El colonialismo: una reflexión (3)
Andrés Fábregas Puig/CIESAS-Occidente.
Después de sucesos sangrientos, como la masacre del Templo Mayor, la destitución de Moctezuma Xocoyotzin (“El Joven”. Por eso la voz náhuatl “xocoyote” designa al más pequeño de los hijos), el ascenso de Cuauhtémoc (“El águila que cae”) como Tlatoani (“El que tiene la palabra”) Mexica y la consolidación de la ocupación castellana de la Gran Tenochtitlán el 13 de agosto de 1321 o, para expresarlo en el sistema calendárico de los Aztecas, el día 1 Cóatl (1 Culebra) del año 3 Calli (3 Casa) del mes Xocotihuetzi (“Lo agrio”), se inicia el régimen colonial. El Virreinato se instituyó oficialmente el 8 de marzo de 1535, siendo nombrado Don Antonio de Mendoza y Pacheco, Primer Virrey de la Nueva España. Recordemos que Hernán Cortés había salido de Cuba en conflicto con el Gobernador de la Isla Diego Velázquez, y que previendo cuestiones legales, fundó en las playas del actual estado de Veracruz, el primer Ayuntamiento en tierras continentales, institución española que antecede al Virreinato, haciéndose elegir Primer Regidor. Con ello, Cortés cubría legal y políticamente su expedición, relacionándose directamente con la Corona. Es este un movimiento estratégico de Hernán Cortés quien, en las costas de Tabasco, tuvo la buena fortuna de recibir a Malitzin, una esclava náhua de los Chontales, además de que se le reincorporó a las filas invasoras Jerónimo de Aguilar, un sacerdote náufrago años atrás en Cozumel junto con Gonzalo Guerrero, que permaneció entre los mayas, habiéndose casado y procreado a una familia. No entraré en detalles sobre estos acontecimientos, pero no omito advertir que la Malitzin fue vital para que Cortés entendiera la configuración política de lo que hoy conocemos como Mesoamérica. No es exagerado afirmar que Malitzin se convirtió en la estratega política de Cortés y este, tan lo reconoció, que la colocó en lugar prominente entre sus jefes militares además de procrear a un hijo con ella, Martín Cortés (ver el libro de Luis Barjau, La conquista de la Malinche, México, CONACULTA, 2009; José Luis Martínez, Hernán Cortés,México, Fondo de Cultura Económica, 1990. Aconsejo ver el Documental Malitzindisponible en NEXFLIX).
Una vez establecido el Virreinato, comenzó el avance castellano hacia el norte. Es decir, se inicia el proceso de correr la frontera de la colonización hacia las tierras que los nahuas llamaban Huey Chichimeca Tlalpanque traducimos como La Gran Chichimeca. Pero también se inicia un forcejeo entre la Corona y los encomenderos, personas a las que se asignaba una cantidad determinada de tierra con la condición de que cuidaran de la cristianización de los que ya empezaron a llamar, “indios” (ver: Guillermo Bonfil, “El concepto de indio en América: una categoría de la situación colonial” En, Obras Escogidas de Guillermo Bonfil, Tomo 1, 1995, páginas337-359). Por eso, a esa institución se le llamó encomienda. Don Hernando Cortés se auto nombró Marqués del Valle de Oaxaca y se tomó las tierras que van desde Coyoacán hasta Oaxaca. Nadita, dirían en Chiapa de Corzo. Las tierras bajo encomienda pertenecían a la corona y era esta la que disponía qué hacer cuando un encomendero se moría. Por lo general, pasaba a uno de sus herederos. Hubo conflictos entre la Corona y los encomenderos todo el tiempo. En alguna ocasión, la Corona suspendió las encomiendas pero la presión de los encomenderos y la opinión favorable a estos de los dominicos, hizo que la Corona volviera a autorizar esta institución. Finalmente se suspendieron cuando ya llegaban a la cuarta generación de herederos de los llamados conquistadores. (Leer: Charles Gibson, Los Aztecas bajo el dominio español, México, Siglo XXI, 1967).
