La política del escándalo
De nuevo, el presidente López Obrador calienta el ambiente con un tema que, por lo menos, ha sido calificado como innecesario para el cúmulo de frentes abiertos que tiene su administración. Las ahora famosas cartas enviadas al rey de España, Felipe VI, y al papa Francisco, en la que se solita a ambos una disculpa pública por los agravios cometidos durante la conquista y el periodo de la colonia a los pueblos originarios de lo que hoy conocemos como México, recibieron una andanada de críticas tanto dentro como fuera del país.
Conviene recordar que en el mes de febrero realizó una visita oficial el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez. La reunión se realizó sin mayores contratiempos e incluso el gobernante ibérico aseguró que había sido provechosa. Dentro de las diversas actividades del encuentro, la esposa del presidente Obrador, la Dra. Beatriz Gutiérrez Müller, se reunió con la Ministra de Justicia de España, Dolores Delgado. Se comenta que en dicha reunión, la Dra. Gutiérrez Müller planteó que tanto los reyes de España, como el papa, deberían pedir perdón por los abusos cometidos a las comunidades indígenas de México.
Pese a que el encuentro se realizó en los mejores términos, reinando entre las partes un ambiente de cordialidad, lo cierto es que sobre el punto no hubo una respuesta sobre el particular por parte de los representantes del gobierno español.
Se sabe ahora que la carta que buscaba el desagravio sí fue enviada un mes después de aquella visita. Sin embargo, el gobierno español no había dado respuesta a la misiva enviada. El hecho es que una de las versiones de la famosa carta fue filtrada a la prensa mexicana; de manera que en una de las conferencias mañaneras del presidente Obrador fue cuestionado sobre el tema.
No se pronunciaron solamente los aludidos, sino que se despertó toda una polémica tanto aquí, como al otro lado del Atlántico. En España, por ejemplo, no sólo el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, dijo que jamás harían tal cosa como pedir perdón por una situación que se dio hace 500 años. Los partidos políticos españoles, casi al unísono, condenaron semejante atrevimiento por parte del gobierno mexicano, salvo Podemos quienes tomaron distancia de las declaraciones. El escritor y periodista, Arturo Pérez Reverte, cometió el exabrupto de calificar al presidente mexicano como un imbécil o un sinvergüenza. Lo que sorprende es la facilidad de todos estos actores para engancharse en una discusión que, pese a su relevancia, pudiera darse en otros términos.
Más allá de esto, resulta fascinante que los más directamente involucrados sean más prudentes ya sea guardando silencio u ofreciendo comentarios lacónicos al respecto. El papa Francisco, por ejemplo, se limitó a decir que ya habían ofrecido disculpas en Perú a todos los grupos étnicos y no vendría a México en el 2021. El rey Felipe VI simplemente ha mantenido un precavido silencio.
En México, nuestro espíritu patriotero goza de cabal salud. Hubo casi un consenso unánime del despropósito presidencial, sobre todo por lo inoportuno de su llamado a los jerarcas de la iglesia católica y del reino ibérico. Sin embargo, aunque hay algunos que defienden la postura presidencial, otros señalan la existencia de temas relevantes en la agenda nacional que deben ser encarados por el gobierno y no andar atizando el fuego en asuntos para desatar conflictos innecesarios.
En el contexto estridencial en que nos encontramos, no hay que perder de vista que España se encuentra en pleno proceso electoral y ha existido mucha confrontación entre las distintas fuerzas que se disputan el poder en el espectro político español. Desde el último tramo del gobierno de Rajoy, la falta de acuerdos para formar el gobierno ha
sido la característica principal del sistema político de ese país.
Sorprende, también, que la mayoría de los partidos políticos en España hayan realizado declaraciones rechazando tajantemente las posturas del presidente mexicano, resultando más monárquicos que el propio rey de España. En una democracia singular como la española, no deja de ser inquietante que sean precisamente los principales dirigentes políticos quienes asuman como propia una solicitud hecha al rey. Más perturbador y anacrónico resulta que en un régimen como el español aún conviva con una monarquía, como si la transición democrática de 1975 no hubiese ocurrido y la masacre de 1936 jamás hubiera tenido lugar. Peor aún cuando la familia real española ha sido objeto de múltiples escándalos por la frivolidad de sus actos y la desaparición de las condiciones que la hicieron posible en otros tiempos. Los políticos españoles de ahora deberían ser más cautos y honrar la memoria de los republicanos caídos, combatidos a sangre y fuego por la dictadura franquista, que son el recuerdo vivo de la democracia palpitante en la España contemporánea; lucha de la cual hoy resultan usufructuarios.
Con base en los hechos es posible sostener con algunas dosis de certeza que inyectar tensión a las relaciones entre México y España, puede ser vista desde la óptica de los beneficios mutuos de sus gobiernos actuales. No olvidemos que Pedro Sánchez estuvo en México al menos un mes antes de que se destaparan las diferencias y que él mismo conoció del hecho a través de la ministra de justicia española que se había entrevistado con la esposa del presidente mexicano, encuentro en el que se anticipó los contenidos y el envío de la carta de desagravio.
Linchar al enemigo externo se ha vuelto una moda en todo el mundo y ha servido al menos para intentar entronizarse en el poder. Alimentar los sentimientos ultranacionalistas es el ardid comúnmente usado por los conservadores contemporáneos. Donald Trump, fustigó el sentimiento antimexicano en Estados Unidos y obtuvo una victoria arrolladora en las pasadas elecciones.
En México, esta situación sirve como distractor de los grandes retos que enfrentamos como país, tan sólo el asunto de la violencia desbordada en varias partes de la república y el tema de la diáspora centroamericana que cruza por nuestro territorio, son botones de muestra de las terribles situaciones que enfrentamos.
En España, por otra parte, se alimentan sentimientos básicos de confrontación, enemistad o desagradables que convierten las descalificaciones ajenas (al rey y al papa) en propias; de tal manera que pueda conducirse el descontento, la inconformidad o el malestar de la ciudadanía española y convertirse en un recurso del gobierno para ganar simpatías y, de paso, continuar en el poder. Falta que ambos pueblos caigan en la falsa disyuntiva que se teje desde la manipulación y la demagogia. Lo que hemos visto hasta ahora no parece apuntar en la dirección que pretenden quienes auguran obtener beneficios de dichas acciones.
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