Definición de vértigo

Pintura de Pablo Pîcasso

Es una palabra espiral, palabra que siempre desciende, no tiene posibilidad de vuelo. En cuanto la palabra vértigo asoma en la ventana de una persona ya no deja de caer. Su territorio natural es la oscuridad y conforme va en caída libre incrementa su velocidad, pero, ¡como todo en la vida!, llega el instante que llega al fondo y todo vuelve a tomar su cara hipócrita de tranquilidad. Los seres humanos no nos damos cuenta, pero el vértigo, así como la muerte, es una esencia que camina siempre a nuestro lado.

El vértigo seduce, por eso aparece en todos los lugares en que las personas caminan. Una de estas tardes fui al parque e hice un ligero sondeo, me acerqué a una chica que comía esquites y le pregunté en qué momento había sentido el vértigo, ella dejó de comer, se relamió los labios, sonrió con picardía y, con prontitud, dijo que una noche… pero luego calló, cerró tantito los ojos, volvió a relamerse, abrió los ojos y dijo que en la Ciudad de México, una tarde, arriba de un carro en caída de la Montaña Rusa, sí, dijo, ahí tuve la sensación máxima de vértigo. Agradecí su respuesta, ella dijo que era nada y siguió comiendo los esquites, aunque pensé que en su mente estaba la imagen de una noche que ya no me platicó, imagen que a mí me quedó dando vueltas en la cabeza, como pájaro frente a la ventana de una recámara. Caminé y dos bancas más allá encontré a un señor que tenía su sombrero en las manos, miraba a una pareja que se daba arrumacos frente a él. Me senté, saludé y le solté la pregunta. El, sin dejar de mover el sombrero, me vio y dijo que tuvo sensación de vértigo una vez que viajó a Guatemala y subió a un autobús, dijo que los choferes de allá son intrépidos, que manejan de manera impetuosa por las bajadas de los Cuchumatanes, él iba agarrado del asiento delantero, rezando, mientras el chofer, con la radio a todo volumen, esquivaba carro tras carro en una bajada con velocidad superior a cien kilómetros por hora. La sensación de vértigo se había potenciado al ver que la carretera serpenteaba al lado de un abismo en cuyo fondo se veía un riachuelo que como culebra plateada fluía en medio de enormes rocas.

En las dos respuestas descubrí la relación con el descenso. Es más visible la sensación de vértigo en el descenso que en la subida, aunque a mitad de la montaña lo mismo da desbarrancarse en la subida que en la bajada.

Seguí sentado al lado del hombre del sombrero. En esas estaba cuando apareció Macaria. Ella me vio, me saludó de beso y se sentó. ¿Y qué?, preguntó. Yo le conté. Ella respiró hondo, vi cómo echó para adelante sus pechos generosos. Cuando exhaló, puso su brazo sobre la parte superior de la banca y dijo que ella había vivido en un vértigo apabullante cuando sostuvo una relación de esas que ahora se llaman tóxicas (y no por ingerir pastillitas). El chavo, al principio, me contó Macaria, fue como uno de esos carritos a los que subimos en una montaña rusa (llamó mi atención que empleara el mismo símil de la chica come esquites). Yo me sentía maravillosa, dijo Macaria, alzaba los brazos y miraba cómo ese ascenso me enseñaba lo mejor del valle, los árboles, los cielos, el aire. Todo era genial. Me sentía volar, flotar, dijo Macaria. Pero cuando llegamos a la cima (y acá la cara de Macaria se transformó, sus labios parecieron echarse hacia abajo, como si una fuerza superior los impulsara hacia el vacío) todo cambió, todo fue en caída, todo fue caer en un pozo oscuro. Yo quería bajarme del carro, pero si lo hacía me mataría contra el pavimento. Él comenzó a celarme de más, comenzó a insultarme, a agredirme y, al final, me golpeó. ¡Esa fue la peor sensación de vértigo que tuve, Alejandro!, me dijo. Su charla había tenido la misma línea de vértigo, había ascendido de manera tranquila y en la bajada había sido de forma vertiginosa. Cuando terminó de contarme vi que su cara retomaba, poco a poco, la tranquilidad. A mí me espantó ver cómo ella había llegado contenta y en pocos minutos, por la pregunta que le había hecho, la había metido en un verdadero vértigo en sus recuerdos.

La sola mención de la palabra puede despertar el propio monstruo que carga sobre sus espaldas. La palabra vértigo es vertiginosa, puede llegar a ser tóxica.

Nos despedimos. El hombre del sombrero siguió sentado. Había escuchado el testimonio de Macaria. Vi que seguía arrugando las alas del sombrero.

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