El EZLN y las nuevas coordenadas del poder político nacional
Por María del Carmen García Aguilar
Las lecturas sobre la “guerra” entre el EZLN y el gobierno de López Obrador corren el riesgo de tornarse en el discurso mediático del sexenio sin llegar a su comprensión, que permita romper con el tabú, y poner en el tablero del juego político lo que como fondo oscuro, pero omnipresente, está en juego: la disputa por el cambio social.
De entrada, es una confrontación discursiva con un profundo sentido de subjetividad ideológico-político. Morena se ha hecho gobierno; con 30 millones de votos, su poder se le puede definir como “potencia política”. El EZLN perdió el amplio apoyo recibido en los primeros años, y sus razones, se insiste, es su radical oposición a lo instituido. Evidentemente la realidad social no sostiene que se esté frente a una guerra entre reformistas y anticapitalistas. La realidad política de México no está para bollos, los tiempos mozos y proféticos del entones Subcomandante Marcos pasaron a mejor vida, y las acciones “progresistas” de AMLO enfrentan una oposición atroz de quienes perdieron el poder y, como un hecho no menor, de segmentos de la sociedad que creyeron que México es un país de ricos.
Si ello es así, más que proponer una nueva interpretación sobre dicha guerra, sencillamente preguntémonos primero quiénes y cuántos son los hacedores de esta confrontación, para responder después desde dónde y para qué montarla en los espacios mediáticos. Antes de dar respuestas a las interrogantes formuladas, situemos a México en el contexto mundial que, decantado en los juegos geopolíticos del capitalismo neoliberal, modula los límites de las democracias nacionales. Las potencias y los poderes económicos dominan y tutelan a las democracias de los países del sur, y practican el vasallaje democrático para calificarlas o sancionarlas a través de los múltiples organismos internacionales (BM, BID, FMI, OCDE, etc.). En otros términos, en México los derechos a la autodeterminación democrática no existen.
Pero el contexto mundial también registra una profunda crisis política visible en la democracia liberal como forma de Estado y de gobierno; la permisibilidad de la tutela democrática por quienes comandan el mundo es ya en sí, una situación de crisis de la democracia, la que se impone o se deshace desde la fuerza, la violencia y la muerte. Pero la crisis política mundial más profunda es la destrucción de los vectores que la dotaron de una naturaleza contractualista que convoca al poder de los ciudadanos, al diálogo y a la legitimidad consensuada. En otros términos, en el tiempo de la globalización neoliberal, la vertiente social de la democracia liberal, invocada por los hacedores clásicos de la modernidad, tampoco existe; priva la rehabilitación de los vectores que posibilitaron las experiencias totalitarias en el siglo XX, hoy visible, sin rubor alguno, en el “estado de excepción”, esto es, la suspensión del orden jurídico, que “legitima” y hace más cruenta toda relación entre derecho y violencia.
Sin entrar en sus complejidades y paradojas, este es el contexto político mundial y nacional, y en él se sitúa el discurso desafiante de la dirigencia del EZLN en su 25 aniversario. En palabras del comandante Moisés: “Vienen por nosotros, especialmente por el EZLN” “Vamos a pelear y lo vamos a enfrentar”. Recordemos que durante la campaña del candidato de Morena, Marcos (hoy Galeano) fue preciso: “No, nosotras, nosotros zapatistas, no nos sumamos a la campaña “por el bien de todos, primero los huesos”. Tras el triunfo electoral de éste, con su habitual sarcasmo señaló que “Podrán cambiar el capataz, los mayordomos y caporales, el finquero sigue siendo el mismo”. AMLO también fue preciso en su respuesta, de diciembre de 2019: “No vamos nosotros a enfrentarnos a ningún grupo. Nosotros queremos la paz y la reconciliación, puede haber diferencias, las hay, pero eso no significa que se vaya a caer en un confrontación o en un pleito”. Imitando el sarcasmo de Marcos, AMLO expresó: “Nadie me va a cucar”.
