San Pedro Cuxtepeques

© San Pedro y sus llaves.Pintura de Peter Paul Rubens (1577-1640)

A Juanita y Aureliano, mis padrinos.

Recién ahora el Grupo Corehico, Comité de Rescate Histórico de La Concordia, y el Ayuntamiento, han homenajeado a sus mejores mujeres y hombres. Entre ellos a intelectuales, fundadores de instituciones, músicos, promotores de ciudadanía y activistas sociales. Aprovechando el evento, el buen Ramiro Romeo Ruiz Espinosa distribuye entre los galardonados su revista Informativo Cuxtepeques. La de noviembre de 2016 (“Año 1, Núm. 7” reza el cuadernillo), redactada por él mismo, con la ayuda de Javier Flores Vidal, historiador coterráneo, aunque desafortunadamente desentendido de la historia local o regional.

Ramiro es profesor de educación básica, contemporáneo de mis padres Eduardo y Fausta, quien hoy, en la plenitud de sus días —setenta u ochenta y no sé cuántos años—, se avoca al desentrañamiento de la geografía, la historia y las tradiciones de la pequeña ciudad y el municipio. Observo la revista y… pienso que mejor destino tendría si se le convirtiese en el órgano oficial de difusión de la sociedad que hoy preside, la de los Amigos de La Concordia, una asociación civil que viene de los años ochenta del siglo pasado, primero como PROFUN Profesionistas Unidos de La Concordia, luego refundada con aquel, su nuevo nombre.

Perfecto recuerdo a los fundadores y refundadores de ambas sociedades. Primeramente reunidos en mi casa, mi antigua casa, la del rumbo del panteón, en donde Blanqui preparaba pozol de cacao para todos, cada vez que nos juntábamos y… ahí estaban mis cuatro compadres: Meme Cristiani, Romeo Cruz, Toño Zúñiga y Pedro Ramírez. Y los entrañables amigos: Paco Sánchez, Pilo Guzmán, Toño Vela y Salvador Abud. Creo que en alguna ocasión estuvieron con nosotros Yulia, su hermana, y Romeo De la Rosa. Luego se acercaron María Auxilio Ballinas, Eduardo Ocampo, Edgar Arrazola, el propio Ramiro Ruiz y alguien más cuyo nombre no recuerdo. Y claro, después llegaron todos los demás, los contemporáneos, quienes ahora seguramente hacen la mayoría.

Pero, expresaba que la revista Informativo Cuxtepeques, el único boletín en donde es posible encontrarse con nuestro pueblo, con nuestra gente, con nuestra identidad y nuestra historia, bien valdría la pena acogerse al abrazo de otros cuxtepequenses y, pa’no ir tan lejos, cobijarse en el respaldo de los Amigos de La Concordia. Por aquello de las moscas, por aquello de no te entumas, por aquello de los aquellos… Es decir, para garantizar desde hoy su continuidad, pues imagino que como órgano oficial de difusión de la asociación —más ahora con la incorporación de empresarios y gente experimentada en el ámbito de la política— podría tener larga vida y mucha mejor difusión.

Pues bien, sucede que, en la revista, ayer mismo, leí el trasunto de leyenda asociada a la aparición de San Pedrito, la preciosa imagen de madera estofada de San Pedro Apóstol, que por casi trecientos años habitó la antigua y hoy desaparecida Hacienda San Pedro Cuxtepeques, propiedad de los dominicos del Convento de Comitán. Y al tiempo que leía y escuchaba los cantos y las marimbas del festejo que nos hacían, recordé nítidamente, la misma historia, algo más compleja, salida de los labios de mi abuela Mariantonia Cristiani Coutiño, en su casa de la antigua Concordia, año 1971 o 1972, vísperas de la inundación de nuestro pueblo querido. Así que… he aquí su versión de la leyenda:

Hace tiempo, mucho tiempo, cuando la finca de San Pedro estaba ahí, tantito arriba del río San Pedro… cuando todavía no existía el pueblo de La Concordia; cuando la finca era enteramente como si fuera una ranchería, aunque todos los habitantes, todas las familias eran gente de dominio, pues no eran dueños de nada, eran simples baldíos de la finca…

En ese tiempo la iglesia no era de San Pedrito sino de una virgen. Tenía su atrio grande, aunque no abierto, pues tenía corredores hacia los lados y hacia el frente. Al lado estaba la casa grande, donde vivía el encargado, el patrón de la finca, y del otro lado había una ceiba grande, gigantesca y muy vieja, en donde los baldíos y los animales sesteaban, tomaban su sombra.

