Tuxtla Gutiérrez, mediados del Siglo XX
[7ma. de 14 partes]. No le llegó usted a la cuestión de las apuestas. No, no. Al billar, al cubilete, a la baraja, a los gallos… No, a eso si no. Nada. Iba yo a los palenques, pero a ver nada más. Nunca [a] apostar, nunca aposté. Don Teófilo Cruz Nuricumbo pues… el que tenía una llantera, una planta renovadora… La Panamericana… él se asoció con don Juan Pérez y [montaron ambos] un palenque. Tenía cantidad de gallos, pero nada más los acariciaba, los sobaba, y tenía muchas pistolas también… me acuerdo. Nunca jugó sus gallos. Sí llegaban los galleros a jugar ahí, a amarrarlos con sus espolones y navajas y… todo eso era muy bonito porque había alrededor [árboles de] mango, mucha sombra en el palenque.
Está usted hablando de un palenque improvisado, con palos y cerca de tela, provisional… No, no. Era de madera todo. No sé si era de esas varillas delgadas que les llaman [pituti u otate]… que se da en el monte, o de palos rollizos más gruesos, ya no recuerdo bien. Pero sí era la rueda formal. Sí. Era la rueda, tenía su entrada y su salida, y tenía pues, todo lo que [tienen los palenques], y apostaban ahí, y había gallos que ahí se morían pues, se mataban. Porque ese era la cuestión: ganar dinero, y no pagaban lo que pagan ahora como impuestos, un porcentaje. En aquel entonces no pagaban nada. Pero él siempre estaba ahí, [don Teófilo Cruz], vestido todo de blanco.
El legendario Juan Pérez
Me llama la atención el segundo personaje… don Juan Pérez, pues varias veces he escuchado de él, sin entender su historia… Sí. Juan Pérez Hernández se llamaba. Un tipo de pueblo que nadie daba un peso por él, y sin embargo llegó a tener dinero, negocios. Un tipo inteligente, trabajador, probablemente muy buen administrador de su dinero. Platíqueme lo que sepa de él…
Este señor era de Cintalapa. Todo el mundo lo conocía, porque andaba con un su morral siempre. De los de ixtle, de Berriozábal. Toda la vida andaba con morral y… le diré: no muy limpio. Siempre andaba sucio el hombre. Es el señor que con el tiempo compró ahí donde está ahorita la Nissan [y construyó ahí una agencia de autos]. Distribuía los camiones Internáshional y los carritos Datsun. Tenía mucho dinero. Tenía un aserradero en San Cristóbal… creo que se llamaba El Jardín; tenía su rancho de ganado y todo eso… Tenía una planta eléctrica en Cintalapa, [con la que] daba luz a todo Cintalapa.
Y cuentan que cuando llegó la Comisión Federal de Electricidad ahí, [el funcionario] le dijo: don Juan. Le compramos su planta. ¡Jo! No está en venta, dicen que dijo y… prefirió que se echara a perder la planta. Ahí estuvo arrumbada, dicen, y que nunca la vendió. Pero resulta que [con el tiempo] le fue muy mal a este señor. Era muy buena gente, muy humilde, no presumía nada y… hay una anécdota que le pasó en [la ciudad de] México. [Cuentan que] llegó al aeropuerto con su morralito, y que lo vieron sospechoso, y que le dijeron:
—A ver, a ver. Deténgase, —y que se acercó la policía.
—A ver, abra. —[Le ordenaron]—. ¿Qué trae usted en el morral?
—Pues mis pertenencias, mi dinero, —les dijo.
Llevaba el morral repleto de dinero. Lleno el moral de [fajos de] billetes. Y que le preguntan:
—¿Y dónde lo agarró usted todo esto?
—¿Que dónde lo agarré? Pues no. Es mi dinero, —[les explicó]—, y lo acabo de retirar del banco.
—¡No señor! —[le respondieron]—. Eso no es posible. Lo vamos a llevar detenido.
Mire, me resisto, —dicen que dijo—. Si quieren preguntar, háblenle al gerente del Banco Nacional de México… se llama Fulano de Tal y este es su teléfono.
Y le hablaron y… ¡Qué va a ser! Que el [propio] gerente [del banco] llegó al aeropuerto. Él mismo lo fue a respaldar. Sí y quee…
—¿Qué pasó don Juanito?
—Nada, quee… puees… estos señores me quieren llevar detenido, que porque traigo dinero.
—¿Quién dice todo eso?
Y en eso se muestra el comandante, los policías, todo eso y… ¡Pero no es posible! No. Dice el gerente. Yo respondo por ¡don Juan Pérez Hernández! Ese dinero lo retiró del banco y se va a Tuxtla Gutiérrez [ahora]. Él tiene negocios allá, y trabaja con nosotros ¡Y ahora déjenlo ir!
Y como pesaba ese señor [el banquero], ahí se quedó todo. [Otra] vez, cuentan que ahí, en la refaccionaria [de la agencia automotriz], llegó una cajita de cartón, amarrada. Y que le dijo al de la refaccionaria, al dependiente: guárdame esto, joven. Ahí paso por ella. Pero pasó una semana, pasó un mes, pasaron cuatro meses y se olvidó. Pero [en la ocasión en que] por fin [don Juan] llegó, dicen que [le dijo] el dependiente de la refaccionaria: don Juanito, le dice. Aquí me dejó usted una cajita recomendada [desde hace tiempo]. ¿Se la entrego? No, no. Dásela a Tachito. Tachito era su contador. Y se la entregó. Peroo… ¿qué cree usted que llevaba la caja? ¡Puros billetes! y Tachito se quedó con ese dinero.
Entonces sí son ciertas todas las anécdotas que se cuentan de él. Acerca de que, por ejemplo, llega a la Ford y dice: Quiero este coche, lo quiero comprar, y que le contestan: ¿qué? ¿Usted? Y sí. Claro que sí. Aquí está el dinero en efectivo. Y que en ese momento saca el dinero del morral, y se compra al instante el mejor coche que vendía la Ford en ese momento. Y nadie creía esto, debido a que no lo conocían. Naturalmente, quien lo conociera sabría que ese era su estilo, su modo peculiar de ser…
Dicen pues… que llegó a la Chevrolet de don Ciro Farrera [Escobar] y… el gerente no recuerdo quién era; el gerente en aquel entonces, pues… como iba con su morral y toda su horma, y con guaraches todavía… quedó viendo el carro ¿no? Daba vuelta y vuelta, y que le dice el gerente al mozo: oye. Córreme a ese mendigo que vueltea. Que se vaya. Sácalo. No vaya [a] rayar el carro.
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