Nuestra bestia negra
La tremenda goliza que le propinó el América al Pumas de la UNAM no debe quedar impune. Pero no de revancha deportiva, sino de una reflexión seria de cómo pierde jerarquía un equipo de tradición cuando el domingo pasado sufrió, me atrevo a decir, la peor de sus derrotas en toda su historia.
En el futbol nacional no hay un juego más clásico, el verdadero, que el América-Pumas. Desde que hace algunos años los intereses mercantiles cooptaron y cercenaron la prosapia del Guadalajara, el enfrentamiento con su acérrimo rival pasó a ser una anécdota insulsa donde ya no hay cabida para la confrontación saludable de dos adversarios deportivos que lo único que ponen en juego son las declaraciones y jugosos beneficios de los voraces empresarios, sus dueños, ante una bobalicona cascada de adjetivos que no espantan a nadie. Por el contrario, contra la UNAM el duelo con América se torna de altísimo nivel porque está en juego, ni mas ni menos, dos proyectos de nación simbolizados en un juego de futbol.
Por un lado, el de la universidad pública y lo que significa en sus alcances incluyentes para todo el pueblo encarnado en el proyecto cultural más importante del país y de Latinoamérica, la UNAM; por el otro, el de la visión mediática y mercantil ausente de la sensibilidad por proyectar al país democráticamente, a no ser la de Televisa y su red de complicidades que han servido para entronizar a un grupo selecto en los poderes fácticos. Por eso es el clásico del futbol nacional, e igualmente un juego a todas luces intenso por ser un diferendo entre dos posiciones de cómo, desde el futbol, debería ser el deporte y los deportistas.
Por todo ello, Pumas no debe, por ningún motivo, perder en la forma que lo hizo frente a su rival histórico, nuestra bestia negra. Hace muchos años que no le ganamos al equipo de Televisa, por más que nos digan que sí, que por ahí hubo un par de triunfos y etcétera. Aquí se habla de ganar, en todo el amplio sentido de la palabra. De ser mejor que el otro en todas posibilidades futboleras.
Pumas no puede darse el lujo de ser humillado, es un equipo grande y como tal noblesse oblige. Eso lo deben saber todos y cada uno de los integrantes del equipo, y sobre todo, la dirigencia deportiva. No se trata de esparcir responsabilidades ante el monumental fracaso del pasado domingo, y tampoco soslayar que en el deporte se pierde y se gana. Pero hay maneras de ganar, y por supuesto, de perder. Es verdad que David Patiño, el entrenador, hizo mucho con un equipo que no tiene dinero suficiente para competir en una liga donde priva el espectáculo a secas, venga de donde venga, y en el que lo menos importante es la calidad de sus jugadores y del futbol mismo. Pero es exactamente el entrenador quien funge como el primer líder del equipo, el que debe imprimirle esa cosa que no se ve, ni se aprende en las reglas y normas del juego, sino se “siente” y se percibe como parte de un profundo sentido de pertenencia a un club: la mística, la magia extraña de formar parte de un conjunto de personas encaminadas a un objetivo en común, aún a costa del sacrifico personal en aras del colectivo. Y Patiño no transmite eso, ni por asomo. Si como entrenador salva su temporada haber llevado a la UNAM a semifinales, el 6-1 contra el América lo pone al borde de un rotundo fracaso y con el antecedente de más vale que no se hubiese llegado hasta esas instancias, en pleno ridículo, por cómo se cae ante un contrincante que en las liguillas es el mejor de los equipos y se vuelve, para los Pumas, casi invencible.
Quien juega en los Pumas debe tener pegada en su espalda y en su conciencia la historia de un equipo que le ha dado mucho al futbol mexicano. Es el equipo de Hugo Sánchez, Luis García, de Leonardo Cuéllar. Es la parte canterana (ahora desdibujada) de los jugadores que deberían jugar por amor al deporte, no a las billeteras. Para ganar hay que tener dignidad y sobrellevar el peso de la grandeza con humildad. Así con la derrota, porque perder como ahora es tirar por la borda un capital, humano y simbólico, de uno de los más grandes equipo de México. Y no se vale, me cae que no.
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