Abierta la confrontación, la guerra mediática de amigos y enemigos es inevitable. Pero debe indicarse que es una confrontación verbal entre quienes en su momento, con el clamor de ser de izquierda se definieron como pro-zapatistas. Después de más de dos décadas una parte de éstos se adhieren al movimiento de Morena y a su candidato. Ganan la elección y, quiérase o no, se definen nuevas coordenadas del poder político nacional. AMLO y los morenistas apuestan a jugar con las reglas de la representación democrática; por ello quienes guardan fidelidad al EZLN los acusan de “reformistas”. Las políticas y sus estrategias están preñadas de fragilidades, y resulta desafiante, e infructuoso quizás, proyectar una refundación radical de una democracia que no es lo que teóricamente dice ser. La Cuarta Transformación, como vector de una nueva correlación de fuerzas políticas, apuntala un modelo de democracia social pero su éxito no está definido de antemano, su construcción es política pero fundamentalmente social, de ella depende su sentido hegemónico. Evidentemente sería un error no reconocer sus límites, pero también sería peligroso el rechazo a la democracia, asumiéndose sin más “anticapitalista”.
En concreto, es reprochable querer denostar a AMLO, presidente de la República, y al movimiento de Morena, primera fuerza en el Congreso de la Unión, con un marco político referencial –el anticapitalismo- que no porta, ni puede portar. Se es Presidente y se es primera fuerza cameral porque se jugó con las reglas del juego de la representación política democrática. El reproche a los zapatista es su falta de resultados, resultados que éstos no se lo han planteado ni se lo van a plantear. No tienen, ni les interesa, un proyecto de nación; cuando jugaron a la democracia política reconocieron, por sus resultados, la banalidad de esa vía. Para sus adeptos, que no son pocos, pero tampoco muchos, el EZLN es el primado de la izquierda anticapitalista no sólo de México sino del mundo. En ese tenor, el análisis riguroso que se le exige a los morenistas, se lo debe autoexigir el EZLN, trascender un discurso y una idealidad, que por anticapitalista que sea, lleva a interrogarnos el ¿porqué del tránsito de la pobreza y la desigualdad a la “pobreza extrema”? ¿Por qué México ha vivido con 25 años de TLC sin oposición de la izquierda? ¿Por qué la agricultura campesina es hoy prácticamente inexistente? ¿Dónde ha estado el zapatismo? Pero también ¿Dónde los gobiernos democráticos? ¿Dónde las fuerzas de la izquierda? ¿Dónde el pensamiento crítico? ¿Dónde la sociedad?
No pedir peras al olmo, ni poner vino viejo en odres nuevos. La realidad de nuestro país es tan brutal que, ya estamos viendo que ningún gobierno podrá hacerle frente sin alterar la corrupción que anida en las estructuras burocráticas, y en los espacios de poder que hoy co-gobiernan al país, llámese empresarial, mediático o delincuencial. La política se hizo mercado, el Estado se hizo “Estado de la economía”, y la sociedad, dominada por el mercado y el consumo, se devora a sí misma.
La carta de solidaridad y apoyo a la resistencia y a la autonomía zapatista por intelectuales, académicos, artistas, actividades y organizaciones, asociaciones y colectivos nacionales e internacionales (16 de enero de 2019), no deja de emocionar y conmover, reactivando el sentido de la utopía que la realidad ha ido destruyendo. Pero genera algunas interrogantes: ¿Por qué la confrontación mediática se sitúa en una coyuntura política en la que México, con el triunfo de AMLO, irrumpe la oleada de la ultra-derecha en la política de América Latina? ¿Existe una real campaña de “desinformación, mentiras y calumnias contra el EZLN por parte de “AMLO, Morena, su aliados y votantes, y de los “buenos indígenas” que le dieron el bastón de mando al nuevo presidente?
Otras interrogantes quedan en el tintero, pero sería deseable irrumpir el espectáculo mediático, y dar cabida a un debate sobre las posibilidades de realizar y experimentar, por el ciclo político que se vive, una democracia inédita, o su contrario. El EZLN no está sólo, pero AMLO y el movimiento de Morena tampoco. El nodo de este ejercicio lo es la cuestión del cambio social que, con crudeza pragmática, millones de mexicanos exigen.
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