La internacional derechista
La sorprendente victoria de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos se enmarca en un conjunto de resultados electorales en Europa y América Latina. Gracias a ello se han visibilizado una serie de partidos políticos y líderes con propuestas que se pueden denominar retrógradas.
La división derecha vs. izquierda en la política, en crisis en los últimos años dadas las pocas diferencias planteadas en los programas de los partidos, no impide observar el aumento de una serie de movimientos con posicionamientos sumamente conservadores en materia social y que apelan a un nacionalismo ramplón y xenófobo. Hungría, Austria, España, Francia o Italia así lo demuestran en Europa, lo mismo que ha ocurrido en Brasil gracias a la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales del país sudamericano.
Los motivos de este crecimiento intentan ser interpretados, sin embargo lo que parece unánime para todos los analistas es la quiebra de la confianza en los manidos discursos de las fuerzas políticas que han dominado el panorama de la mayoría de países con una democracia representativa como modelo de gobierno. Discursos convertidos en repeticiones insulsas para los votantes hartos de escuchar similares peroratas y sin ofrecer soluciones a sus problemas cotidianos. Lo anterior es explotado por las fuerzas conservadoras, muchas de ellas emergentes, y que atacan, como ha ocurrido en otros momentos históricos, flancos débiles de esas sociedades buscando confrontaciones maniqueas, como puede ser su obsesión contra los inmigrantes en Europa.
Similitudes de estos movimientos prolongadas con la presencia en dichos países de una figura que ocupó un puesto de estratega en la Casa Blanca durante los primeros meses de la presidencia de Donald Trump, se trata de Stephen Bannon. Personaje que también estuvo trabajando de forma muy notable en la campaña del empresario estadounidense; tarea que ha continuado desarrollando en países europeos y que incluso se ha concretado con la creación en Bélgica de The Movement, con el deseo de convertirse en un referente europeo de ese internacionalizado conservadurismo.
Las posiciones ideológicas surgidas de esa propuesta se alejan del liberalismo político clásico para tomar la bandera del conservadurismo religioso y que, en materia económica, se acercan al liberalismo económico más ácrata, aquel donde las instituciones del Estado deben adelgazarse al máximo. Un tema, este último, de amplio debate en los Estados Unidos. Junto a ello destacan las medidas contra la inmigración, la apuesta por el proteccionismo comercial y el crecimiento en el gasto en infraestructura como detonante económico y, contraparte, de la reducción del gasto administrativo del Estado. Así, frente al mundo global su propuesta es un repliegue hacia el interior de los países defendiendo a la nación unívoca frente a las influencias externas.
En definitiva, aparece en el panorama mundial una propuesta política ultraconservadora con un rápido auge electoral y con influencia en países de relevancia en el mundo global. Un posicionamiento totalmente alejado de aquella nueva derecha europea que lideró en los años 70s del siglo pasado Alain de Benoist en Francia, con propuestas sorprendentes como la defensa de las particularidades étnicas, el rechazo al cristianismo, la primacía de lo espiritual sobre lo material y el rechazo tanto del liberalismo como del marxismo. Una formulación más filosófica y, por ello discutible, pero que no ha tenido el peso que ahora representan los partidos políticos cercanos a este The Movementliderado por Stephen Bannon.
Dado el crecimiento de estos discursos en los últimos años habrá que estar atentos, en especial, en sociedades cansadas de vanas promesas puesto que las soluciones de fácil expresión discursiva no siempre representan la eliminación de las causas de los problemas reales. Renunciar a ciertos principios liberales, como los de las libertades civiles y la igualdad social, para defenderse de los supuestos peligros procedentes del exterior es un error que puede hipotecar los logros políticos y sociales conseguidos.
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