Pinche india
No es de extrañar que un mexicano se refiera a otra mexicana de descendencia étnica como “pinche india”. Ya ha pasado con los migrantes centroamericanos, y con cualquier evento donde involucre a la diversidad cultural de este país mestizo, atascado de alabanzas folclorizantes cuando se habla de indígenas, pero renegado de su idiosincrasia y por tanto de su eterno dilema de no saberse nunca quien es.
No es raro. Lo que sí es infrecuente es el hecho de no sabernos racistas recurrentes. Decimos y hacemos las cosas pensando que no lo somos, ahí es donde radica la contradicción, esa doble moral que nos hace sentirnos superiores simplemente porque necesitamos serlo. Nos hacemos nosotros mismos negando al otro, al débil cultural, según esta mirada, mientras endiosamos al que pensamos es similar pero nunca habremos de alcanzar en nuestros sueños recurrentes “occidentales”.
Es interesante lo que ha producido la película Roma, mas allá de su crítica cinematográfica. Ha revuelto y expandido ese sentimiento que aflora cuando hay crisis y alejamiento de las certezas. Cuando Roma es nominada para los premios Oscar, algo pasa en la psique nacional, la sacude en su más hondo sentimiento Malinche y en la incredulidad por el arte manufacturado nacionalmente. Pero realmente la trastoca a grados inimaginables cuando una actriz que no es tal, una indígena asumida, mujer, mostrando sin recato su estética que, por supuesto, no es la que Hollywood esgrime como glamur, es nominada como una naciente estrella. Entonces sí que pasa algo.
Lo de “pinche india”, no es más que una prueba (eso sí, irrefutable y terriblemente indecente) de lo que están hechos una gran parte de connacionales. El actor que lo expresó, lo hizo así de natural, quitado de la pena, como quien pide un taco en cualquier esquina. Lo dijo porque puedehacerlo. Lo más normal del mundo. Después se retractó porque vio peligrar su (mediano) trabajo como (mediana) figura pública de telenovelas de Televisa, no porque en realidad se haya arrepentido moralmente de su acto.
Lo de menos es que la película gane como la mejor (yo creo que sí la premiarán), o que la profesora Yalitza Aparicio sea considerada como la mejor actriz del cine estadounidense (tampoco creo que gane). No creo que Roma sea la “obra maestra” de Cuarón, tampoco me voy con el idealismo tan socorrido y romántico de poner en escena a la servidumbre fiel y sumisa ante patrones urbanos y blanquecidos. Lo más importante es que por primera vez en la historia de una de las industrias culturales más poderosas de Estados Unidos y del mundo entero, haya considerado a una mujer indígena para llevarse la estatuilla, y es mexicana, lo cual no es algo anecdótico. Aunque no es la primera vez que alguien de origen étnico se le premia o aparece en las alfombras rojas de la industria, es trascendente ver que una indígena de México estará ahí. Sacheen Littlefeather, la chica apache que apareció para rechazar el Oscar otorgado a Marlon Brando denunciando violaciones a los derechos civiles de las etnias estadounidenses, y la keniana Lupita Nyong´o le han dado un toque político al evento, pero en al actual contexto esto cobra otra relevancia.
Ante los discursos de intolerancia que actualmente promueve el presidente de Estados Unidos, el país se ha dividido en una batalla simbólica sin cuartel. Desde los movimientos cívico sociales, las tecnologías de la información, las redes sociales y, por supuesto, las industrias culturales no son ajenas a ello. También se movilizan y encauzan otros lenguajes contrarios a los que segregan. No es casual que en la industria cinematográfica haya habido toda una protesta cuando Donald Trump llegó a la presidencia; tampoco que hayan ganado cineastas mexicanos tan recurrentemente, sin demeritar su calidad y sus obvios méritos artísticos, y ahora nominan a una mujer indigena. La influyente Hollywood juega sus cartas, las blande como balanza y apremia a enfrentar los muros imaginarios del truhán que gobierna el pais del norte; es otra posibildad de lucha en el terreno de la cultura gringa.
Mientras tanto en México alguien dice “pinche india” y se desmorona todo. Es difícil de creer, pero ni siquiera lo políticamente correcto pudo encubrir la necesidad de enunciar la frase, ante personas y sabiendo que igual trascedendería más allá de la charla. Pero lo que más aturde es que aún en un contexto de violencia y de odio que avasalla el mundo, pueda alguien decirla sin rubor, más cuando se entregará un premio donde esta condición social, la étnica, es fundamental para entender la necesidad cultural de hacernos mejores hombres y mujeres, en un mundo que, si sigue así, no habrá más indios o marginales para ni siquiera denigrar.
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