El maíz en los instantes de la vida
Al evocar la palabra maíz vienen a mi mente los recuerdos de infancia, aquellos instantes donde solíamos visitar a mi abuelita Rosi. Ese olor a leña que salía de la cocina, acompañado de su presencia, su rostro amable, sonrisa tímida, ojos color miel, ataviada con su mandil de cuadros verdes.
La cocina era el punto de reunión de toda la familia. Recuerdo que era el espacio que más me gustaba, calientito, acogedor, en contraste con la oscuridad de sus paredes y techo ensombrecidos por el hollín de la leña.
El maíz era un elemento clave, no solo para preparar el atole agrio que solía ofrecernos en las tardes frías sino porque una de mis cosas favoritas era comer nixtamal. Ese sabor del maíz recién cocido es único. Tomaba pequeños puños, degustaba cada grano y los terminaba en un instante. Repetía la acción constantemente hasta que me daba pena que mi abuelita me descubriera. En algunas ocasiones mi mamá llenaba una taza con nixtamal y me lo daba.
Además de eso, el maíz tenía un proceso mágico de transformación, me gustaba observar su paso por el molinito, que por cierto costaba darle movimiento con el brazo, una que otra vez lo intenté y como no podía con un brazo, con los dos le daba vuelta. La magia consistía en que debaja de ser nixtamal y se convertía en masa, que por supuesto también me encantaba comer. Vienen a mi mente esas imágenes y el aroma a la masa, justo en el punto para batir con agua y preparar pozol, blanco o amarillo.
Indudablemente el maíz es un elemento fundamental en la gastronomía, en la cultura de México, de Chiapas, de mi querido Tuxtla. Sobre todo, tiene diferentes anécdotas que se relacionan con el espacio que ocupa el maíz en los instantes de la vida de quienes lo consumimos a través de sus múltiples formas.
¿Y a ustedes qué anécdota les trae hablar del maíz?
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