México después de 1968 (tercera y última)
Al llegar Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia de la República, se marca un cambio en los círculos de poder en México. Terminan aquellos políticos que egresaban de las aulas de la Universidad Nacional Autónoma de México, con algunos ingredientes ideológicos de la Revolución Mexicana, y llegan los tecnócratas formados en las universidades norteamericanas o en instituciones privadas mexicanas afines al gobierno norteamericano. Se habló de la modernización económica de México, impulsando el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos y Canadá y del fin de la Revolución Mexicana y el Nacionalismo Revolucionario, para instaurar el “liberalismo social” y colocar a México en el lugar de los países del primer mundo, tal como lo proclamó Salinas de Gortari. El movimiento estudiantil de 1968 entró a una nueva fase de conceptualización por parte de los círculos políticos en el poder y comenzó a retomarse, desde el Estado Nacional, como un “parteaguas” entre el México violento y autoritario y el México renovado y democrático, miembro del primer mundo. Por supuesto, tal renovación-se decía- se debía a los nuevos políticos mexicanos, forjados en las aulas universitarias norteamericanas, portadores de las más eficaces fórmulas económicas para rescatar al país del atraso y de la tradición, escúchese, las culturas populares, concebidas como un lastre para el desarrollo del país. Un punto muy interesante y reciente es que el Estado Nacional Mexicano pasó de achacar el movimiento estudiantil a una “conjura comunista” para desprestigiar los juegos olímpicos celebrados en México en 1968, a un “complot” interno de los sectores más atrasados de los círculos políticos mexicanos quienes, desde los entretelones de la Secretaría de Gobernación y de la Dirección Federal de Seguridad, urdieron la trama y manipularon a los estudiantes, hasta conducirlos a la trampa de la tarde del 2 de octubre de 1968. Tal teoría se expone en las pantallas de televisión mexicanas a través de una serie “Netflix” titulado “Extraño Enemigo”. Se trata de exculpar al ejército por las masacres habidas no sólo en Tlatelolco sino en el transcurso del movimiento estudiantil.
El 1 de julio de 2018, la votación en las elecciones para elegir a Presidente del País, le dio el triunfo a un nuevo partido político, Morena, liderado por un político de izquierda muy conocido: Andrés Manuel López Obrador. Su triunfo fue impresionante: 30 millones de votos. Nunca un candidato había triunfado con semejante claridad, ni siquiera en los mejores tiempos del PRI. Muy pronto, Andrés Manuel López Obrador y su círculo más cercano, proclamaron que, por fin, se habían alcanzado los propósitos del movimiento estudiantil de 1968 al instaurarse un gobierno democrático. Recuérdese que en México ganaba el PRI, siempre, a base de trucos en las urnas, hasta que, en el año 2000, por un arreglo con los Estados Unidos, se “permitió” la llegada del PAN y de Vicente Fox Quezada a la Presidencia del país. Vino después el triunfo de Felipe Calderón (PAN), a base de un descarado fraude electoral, perdiendo las elecciones Andrés Manuel López Obrador, propuesto por el PRD. Recupera el PRI el poder con Enrique Peña Nieto en 2012 y finalmente, es sucedido actualmente por López Obrador que tomó posesión del cargo el 1 de diciembre de 2018. Morena, el partido ganador, tiene el control absoluto de la Cámara de Diputados y de la Cámara de Senadores, al desplazar a los anteriores diputados y senadores. Una de sus primeras acciones-sin duda de buena fe- ya instalados en el poder, fue proponer que se inscribiera con letras de oro en las paredes del Senado de la República la leyenda “Movimiento Estudiantil de 1968” lo que ya se llevó a cabo. Como participante en el movimiento estudiantil y como miembro del Consejo Nacional de Huelga, no me alegra lo sucedido. Antes de inscribir el nombre del Movimiento en las paredes del Senado, el Estado Nacional Mexicano debe transformarse y dar paso a una sociedad democrática, controlar al capital financiero orientando un cambio en la economía política del país, desterrar la corrupción y la impunidad, además de que el Ejército Nacional debe pedir perdón por las masacres y dar satisfacción a deudos y familiares de los asesinados. Mientras eso no suceda, opino que el escribir el nombre del movimiento en paredes oficiales no es más que un acto de cooptación política.
Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 16 de diciembre de 2018.
P.D. Sugiero leer, en este cincuenta aniversario del 68 a, Raúl Álvarez Garín, La estela de Tlatelolco, México, COMITÉ 68/Itaca, 2018 (es la quinta edición).
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