La nueva versión de una epopeya

Casa de citas/ 426

La nueva versión de una epopeya

Héctor Cortés Mandujano

 

No pude leer antes de hoy Todos los hermosos caballos, de Cormac McCarthy (1933), porque la edición física está o estaba descontinuada. Lo hice en mi lector electrónico, en eBook, y quedé deslumbrado con la primera, de la trilogía de la frontera, con que se y nos iluminó este gran narrador norteamericano.

Con una trama que se toma su tiempo (la huida de los dos jóvenes texanos a tierras mexicanas, en donde se hallan con otro chico gringo que también huye), y que se deshace con facilidad del lío amoroso para centrarse en propiamente la aventura de vivir y sobrevivir, con las notables páginas sobre la historia de México (la abuela de la chica enamorada de John fue casi esposa de Gustavo Madero), este bello título es de una tremenda hondura humana. John Grady Cole deviene héroe de tropiezos y caídas, pero, fundamentalmente, de ponerse de pie y ser honrado consigo mismo. Qué grande este McCarthy de los inicios.

He leído varias de sus novelas: Hijo de hombre, Meridiano de sangre y No es país para viejos tienen el listón alto, otros de sus títulos rayan la medianía –La oscuridad exterior, La carretera, El guardián del vergel– y dos más o menos recientes –El Sunset Limited, El consejero– me parecen nimios ante su grandeza inicial.

 

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Ilustración Juventino Sánchez

 

En la frontera (Debate, 1999) es la segunda de la Trilogía de la frontera, escrita por Cormac McCarthy y en ella, como en El Quijote, los tres viajes para cruzar la frontera de EUA a México de Billy, el protagonista adolescente, se antojan locos, desmesurados, absurdos, condenados al fracaso.

El primero intenta devolver a una loba a su montaña originaria, el segundo quiere recuperar los caballos que robaron a sus padres después de matarlos y el tercero traer las cenizas de Boyd, su hermano muerto. (Tal vez mi relación de esta gran novela con El Quijote se debió a que las leí una tras otra, es decir, releí El Quijote antes de leer En la frontera. Pero la relación, me parece, existe.)

Las primeras 122 páginas (el capítulo I) son un prodigio. Hacía mucho que no me emocionaba tanto la flecha en la diana en un autor contemporáneo. Gran narración, redonda, de enorme humanidad, perfecta. Una loba embarazada se fue de México a EUA y está haciendo matanzas entre el ganado. Es hábil y no cae en trampas. Un viejo habla (p. 45): “El lobo es una cosa incognoscible, dijo. Lo que se tiene en la trampa no es más que dientes y pellejo. Al lobo en sí no se le puede conocer. Es como preguntar qué saben las piedras. Los árboles. El mundo”.

Habla Billy con un señor, sobre la loba que ha logrado controlar y llevar a rastras (p. 59):

“Viene de México.”

“No me extraña. Todo lo malo viene de allí.”

Me gustó el poder de esta imagen (p. 116): “Una media luna que parecía un ojo entrecerrado por la ira colgaba sobre las montañas”.

En México, Billy conversa con el viejo vigilante de las ruinas de una iglesia, quien le dice (p. 134): “Yo fui mormón. Después me convertí a la Iglesia. Luego no sé en qué me convertí. Luego me convertí en mí mismo”.

Y también le dice (p. 141): “Lo que en el mundo sucede no puede tener una vida separada del mundo. […] El tránsito de los ejércitos y el de la arena en el desierto son la misma cosa”.

Habla Billy con su hermano (p. 169):

“En México nuestras leyes no valen nada.”

“¿Y las leyes de México?”

“En México no hay ley que valga. Son un hatajo de delincuentes.”

A propósito del Quijote, un hombre llamado Quijada dice a Billy (p. 370): “Si la gente conociera la historia de sus vidas, ¿cuántos escogerían vivirlas? La gente habla de lo que le reserva el futuro. Pero en el futuro no hay nada. El día nace de lo que ha habido antes”.

En sus viajes erráticos, Billy encuentra gente con quien hablar. Un gitano le dice (p. 393): “Los recuerdos se borran con los años. Nuestras imágenes no tienen depositario. Los seres queridos que nos visitan en sueños son desconocidos”. Y también dijo (p. 395) “que en su opinión era una temeridad pensar que los muertos no tienen poder para actuar en el mundo, pues su poder es grande y a menudo su influencia es de mucho peso precisamente en quienes sospechan que es insignificante”.

 

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Ciudades de la llanura (Debate, 1999), cierra el tríptico y une a los dos antihéroes de la primera y la segunda. Billy se enamora de una prostituta con la que piensa casarse y llevarla a EUA (curiosamente la muchacha, p. 131, “había nacido en el Estado de Chiapas y a los trece años había sido vendida para saldar una deuda de juego”). El padrote la mata y eso desata la tragedia: John Grady se le enfrenta en un duelo con armas blancas en el que sin duda es el capítulo (el IV) magistral de la novela. No acaba bien la historia para estos dos gringuitos locos.

Billy platica con el padrote y le dice (p. 227):

“Yo también conozco este país.”

Él le contesta: “Nadie conoce este país”.

Eduardo, el padrote, en plena lucha con John Grady, le dice como sin decírselo, como hablando nomás en voz alta (p. 234): “Bajan todos de ese leproso paraíso vuestro buscando una cosa extinguida entre ellos. Una cosa para la cual quizá ya no tienen nombre. Siendo granjeros, claro está, el primer sitio donde buscan es el burdel”.

Las novelas no son trepidantes, pero si se tiene paciencia (Nabokov dice que los lectores somos como buscadores de tesoros) se hallarán páginas deslumbrantes, definitivas, inolvidables.

            Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

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