Impunidad: nuestro cáncer
Al momento de publicarse este Galimatías, sábado 19 de enero, despertamos con la noticia de que un ducto de gasolina en Hidalgo explotó, dejando una lista de víctimas que puede alcanzar el centenar.
Mientras tanto, ayer, en Amatán Chiapas, un grupo paramilitar secuestró a 50 personas de la región, dos de las cuales, Noé Jiménez Pablo y otra más aún sin identificar, fueron hallados ayer mismo asesinados y con signos de tortura.
Antes, la semana pasada, el total de feminicidios en Mexico en lo que va del año rondaba ya 20 casos.
Estos tres sucesos tienen algo en común, que no es ni la comisión de un delito ni el dolor por las muertes. El hilo invisible que los une es el de la impunidad.
Las raíces latinas de la palabra “impune” describen aquello que queda sin castigo. Y tal acción ilícita o indebida, acción que no respeta el pacto social y la vida en sociedad constituye un delito. El problema viene cuando vivimos en una sociedad donde es posible cometer delitos sin temor a consecuencias.
No existe un modelo de sociedad perfecta. Las debilidades y las necesidades humanas pueden dar pie a actos indebidos, a delitos de menor o mayor envergadura y es tarea y necesidad de las instituciones de cada sociedad regular la conducta de sus ciudadanos y ciudadanas mediante la vigilancia del cumplimento de las normas y el castigo para quienes no las respetan.
Y vuelvo a mi planteamiento inicial.
Qué es lo que hace posible que antier en en Amatán, como en 2014 en Ayotzinapa, grupos delictivos se asumieran con el poder para desaparecer y asesinar a semejantes sin temor alguno.
Qué pasa por la cabeza de un esposo, de un novio, de un taxista, un profesor o cualquier otro varón para hacerlo capaz de atacar sexualmente y asesinar a una mujer que en muchos de los casos le era cercana.
Qué es lo que facilita que centenares de personas a lo largo del país hagan de una conducta de alto riesgo como la extracción de gasolina su modo de vida.
En los tres casos, mi percepción es que la razón de fondo es justamente esa sensación de impunidad. La certeza de que no hay sanción, ni consecuencia ni castigo y que por lo tanto dicha acción es viable. Modificar este patrón de pensamiento no será cosa de meses ni de años, ni tampoco de un sexenio.
La solución demanda en mi opinión dos acciones iniciales profundas:
Primero, elevar el castigo a esta clase de delitos. Que la violencia intracomunitaria y el fomento a grupos criminales y paramilitares sean castigados con severidad.
Que nuestras instituciones de justicia reconozcan la violencia de género que nos corroe y tomen acción para detener los feminicidios que -según algunos registros- se comenten en nuestro país uno cada cuatro horas sin que nuestros legisladores vean esto como una situación de emergencia y no lo clasifiquen como delito grave -vergüenza y decepción por tamaña insensibilidad-
Que el huachicoleo en todos sus niveles, sea castigado con prisión ejemplar para inhibir su continuidad.
Y segundo. Una acción intensiva y extensa de largo aliento. Trabajar con nuestras próximas generaciones, con nuestras niñas y niños, con nuestros adolescentes y jóvenes en una cultura de respeto, de tolerancia y de honestidad.
Hoy se habla del acoso escolar -bullying que le llaman- como un problema de las escuelas, pero urge mirar al futuro y reconocer que los bulleros de hoy, actúan de tal modo por la misma razón que un paramilitar, un feminicida o un huachicolero: asumen que la impunidad es norma y sus acciones son ley.
Para aniquilar los delitos del mañana, habría que empezar atacando la impunidad que hoy, se vive en primarias, en secundarias y jardines de infantes. Hay delincuentes porque no hay castigos. La corrupción es el síntoma, pero nuestro verdadero cáncer es en realidad la impunidad.
Un futuro mejor es posible. Pero hay que construirlo desde hoy.
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