Legión de maniquíes
Casa de citas/ 422
Legión de maniquíes
Héctor Cortés Mandujano
Cuando me encuentro lejos de ti, no soy más que un pájaro disecado
Leonora Carrington,
en “Las hermanas”
Como casi todos, supongo, conocí a Leonora Carrington por sus pinturas. Luego hallé un cuento suyo que me encantó en la Antología del humor negro, de André Breton, y después gocé, con mi nieto Jacobo, de su libro (que incluye dibujos suyos) Leche del sueño. Leo ahora El séptimo caballo y otros cuentos (Siglo XXI, 1993), que es una maravilla.
[En El maestro y las magas, Alejandro Jodorowsky la recuerda como una mujer llena de magia. Y eso tienen sus historias extrañas, poéticas: magia.]
No sé si la Carrington y Elena Garro eran amigas, pero “¡Vuela, paloma!”, de la primera, y “Los pilares de doña Blanca”, de la segunda, comparten parte de la trama y personajes parecidos. Las dos historias se alejan de la lógica al uso, por supuesto.
En el texto de la Carrington un hombre a caballo ruano llega a ver a la protagonista (´p. 28): “Se detuvo al pie de mi balcón y alzó los ojos hacia mí.
“—Traigo una carta que requiere inmediata respuesta.
“La voz era de hombre; así que me sentí completamente perpleja en cuanto al sexo de la persona.
“—¿Quién eres tú? –pregunté con cautela.
“—Soy Ferdinand, emisario de Celestin des Airlines-Drues.”
Y dice la Garro (Obras reunidas II. Teatro. Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 16): “Entra a escena el Caballero Alazán, con su hermosa cola dorada. En la mano lleva una lanza”. Con su lanza golpea el muro. Blanca asoma la cabeza por encima de la muralla y dice: “¿Qué deseaba? Aquí no hay entrada y mi marido olvidó poner un aldabón. No recibimos visitas. […] ¿A quién buscas con esos ojos terribles?”
Y dice Alazán, humildemente (p. 17): “Me busco a mí”.
Vuelvo a la Carrington. En “Esperando” hay este diálogo (p. 74):
“—¿Crees tú –prosiguió– que el pasado muere?
“—Sí –dijo Margaret–. Sí; si el presente lo degüella.”
En “La puerta de piedra”, que es prácticamente una novela corta, dice (p. 87): “Las palabras son traicioneras porque siempre son incompletas”.
Y en “Mi madre es una vaca” dice (p. 216): “Ser una criatura humana equivale a ser una legión de maniquíes”.
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Leo y releo a Stevenson en Los hombres dichosos y otros cuentos y fábulas (Edimat, 2002), quien, pese a su carácter de clásico, parece un escritor contemporáneo.
“Los hombres dichosos” llaman, en el relato que da título al volumen, a una bulliciosa porción del mar, donde se han hundido varias embarcaciones (p. 56): “Era un ruido casi alegre que sonaba por encima de los otros ruidos de la noche, o por lo menos, si no alegre, sí con una portentosa jovialidad. Y, ¡ay!, sonaba incluso humano; como cuando hombres salvajes que han bebido hasta la razón y han descartado el habla gritan juntos a voces en la locura del momento”.
El tío Gordon, viejo y loco, se pasa mirando el mar y bebiendo. Cree saber mucho de él (p. 33): “El mar es como la tierra, sólo que más terrible. Si hay gente en la tierra, hay gente en el mar. Puede que muertos, pero gente de todas formas. En cuanto a demonios, no hay como los demonios del mar”.
En “El tesoro de Franchard”, el doctor canta una canción que yo me sé desde niño como “Mambrú se fue a la guerra”. El pie de página me informa que (p. 186) “Malbrouk se fue a la guerra”, que no Mambrú, es el “refrán de una famosa canción burlesca sobre el Duque de Malborough (1650-1722), un general británico al que la reina Ana regaló el palacio de Blenheim en tributo a su victoria contra los franceses”.
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16 cuentos latinoamericanos (varias editoriales y la Unesco, 1992) junta a escritores muy conocidos internacionalmente con otros que son glorias literarias en sus países, pero desconocidos del público fuera de sus fronteras.
Abre la colección “La señorita Cora”, de Julio Cortázar, y como al mismo tiempo estoy leyendo Cartas 1964-1968, volumen 2 (Alfaguara, 2000), de Cortázar, leo que, coincidentemente (p. 931), en la carta a Francisco Porrúa, del 25 de agosto de 1965, le manda lo que será su libro Todos los fuegos el fuego donde aparece en cuarto lugar “La señorita Cora”; en otra carta, 22 de agosto de 1966 (p. 1065) cuenta que está leyendo, lo mismo que yo en estos días, el libro de Boswell (La vida de Samuel Johnson ) y menciona varias veces a su mamá, doña Herminia, que se llamaba en femenino como se llamaba en masculino mi papá. En fin…
Magaly García Ramis, de Puerto Rico, es la única mujer en el libro de cuentos. En su cuento “Flor de cocuyo” cita dos piropos agresivos que a la personaja del cuento no le hacen mella (p. 175): “Adiós flor de ajo, y si no me miras vete pal carajo” y (p. 179): “Adiós flor de cocuyo, todo lo que me cuelga es tuyo”.
En “Corazonada”, de Mario Benedetti, se me hizo simpático que la sirvienta que narra sus amoríos con el hijo de la patrona diga que rechazó al pretenso (p. 200) “por obediencia a la Señora”, pero también “pormigo misma”.
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En los libros religiosos y laicos de la India (que últimamente he leído) las serpientes, al contrario de la fábula bíblica, aparecen como sagradas. En Pompeya, guía a las excavaciones (Electa Napoli, 2013), de Pier Giovanni Guzzo y Antonio d’Ambrosio, se señala que esta idea fue o es también romana, cuando describe varios objetos, entre ellos un sistro (un instrumento musical), cuidados, es decir (p. 102), “guardados por la cobra sagrada”.
Contactos: hectorcortesm@gmail.com
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