El espacio que habito
La tarde era fría, el viento acariciaba las hojas de los árboles que se mecían suavemente al compás de cada ráfaga que soplaba sobre ellas.
Isela contemplaba a las gallinas, guajolotes y patos que estaban comiendo adentro de su corral, al tiempo que se sostenía suavemente del tronco de un árbol de mango y percibía el vaivén de este con el viento. Un vaivén ligero, el discreto movimiento le había causado impresión, daba cuenta que el viento soplaba con fuerza.
Volvió la vista a la montaña que estaba al frente de su casa, la luz de la tarde era aún brillante, el ocaso todavía no asomaba. Caminó para sentarse en una de las bancas de cemento que tenían los pretiles. Recordó las conversaciones frecuentes con Juventino su compañero de vida y amigo y asomó a su mente la palabra espacio.
Juventino e Isela solían conversar mucho sobre la vida, temas espirituales y también sobre las situaciones imperantes en el mundo que vivían. Recientemente habían platicado sobre los espacios en que cada uno se había desarrollado.
Antes de la conversación, para Isela esta palabra carecía de interés para detenerse a reflexionar en torno a ella. Entre el canto de los pájaros que acompañaban esa tarde de invierno y el viento que no cesaba de soplar, Isela comenzó a pensar, a recordar y a volver a su interior, qué significaba para ella el espacio, los espacios compartidos y por supuesto, sus espacios.
Vinieron a su mente diversos recuerdos, anécdotas, vivencias, esto la llevó a cuestionarse cómo definir desde su sentir el significado de espacio. También se quedó reflexionando sobre qué importancia tiene el espacio, para quién o para qué.
Entre esta serie de interrogantes, llegó el atardecer, el sol se ocultó enviándole los últimos rayos de ese día directamente sobre su rostro. Ella los tomó con agradó.
Pensó que cada espacio vivido era distinto y desde su visión los espacios no estaban ceñidos a lo material, tenían un significado más intenso, incluso espiritual, eran cada parte de su ser en distintos momentos de la vida, experiencias, oportunidades para ir creciendo, aprendiendo, construyéndose y deconstruyéndose cada día. Un trabajo individual y colectivo del que ahora podía darse cuenta y agradecer.
El espacio que habito – pensó en voz alta- es un regalo de la vida y del Creador, me permite llevarlo a donde voy, recrearlo, aprender de él y seguir habitándolo.
Como si fuera el motivo de su inspiración, el canto de los grillos se dejó escuchar, en tanto que Isela siguió encontrando las respuestas a sus propias preguntas, la oscuridad había llegado y el viento seguía soplando.
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