El silbido del viento
-No había puesto atención en todo lo que conlleva el viento en la vida- susurró para sí Gertrudis, luego de una experiencia ocurrida durante su viaje más reciente.
Se remontó a su relación con la naturaleza, desde pequeña tenía la fortuna de convivir con ella. Vinieron a su mente los instantes en que visitaba a sus abuelitos y solía escuchar el sonido que producía el aire al entrar en contacto con las hojas de los árboles. Sin embargo, niña al fin, no le prestaba tanta atención.
Recordó las veces que había escuchado y leído diferentes leyendas locales, donde el viento jugaba un papel fundamental, sobretodo en historias llenas de misterio y encantamiento.
Le llegó la imagen de los efectos que asemejaban al viento en las producciones radiofónicas y le daban un carácter muy especial al ambientar lo que se recreaba.
Se situó en esa noche del viaje, el camión hizo su primera parada. Gertrudis decidió pasar al sanitario. Antes de bajar observó el incesante movimiento de las hojas de los árboles aledaños a donde estaba el camión.
– A ver qué tal está el viento- dijo.
Las ráfagas se sentían fuertes y cálidas. Antes de regresar a su asiento, se acercó a un espacio despejado. Observó la Luna, solía fallar en las fases, no supo si era cuarto menguante o creciente, como siempre se sintió atraída por el encanto de su brillo.
Percibió las ráfagas del viento sobre su piel, al tiempo que escuchó los ladridos de perros. En algún momento pensó que era por su presencia, estaba cercana a una casa de donde venían unos ladridos.
Desistió de esa idea al pasar por su mente que, en casa, de pequeña solían decirle que los perros ladran en la noche a manera de algún presagio.
Recordó a todos sus perros, las veces que solían ladrar en las noches. Siempre vigilando. Les echó de menos, en especial a su querida Pánfila quien jugaba con ella y a quien había perdido días atrás.
Con los ojos húmedos subió y regresó a su asiento. Dormitó un poco hasta que percibió que el camión se había detenido. Soñolienta prestó atención a un ruido incesante, el viento. Sintió cómo el autobús se mecía por las fuertes ráfagas. Le dio angustia.
El tiempo transcurrió sin que el camión siguiera su rumbo. La gente pasajera se inquietó. Alguien exclamó que adelante se percibía una pipa volcada.
– ¡Ay! Hizo una explosión. Dijo otra persona.
El conductor estaba nervioso, a la espera de qué sucedía. Alrededor de una hora después el camión continuó su ruta.
El panorama observado era terrible, una torre derribada, una pipa volcada y ardiendo, así como un trailer con doble remolque volcado y varias patrullas alrededor.
Asombrada por lo sucedido y agradecida por poder continuar su recorrido, Gertrudis recordó el silbido del viento y los ladridos de los perros. ¿Habría sido augurio o mera coincidencia? Jamás olvidaría esa noche.
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