Apologética de Kinoki en su 15 aniversario

Un par de años antes de que Kinoki existiera, en San Cristóbal de Las Casas había un solo lugar para ver cine, algo llamado pomposamente “Cinemas Santa Clara”, que una o dos veces al año proyectaba algo digno de verse. El problema era que si no se juntaban al menos 15 personas, se cancelaba la función. Varias veces estuve ahí formado esperando a esos 15. Varias veces nos retiramos catorce personas frustradas. Alguna vez lo logramos, luego de convocar a todas las bases cinéfilas. Una vez adentro había que lidiar con ratas, pisos pegajosos y butacas rotas. Tanto nos gustaba el cine y tanto nos hacía sufrir.

Kinoki no fue el primer cineclub ni mucho menos. En la misma época de su fundación abrieron sus puertas otras salas: La Ventana (que cuando abrió era un espacio fascinante, como un cine clásico en miniatura, y que cuando sus creadores se fueron del pueblo fue vendido a unos aventureros que lo volvieron feo y lo llevaron a la quiebra) y El Puente, que siempre fue irregular, tanto en su programación como en su atención al público. Probablemente sigue ahí. También estaba La Playa (creo que así se llamaba, por sus butacas playeras) que duró menos de un año. Pero Kinoki llegó para quedarse.

Su primera sede estaba en un tapanco viejo y apolillado. No se podía entrar discretamente porque a cada paso todo el piso crujía. Compartía espacio con La Tercera Puerta, que fue sede y origen del movimiento fotográfico contemporáneo de San Cristóbal. En la sala cabían como 12 personas, pero era muy cómoda. En la platea no había butacas, sino sillones, puffs y sillas de playa (con espacio para poner tu vaso, antes que cualquier otro cine en el pueblo los tuviera). Una litera hacía las veces de gallinero, un tapanco en el tapanco, para ver las películas como en anfiteatro. El ambigú era pequeño, con oferta limitada a café, agua y dulces orgánicos (eran bien jipis, para ser honestos). La segunda sede era enorme, para poder rentarlo se aliaron con otros emprendedores y se fundó una plaza comercial, con tiendas de discos, de ropa, el taller de foto y más adelante un salón de té (ese sí, el primero en San Cristóbal) y una sala privada donde se podía ver el cine a la carta (años antes de Netflix). Un día llegó Mariela y puso un pequeño restaurante llamado Cocoliche. Ella impulsó un cambio de decorado (transformó el foyer en una palapa, fue muy raro). Todo iba muy bien hasta que les pidieron la casa y se mudaron a la sede actual. En el transcurso de ese cambio Cocoliche de independizó para volverse uno de los más importantes y exquisitos restaurantes de la ciudad. La Tercera Puerta cerró sus puertas, lo cual coincidió también con el cierre de un periodo en la historia fotográfica de la ciudad. Kinoki fusionó el salón de té con el restaurante, abrió con dos salas privadas y posteriormente construyó la Sala 3 (a la que creo que le falta un nombre) con mucho esfuerzo y gracias a aportaciones de una benefactora, una sala que al fin tenía butacas y cuarto de proyección (¡ya había “cácaro”!). La butacas las consiguieron de una vieja sala de cine en proceso de desmantelamiento. Butacas recicladas. También construyeron un espacio escénico, que incluía iluminación y camerinos.

Más que una sala de cine con restaurante, Kinoki es un centro cultural. Es EL centro cultural de la ciudad. Además de un lugar para ver películas se puede ver teatro, danza, escuchar música (en vivo o grabada, con excelentes dj’s), ver exposiciones de artes plásticas y artes visuales, ir a conferencias y mesas redondas, y sobre todo los cine-debates, donde diferentes organizaciones aprovechan el audiovisual para poner a discusión temas importantes de derechos humanos, política, género, artes, internet y mucho más. En estos 15 años Kinoki ha concentrado más actividades culturales que la Casa de la Cultura o cualquier otro recinto público o privado.