Abro un paréntesis para recordar que la ocupación castellana de América, no se inició teniendo en cuenta instaurar asentamientos agrarios como prioridad. A lo que venían era a la extracción minera. El extractivismo, como se le dice ahora, no es nada nuevo. Con ello como actividad vertebral de la economía colonial se inició el dominio del llamado Nuevo Mundo. Incluso en las Antillas, Cristóbal Colón buscaba asientos minerales. Así, los historiadores habían hecho notar las solicitudes de Colón a la Corona de España para que autorizaran el traslado de trabajadores destinados a las minas (ver Richard Konetzque, América Latina II: La época Colonial, México, Siglo XXI, 1972). No tardó en surgir la necesidad de contar con el productor agrario, ganadero y cultivador, para garantizar la producción de alimentos destinados, justamente, a las áreas mineras. En los inicios del régimen colonial en El Caribe, los alimentos llegaban desde la Península Ibérica, pero, el abasto de esta manera resultó con costos tan altos, que se suspendió. La misma Corona dispuso el traslado de campesinos para abrir tierras al cultivo y agilizar la atención a las áreas mineras. Fue así que la agricultura quedó vinculada a la gran empresa minera desde prácticamente los inicios de la ocupación española en América, tal como lo enseñaba Angel Palerm en sus inolvidables lecciones de antropología.
Uno de los aspectos más discutidos del proceso colonial en la Nueva España, es el de la llamada debacle demográfica. Sin traer a estas páginas la discusión que aún existe entre los “maximalistas” y los “minimalistas” opino que las enfermedades contagiadas a la población nativa por los europeos, repercutieron de manera significativa en la disminución de la misma. Se trataba de enfermedades que los pueblos autóctonos desconocían desde el punto de vista cultural-no sabían cómo curarlas-y ante las cuales no tenían defensas biológicas. Junto con los encuentros bélicos, las alianzas logradas por los castellanos con pueblos como el Tlaxcalteca y el contagio de enfermedades, son factores para explicarnos la derrota de un imperio como el Mexica. Hace bastantes años de la publicación de los demógrafos de la Universidad de California Sherburne F. Cook y Woodrow Borah (1948) que calcularon en 25.2 millones a la población sólo de Mesoamérica Central, en el momento en que cae la Gran Tenochtitlán. En 1595, sólo quedaban 1, 375, 000 indígenas. Historiadores como George Baudot, madrileño, pero académico de la Universidad de Toulouse, Francia, escribe: “De hecho es una de las catástrofes más espeluznantes de las que se puedan hablar en la trayectoria histórica de la humanidad” (Baudot, Revista Inicio, volumen 2, 1981, página 6). Es esta debacle más la crueldad de los encomenderos para con la población nativa, lo que alentó a Bartolomé de las Casas a escribir su impresionante Breve Historia de la Destrucción de las Indias. Justo del forcejeo entre la Corona, los encomenderos y la Iglesia Católica, escribiré en mi próxima entrega.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 13 de abril de 2019.
P.D. Al lector que le interese adentrarse en la discusión entre “maximalistas” y “minimalistas” en torno al tema demográfico, recomiendo iniciar con el texto de Robert McCaa, “¿Fue el siglo XVI una catástrofe demográfica para México? Una respuesta basada en la demografía histórica no cuantitativa” (Cuadernos de Historia, número 15, diciembre de 1995, páginas 123-136); Un punto de vista diferente al de McCaa es la del demógrafo mexicano Ángel Rosenblat, La Población de América en 1492: viejos y nuevos cálculos, (México, El Colegio de México, 1967). En mis años de estudiante en la ENAH-Ciudad de México, los “clásicos” del tema eran Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, The population of Central Mexico in 1548. (Berkeley, Universidad de California, 1948). También, de los mismos autores, un libro que se tradujo al castellano, Ensayos sobre historia de la población: México y El Caribe, (México, Siglo XXI, 1977).
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