Y pues, cuentan que un buen día, dos baldíos que se acercaron a la ceiba grande, ya entre obscuro y claro, casi de noche, vieron a un asno grande, cargado, del tamaño de los burros oficiales. Buscaron, pero no encontraron a su dueño, y entonces fueron a avisar a la casa del encargado. Dijeron que estaba bueno, pero no les hicieron caso. Durante el día siguiente nadie vio al animal agobiado. Había desaparecido. Sin embargo, por la tarde, comenzando la noche, otro baldío y su mujer volvieron a ver al burro cargado, pero ahora frente a la puerta principal del atrio, y lo vieron con dos cajas de madera. Una a cada lado del burriquete. Ellos también fueron a tocar la casa del patrón. Les dijeron que iban a mandar a alguien a verlo, aunque igual no les hicieron caso.

Al día siguiente por la mañana, de nuevo el burro no estaba. Había desaparecido. Aunque de vuelta, dos muchachos que ayudaban al sacristán de la iglesia, que se habían quedado algo más tarde ahí, al salir del templo vieron al burro ¡Aunque ahí mismo! ¡Dentro del propio patio! Corrieron a avisar al encargado y entonces sí: aunque ya era noche, salió de su casa, escuchó lo que le decían y mandó a traer al sacristán y a otras personas allegadas a la ermita. Ya que estaban todos, incluso los muchachos que lo habían descubierto, entraron al atrio y… Cuando todos creían que no iban a encontrar nada… ¡Ahí estaba el pobre burro cargado, comiendo algo de hierba!

Entre todos descargaron al pollino. Bajaron las dos cajas y las abrieron de inmediato. Para saber qué traían, de quién era la carga, o quién las había enviado. En una encontraron a San Pedro, igual como hasta hoy se le conoce, barbado y con un par de llaves grandes amarradas a una mano, y en la otra caja un par de ornamentos, un cáliz y un copón, ambos de oro. Un par de candelabros de plata y algunas otras cosas del mismo jaez. Todos se hincaron al ver el espectáculo como un prodigio; como un milagro. Obra de Dios o voluntad del santo, de que ahí quería quedarse y puees… desde esa fecha, al otro día quitaron a la virgen del altar principal y en su lugar pusieron a San Pedro.

Por eso es que la iglesia le quedó a San Pedrito, aunque otras historias cuentan que el burro se apareció, pero cuando aún no había capilla, aunque ya estaba la finca. Dicen que se apareció igual, y que por eso ahí le construyeron su ermita, pero bueno, la cuestión es que la finca cambió de nombre, se llamó San Pedro, y San Pedrito protegió a los baldíos, a los administradores y a los dueños, y dicen que varios milagros hizo, a la pobre gente.

Este es el relato de la abuela Mariantonia, y yo constato lo que el buen Ramiro expresa en la revista: que cuando el santo ya había sido trasladado al pueblo de La Concordia… ante la creencia de que San Pedrito, con sus llaves podía abrir las puertas del cielo para que lloviera…  Cuando pasaban sequías, cuando no llovía y se resquebrajaba la tierra por la quemazón y el calor, entonces la gente decidía sacar en peregrinación a San Pedro. Para rezarle, cantarle y quemarle cuetes.

Lo recorrían por todo el pueblo para que mirara el polvo, el humo y la resequedad; para que sintiera el calor y el sol, y lo montaban en andas, una especie de plataforma de madera, cargado a espaldas por varios hombres. Y así lo llevaban por todas las calles y hasta el río, para que viera tan sólo las pozas y el riachuelo que quedaba. Yo vi sólo una vez todo eso, a finales de los años sesenta o quizás a principios de los setenta y, aunque no muy creo estas historias, obligado estoy a registralas, pues esta es la voz de nuestros viejos, y en esas voces sí creo y más aún las respeto.

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