 

En los pasillos de Kinoki me he encontrado a mucha gente del cine. Realizadores y realizadoras de Chiapas (no todos, pero sí los más relevantes), a gente muy importante para el cine mexicano como María Novaro, Marina Stavenhagen, Alberto Cortés o Diego Luna, la banda del circuito de exhibición independiente, como Cristian Calónico de “Contra el silencio todas las voces” o monstruos internacionales como Costa-Gavras o Forest Whitaker. Seguro han pasado muchos otros, más o menos reconocidos y reconocibles. Pero no busquen, como en otros lados, la pared con fotos de los dueños abrazando a sus visitas notables para darse realce o demostrar a la gente del pueblo que conocen a gente famosa. En Kinoki no se trata de las “estrellas”, se trata del cine y las historias que cuenta. El valor está en la palabra que se comparte, no en el box-office.

Porque eso es Kinoki, un lugar donde se cuentan historias, sea en el escenario, en la pantalla, en las paredes, en las mesas, en las bocinas. Una comunidad que se agrupa en torno a la hoguera para escuchar y escucharse.

Aunque lamentablemente aún no se sistematiza, circula ahí una gran cantidad de información, de datos, de testimonios y de propuestas. Todos los días se narran formas de vida buena, de un mundo mejor, y también se pone en evidencia la podredumbre, la crisis civilizatoria. Muchas veces, a mi pesar, de la mano de los grandes relatos emancipatorios y las artes liberales, pero también se construyen alternativas y se abren resquicios para la fantasía.

Kinoki es comunidad. No es una sala de cine (ni tres), no es una sala de té o un restaurante o una terraza con hermosa vista. Es la gente que lo recorre, que lo construye, que lo alimenta con ideas, propuestas, películas, trabajo y sonrisas. Una comunidad que comparte, que construye colectivamente, que crece y se procura. Es comunidad porque pone su ojo en los pueblos, en las luchas, en la denuncia, en la construcción de un mundo mejor. También es comunidad cuando el equipo Kinoki carga con todos sus chunches (proyectores, reproductores, cables, bocinas, pantallas) y recorre barrios, pueblos y comunidades para llevar cine a todos lados. Luego del terremoto del 7S recorrieron la costa de Chiapas, y junto con las películas cargaban con acopio para damnificados. Hay mucho cariño detrás de cada puerta, de cada cable, de cada cartel, de cada proyección. Es cariño que se proyecta por todos lados. No en balde su restaurante es el lugar preferido de muchas parejas jóvenes para ir a “echar novio”. Es comunidad porque te sientes en familia, una familia amplia y generosa. Es la comunidad donde puedes llorar al amparo de la oscuridad de la sala o donde tu hijo decide celebrar su cumpleaños con sus amigos, es la comunidad donde acudes en busca de consuelo o de celebración.

 

Poca gente lo sabe, pero Kinoki tiene un área de apoyo a la producción audiovisual. En estos 15 años ha participado y colaborado con varios documentales, animaciones y ficciones. Si hubiera datos disponibles lo sabríamos de cierto, pero es muy probable que haya apoyado más producciones que el Departamento de Producción Cinematográfica del Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía (ese Departamento sí existe, aunque no hay mucha información respecto a sus labores, tan solo se sabe que quien lo encabeza es veterinario, sin experiencia en producción cinematográfica). Pero volviendo al punto: De las producciones Kinoki, mi favorita es un documental que se hizo sobre la guerrilla en El Salvador. Es mi favorita porque la producción fue una gran aventura, hicieron tomas y entrevistas increíbles, llevaban excelentes cinefotógrafos y un gran productor de campo, pero también es una pena que la falta de recursos y el exceso de soberbia del staff les hayan impedido terminarlo.

