El Colonialismo: una reflexión (1)
Andrés Fábregas Puig/CIESAS-Occidente
- El Planteamiento.
El postulado central que guía la presente reflexión acerca del colonialismo lo enuncio de la siguiente forma: el colonialismo es la estrategia del capitalismo para expandirse por el planeta. Generó el proceso de universalización de la Historia e incluyó dentro de su contexto y de su lógica, a características pertenecientes a las sociedades bajo su dominio.
El anterior postulado se configuró desde los años 1966-1970 en las discusiones con Ángel Palerm, Guillermo Bonfil y Lawrence Krader, cuya influencia intelectual me es honroso reconocer. Pertenecen esas reflexiones a un tiempo de revisión de los postulados de Marx, especialmente de los textos que escribió sobre el llamado Modo Asiático de Producción, mismos que fueron ampliamente discutidos en los mundos universitarios de Occidente en general y de México en particular (ver: Shlomo Avineri, Marx on colonialism and modernization, Anchor Books, Nueva York, 1969). Aquellos años se discutía en México, en el ámbito de los estudiantes de antropología que seguían a Ángel Palerm, las consecuencias de las visiones unilineales de la Historia y de los dogmatismos a que había conducido. Por mi parte, además de las conversaciones con Palerm, tuve el privilegio de trabajar con Guillermo Bonfil en los proyectos que desarrolló en la región de Chalco-Amecameca-Cuauhtla, mientras elaboraba su visión tan conocida del “México Profundo”. En los inicios de los 1970, tuvimos la visita de Lawrence Krader en el entonces CIS-INAH (actualmente CIESAS), que había trabajado con Karl Korch y con Karl Wittfogel, precisamente sobre los problemas que planteaba el estudio de las comunidades campesinas asiáticas, particularmente en la India y China, y su relación con las discusiones acerca del evolucionismo antropológico.
La visión unilineal de la Historia corresponde a un planteamiento que afirmaba que todas las sociedades del mundo evolucionaban siguiendo las mismas etapas y que, a una etapa, necesariamente le seguía otra. Desde esa perspectiva, una escuela dogmática asignó a Marx el planteamiento de que todas las sociedades pasarían por una sucesión de modos de producción que, desde el esclavismo, feudalismo, capitalismo, llegarían al socialismo y después, a una suerte de paraíso comunista, en el sentido del desarrollo de la vida en una sociedad sin economía política (interesada), sin división en clases sociales y sin Estado. Marx mismo desmintió esta versión y aludió que, en todo caso, esa línea sucesiva correspondía exclusivamente a Europa Occidental. No resisto la tentación de trascribir una parte del párrafo de Marx, quien, refiriéndose a un traductor al ruso del primer volumen de su obra más importante, El Capital, de apellido Mijailovski, escribió: “Quiere transformar mi explicación de los orígenes del capitalismo en Europa Occidental en una teoría histórico-filosófica de un movimiento universal necesariamente impuesto a todos los pueblos, cualesquiera sean las circunstancias en que se encuentren, y que desembocará, en última instancia en un sistema económico donde el enorme incremento de la productividad del trabajo social permitirá el desarrollo armónico del hombre. Debo protestar por eso. Me hace un gran honor pero a la vez me desacredita” (Ver: Tom Bottomore y Maximilian Rubel, Karl Marx sobre Sociología y Filosofía Social, Editorial Lotus Mare, Buenos Aíres, 1976, página 37). En efecto, la delineación clara de la economía política (“economía basada en intereses”) capitalista aparece desde, por lo menos, la segunda mitad del siglo 15, cuando Estados en formación en Europa Occidental, como el actual Estado Español, inician su expansión y se encuentran con el continente que hoy llamamos Americano. Previamente, en el caso de España, como bien lo escriben los historiadores españoles mismos, en la Península Ibérica, el proceso de expansión de lo que vendría a constituir al Estado español, se consolidó con la expulsión de los árabes y posteriormente, con la de los judíos (Ver: David K. Fieldhouse, Economía e Imperio. La expansión de Europa. 1830-1914., Siglo XXI, México, 1978; Teófilo Ruiz, Historia Social de España. 1400-1600, Editorial Crítica, Barcelona, 2002). Al momento en que las naves de Cristóbal Colón irrumpen en el Mar Caribe (ese “Mar Nuestro”), en las décadas finales del siglo 15, el Estado Español estaba en proceso de consolidarse, incluyendo bajo su dominio a otras regiones de la Península Ibérica. Me parece, que en mucho, la llamada Conquista de territorios hoy americanos, fue una extensión de ese proceso de consolidación del Estado español. Como bien sabemos, el dominio español se consolidó primero en El Caribe desde donde se lanzarían las expediciones de invasión y conquista de la tierra firme llamada por error, “las Indias”.
