La virtud de las minorías
Casa de citas/ 409
La virtud de las minorías
Héctor Cortés Mandujano
El humor y los hechos que cuenta El dedo de oro (Alfaguara, 1996), de Guillermo Sheridan, son extremos, desmesurados y rompen con facilidad las cadenas de lo esperado por un lector promedio. A mí me gustó justamente por eso, por no detenerse ante los límites usuales de lo excrementicio, lo fársico, lo improbable. Muchas cosas me hicieron reír, pero no se les puede separar de la trama, sin que pierdan la gracia. Tomo algunas muestras breves.
Fierro Ferráez, el líder nato por obra y gracia del dedo de oro, un objeto real y mágico que hace a su poseedor el rey de un México ya casi vendido en su totalidad al extranjero (p. 71), “quiso ser presidente de la patria y se preparó concienzudamente para lograrlo. Tomó clases de oratoria y de impavidez”.
Van a sonsacar datos a un detenido (p. 183): “Sobre la mesa había cualquier cantidad de instrumentos de tortura: jeringas, cátodos y ánodos, cadenas, chiles de varios tipos, botellas de agua mineral, un disco de Julio Iglesias, etcétera”.
A este pobre de verso de Díaz Mirón (“Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan: mi plumaje es de ésos”) lo han parodiado mucho. Aquí lo retuercen más (p. 204): “Hay pantanos que atraen plumajes y no se empluman. Mi pantano es de ésos”.
Francisco Fenollosa es el poseedor fugaz del dedo de oro y puede mandar en lo que quiera. Como es un amante de lo bien dicho y lo bien escrito decide (p. 282): “¡Cárcel a los que utilizan anglicismos! ¡Inyección letal a los que dicen dijistes, comistes, bebistes! ¡México, tierra de hispanoparlantes cabales!”
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Leo la antología Al filo de la pluma (Universidad Autónoma de Puebla, 1989), de André Gide (1869-1951), Premio Nobel de Literatura 1947, que contiene ensayos, prólogos y conferencias, muchas líneas que compartir.
Cita a Flaubert (p. 21): “¿La inspiración? Consiste en sentarse a diario, a la misma hora, frente a su mesa”.
Rainer Maria Rilke lo visita y le cuenta sobre sus problemas de traducción. La lengua alemana, dice, tiene una palabra para el dorso de la mano, pero no para la palma (p. 87): “A lo sumo se puede decir Handflaechen: la llanura de la mano. ¡El interior de la mano, una llanura!”.
Cita en extenso, y yo también, a Tolstoi (p. 144): “El hombre sobrevive a los terremotos, a las epidemias, a los horrores de la enfermedad y a todas las agonías del alma; pero en todas las épocas, la tragedia que lo ha atormentado, que lo atormenta y lo atormentará más es –y será– la tragedia de la alcoba”.
Gide repite en dos escritos una idea, que me parece magnífica (p. 159): “Creo en la virtud de las minorías… El mundo será salvado por unos cuantos”.
Lee y cita a Montaigne (p. 181): “En caso de necesidad pondría fácilmente u
na veladora a San Miguel y otra a su serpiente”.
También cita a Nietzsche (p. 213): “Sólo somos perfectamente sinceros en nuestros sueños”.
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Es más o menos normal que los artistas no tengan confianza en la ciencia. Son famosas las obras de Moliere donde se burla abiertamente de los médicos; Goethe, en Fausto, también desconfía de los hombres de ciencia; Cortázar, en El examen, hace bromas que muestran su desdén por las estadísticas. J. M. Coetzee, en Los días de Jesús en la escuela (Literatura Random House, 2017), se va en contra de la siquiatría. Dice uno de sus personajes, asesino confeso, recluido en un hospital luego de su crimen (p. 166): “Es así como funciona la psiquiatría, ¿verdad? Tú dices lo primero que te viene a la cabeza y luego ellos van, lo analizan y te dicen cuál es tu problema. […] No tengo conciencia, o bien tengo demasiada, no consiguen decidirse”.
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Aunque hace poco escribí, creo que suficientemente, sobre el libro de mi amiga Nedda G. de Anhalt, Un deseo llamado cine (Universidad de Ciencia y Tecnología Descartes, 2018), pero me quedaron en el tintero algunas brevedades que comparto contigo lector, lectora. Por ejemplo, esta síntesis biográfica de Némesis (p. 178): “Esta diosa engendrada por la noche, como las Parcas, y sin ayuda de algún Dios era vengativa y su poder –según la mitología griega– provenía de la oreja derecha. De este poder no escapaba nadie”.
Dice Nedda (p. 204): “Podría argumentar que el cine japonés es uno de los más eróticos del mundo. Y el menos erótico es el cine ruso”.
Joris Ivens dice en una conferencia de prensa, que Picaso dijo (p. 507): “Hace falta mucho tiempo para convertirse en joven”.
Al comentarle sobre la maldad de la madre en una de sus películas (Anticristo, 2009), el director Lars von Trier dice (p. 522): “Si crees que ella era mala madre deberías haber conocido a la mía”.
Joseph von Sternberg dice en un documental, según la cita de Nedda (p. 586): “A un pollo frito no se le pregunta por su sufrimiento”.
Cita Nedda un diálogo entre María Félix y Pedro Infante, en Tizoc, de 1957 (p. 589):
—Indio Tizoc, yo no me caso sin velo.
—Pues velo, niña.
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