Cuando Kinoki nació estaba muy orientado al cine de autor, el autodenominado cine de arte, pero poco a poco ha ido mutando hacia el documental, hasta ser el principal foro de México dedicado a la exhibición de este tipo de cine (que contiene muchos géneros). En su catálogo, de más de dos mil películas —además de un montón que todavía no están clasificadas—, se pueden encontrar estas dos tendencias. En ese catálogo se puede uno perder, no tanto por caótico sino por cautivador: descubrir piezas de ciertos autores de las que nunca habías escuchado, encontrar documentales sobre temas ignorados, celebrar el hallazgo de una película por mucho tiempo buscada.

Es también una escuela. No me refiero nada más a lo que se puede aprender viendo cine (que es mucho y a mucha gente le hace falta), sino que hay cursos en forma. Han habido ahí talleres de apreciación cinematográfica, cursos específicos de rollos técnicos del audiovisual y ha sido la sede de aventuras didácticas bien interesantes, desde la heroica Escuela de Cine y video Indígena Mundos Inéditos, hasta las fugaces intentonas llenas de condescendencia de Ambulante Más Allá y el CCC con patas. Hoy en día acoge a la Escuela de Cine Documental de San Cristóbal de Las Casas y su Diplomado en Cine Documental, que tiene una currícula y una perspectiva mucho más amplia que todas las anteriores.

¿Es Kinoki un espacio libre de censura? Sí lo es. Una gran cantidad de espacios culturales de San Cristóbal han sufrido ataques y varios han sido cómplices de actos de censura. Es natural, en una región y una ciudad que en términos de conservadurismo representan para el estado de Chiapas lo que el Bajío representa para México. A pesar de ello Kinoki se ha logrado mantener, ha aguantado presiones, ha logrado esquivar anatemas aferrándose a principios muy claros. Combate la censura incluso sin saberlo: hace unos meses los medios chilangos anunciaron el estreno de “A place called Chiapas”, la película de Nettie Wild, afirmando que había sido censurada por Zedillo y los gobiernos pripanistas posteriores. En Kinoki llevan 15 años proyectándola, fuera del alcance del ojo del Saurón malvado censurador.

 

Lo último que quiero platicar sobre Kinoki (aunque no lo último, solo por ahora, pues hay mucho que contar pero falta el tiempo y la virtud) es una de sus nuevas aventuras: Kinoki Radio. Inició con la idea de hacer un podcast sobre cine, llamado “La Velada del Miringo”. El podcast empezó a ser retransmitido por FM gracias al apoyo del Colectivo de la Frecuencia Libre 99.1, y luego fue retomado por otras radios y redes de podcast de la ciudad de México. El programa ha tenido múltiples colaboradores y colaboradoras que han abordado el cine desde diferentes perspectivas: los musicales, el cine de superhéroes, el documental, los servicios de streaming, los festivales, la corrupción, el acoso, actores y actrices “hot”, las bandas sonoras, el cine de la periferia, el cine indígena, el cine comunitario… Todo ello grabado y transmitido en vivo los jueves por la noche. Poco a poco fueron apareciendo más programas, más iniciativas, como un programa de lectura de poesía y otro de jóvenes voluntarios. Tanto así que se ha destinado un espacio para una cabina de radio. Es una nueva forma de contar historias, de hacer comunidad y de construir mundos, que es lo que ha hecho Kinoki desde su primer día, pero ahora con un alcance más allá de las pantallas. Uno de los grandes pendientes de Kinoki es la inmersión en el mundo del internet, los servidores y el streaming. Va lento, pues apenas este año han logrado que el wi-fi funcione chido a pesar del mal servicio generalizado del proveedor. Pero ahí estarán también, para que quien quiera pueda acceder a otro tipo de cine.

 

Pd. Por si no ha quedado claro, quiero decir que le agradezco mucho a Kinoki por estar ahí. A Beto y a Marisol en particular, pero también a todas las personas que en todos estos años lo han mantenido de pie con sus esfuerzos, su generosidad y sus sonrisas. Larga vida al Kinoki y al cine que enarbola.

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