a los demás

Goethe,

en Fausto

 

Creo que la primera vez que leí el Fausto, de Goethe, fue en la adolescencia. Lo habían traducido y pasado a prosa y omitieron las rarezas del original. En el imprescindible canon que propone Harold Bloom me hallé con varios datos olvidados del clásico alemán y decidí leer de nuevo aquella vieja historia.

La leí, pues, en su versión de guion teatral (de imposible puesta en escena, por supuesto) y con una notable traducción al verso, a cargo de Pedro Gálvez, con que fue construido en sus dos partes (Unidad Editorial, 1999, El Mundo, Las 100 joyas del milenio). La primera publicada en 1808 y la segunda veinte años después. El título de esta columna es un verso dicho por la Helena de Troya en la ficción de Goethe.

Su síntesis es muy conocida: Dios y Satanás conversan y éste (como en la historia del bíblico Job) pide permiso al creador para tentar al que Dios considera un hombre bueno. Y así, con carta blanca, se le aparece Mefistófeles al protagonista sabio y alejado del mundo, que tiene de suyo algunos líos con entender la Biblia para traducirla al alemán (p. 56): “Pues bien, escrito está: ‘En el principio era la palabra’. ¡Ya aquí tropiezo! ¿Quién me ayudará a seguir?”.

Mefistófeles ofrece cumplir sus deseos a cambio de su alma y Fausto sella el trato con esta declaración (p. 72): “Si llegase a decirle a ese instante ‘¡detente, eres tan bello!’, podrás entonces cargarme de cadenas”.

Mefistófeles no se engaña con las apariencias. Dice a Fausto (p. 75): “Tú eres, a fin de cuentas… lo que eres. Ponte pelucas de millones de rizos, calza en tus pies coturnos de una vara de alto; seguirás siendo siempre, sin embargo, lo que eres”.

Fausto es tocado por el sentimiento avasallante del amor (Goethe, se sabe, se enamoró de muy viejo de una jovencita, sin ser correspondido) y no sabe diferenciarlo de su contraparte (p. 206): “¿Es amor o es odio lo que, ardiente, nos cerca, con insólitos cambios de dolor y alegría?”.

Mefistófeles se harta de las disquisiciones de un bachiller (p. 281): “¿Quién puede pensar algo tonto o algo inteligente que la humanidad no haya pensado ya?”.

Se crea un homúnculo en un laboratorio. Paracelso, dicen las notas finales, escribió una receta que tal vez leyó Goethe (p. 476): “El semen humano es llevado a un estado de putrefacción en retortas selladas hasta que se le vea agitarse con vida. Surgen entonces homúnculos, aproximadamente iguales al hombre, pero transparentes, incorpóreos, dotados de maravillosos conocimientos ocultos, fuertes y activos como espíritus elementales…”.

Explican en las notas una sentencia escrita por Goethe (p. 472): “El arte refinado no hace mella en la masa”.

 

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Stanislaw Szukalski (1893-1987) fue un enorme artista polaco, megalómano, brillante; tuvo fama, fortuna, un público rendido a sus pies y todo lo perdió, salvo la convicción de que era el mejor pintor, escultor, artista del planeta. Así lo muestra el documental Struggle: la vida y el arte de Szukalski (2018), dirigido por Irek Dobrowolski.

No sentía ningún respeto por el arte ni por la opinión de nadie: “Para hacer arte tienes que mamar de ti mismo, nada importa lo que digan los demás”.

Amaba a su padre, dice, más que a nada y nadie en el mundo. Un día salió a la calle y vio a un grupo que estaba reunido alrededor de un cadáver. Era su padre, que había sido arrollado por un auto. Puso al muerto sobre sus hombros y lo llevó hasta una morgue. Allí pidió que le permitieran examinar el cuerpo. Diseccionó a su padre, cuenta, completamente y esa fue su mejor clase de anatomía, porque siempre se resistió a usar modelos y la exactitud muscular de sus esculturas es perfecta.

“Yo aprendí todo lo que necesitaba de anatomía con mi padre”, dice sonriente.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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