¿Qué situación encontraron los Castellanos en la tierra firme? En primer lugar, en lo que es hoy México, un conglomerado de pueblos con diferentes configuraciones sociales, políticas, económicas y culturales. Si tomamos como referencia la Cuenca de México formada por los Lagos de Chalco, Texcoco y Xochimilco, llamada actualmente Valle de México, la situación en el siglo 16 era la siguiente, dicha a grandes rasgos: hacia el norte, la llamada por los Mexicas, “Huey Chichimeca Tlalpan”, que podemos traducir como “La Gran Chichimeca”. Era ese vastísimo territorio el lugar de habitación de los grupos cazadores-recolectores, los nómadas complejos, que fueron conocidos como Chichimecas. La palabra se presta a varias interpretaciones. En el náhuatl, digamos “estándar”, chichi significa perro y mécatl, hilo, o mecate como decimos castellanizando el término. Por lo tanto, como decía el historiador mexicano Wigberto Jimenez Moreo, Chichimeca quiere decir, “hilo de perros” o, “los que descienden de los perros” que querría decir, despectivamente, que los Chichimecas eran “salvajes” a los ojos de los pueblos asentados en la Cuenca Lacustre. Pero hay otras posibilidades de entender el término. Chichi también quiere decir “leche materna” (¿por eso llamámos “chichis” a los senos femeninos en México?) y “mecate”, los que descienden de “leche”, es decir, lo contrario de “salvajes”: los que tienen un linaje, los que han “mamado” (¿vendrá de allí el término “mamón” tan usado en México?). El caso es que los Chichimecas constituían un gran conglomerado de pueblos, organizados en grupos de parentesco, con nombres diferentes y con lenguas distintas: un verdadero mosaico de pueblos, culturas y lenguas que aún hoy día no terminamos de conocer.
Hacia el oriente, los castellanos encontraron a los Totonacas, a grupos de habla náhua y quizá tuvieron contacto con los Popolucas. En el Sur-Sureste, el mosaico de pueblos es también notable, con grupos etnolingüísticos variados, desde los de habla otomangue hasta los diversas variantes del Maya, en Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán. Oaxaca ha sido y sigue siendo un verdadero abanico de pueblos y culturas, con los Mixteco-Zapotecos entre los más conocidos, pero en donde también vivían y viven, los Mixes, los Zoques, los Triquis. En el Centro de lo que es hoy México, justo en la Cuenca Lacustre, se localizaban grupos nahuas, de ascendencia chichimeca, entre otros, los Mexicas o Aztecas, además de los grupos de Azcapotzalco, Xochimilco, Tláhuac. También los pueblos nahuas de Chalco-Amecameca que se conectaban con los Tlalhuicas del actual estado de Morelos, en donde habitaban, así mismo, grupos de habla náhua. Por supuesto, en un territorio coincidiendo con lo que es hoy el estado de Tlaxcala, habitaban los Tlaxcaltecas, también de ascendencia chichimeca (ver: Francisco de San Anton Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, Anales de Chalco-Amaquemecan, edición y paleografía de Silvia Rendón, México, Fondo de Cultura Económica, 1965).
Para entender con precisión a este mosaico de lenguas y culturas, sociedades y visiones del mundo, el etnólogo alemán radicado en México, Paul Kirchhoff, auxiliado por el historiador mexicano Wigberto Jiménez Moreno, propuso una macro regionalización, válida para el siglo 16, justo el momento de la llegada de los Castellanos. Es la conocida clasificación en Mesoamérica, Oasis América y Arido América. Aunque muy discutida por los arqueólogos, los historiadores y los etnohistoriadores tanto de México como de otros países, el concepto de Mesoamérica se sigue usando (Ver: Paul Kirchhoff, Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales, México, Sociedad de Alumnos de la ENAH, 1965. La primera edición es de 1943; también se puede consultar en línea a la Revista Mexicana de Arqueología). Mesoamérica quedó comprendida desde la ciudad arqueológica de La Quemada en Zacatecas hasta el Golfo de Nicoya en la actual Costa Rica. Corresponde a la macro región de los cultivadores complejos. Árido América es la Gran Chichimeca, que comprende los diferentes Nortes del México actual, más los estados de Texas, California, Arizona y Nuevo México en los Estados Unidos. Como esa amplísima región es el territorio nómada, se adoptó el término de Oasis América allí en donde hubo “islotes” de cultivadores como en Paquimé, Chihuahua o en los pueblos de cultura Anazazi en los Estados Unidos actuales. Así que al producirse la invasión del grupo armado comandado por Hernán Cortés, que desembarcó en lo que es hoy la Costa de Tabasco, se hablaban en el territorio que abarca nuestro actual país, una notable variedad de idiomas o lenguas, con sus respectivas variantes, pertenecientes a diferentes familias que los lingüistas clasifican como Yuto-Azteca, Hokana, Álgicas, Otomangueanas, Toto-Zoqueanas, Mayenses (ver: Catálogo de las Lenguas Indígenas Nacionales, Editado por el INALI y que está en línea), entre las principales, además de un conjunto de lenguas que aún no han sido clasificadas. Todo este gran conjunto de pueblos, lenguas, culturas y sociedades, no constituían una comunidad, ni política ni cultural. En contraste con los grupos Chichimecas, las sociedades que vivían en la Cuenca Lacustre, al igual que las de las regiones Mayas, conocían el Estado, el manejo político (interesado) de la economía y constituían sociedades desiguales, con clases sociales bien diferenciadas. (Sugiero a quien se interese, buscar los trabajos de Pedro Carrasco, Pedro Armillas, Ángel Palerm, Mercedes Olivera, Johana Broda, Beatriz Albores, Brigitte Boehm, José Lameiras, Enrique Flores Cano, Alfredo López Austin o Miguel León-Portilla y seguir allí las líneas bibliográficas).
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 30 de marzo de 2019.
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