El final violento del sexenio de Manuel Velasco
Gobernar no suele ser un lecho de rosas, y lo saben muchos políticos que han visto cómo el poder les ha causado estragos físicos y personales. Pero el poder es seguramente el dulce más deseado, y no hace falta para estar seguro de ello recordar la infinidad de tratadistas dedicados a analizar esa relación entre los seres humanos y el poder.
Manuel Velasco Coello vio manchado su último informe anual de gobierno por la presencia en las calles de Tuxtla Gutiérrez de diversos grupos de personas reclamando algún tipo de justicia, aunque su procedencia y el contenido de esas reivindicaciones no fueran coincidentes. Tal vez la expresión mancha no sea la correcta viendo a esas personas enfrentándose con las fuerzas de seguridad de Chiapas, con las consabidas imágenes reproducidas en los distintos medios de comunicación locales y nacionales. Creo que la peor mancha ha sido la de un gobierno perdido en su ambición, una codicia mullida por los servilismos que rodean a los poderes construidos desde la egolatría más absoluta. Un poder de tal naturaleza no cuenta con ideas, ni proyecto, puesto que el único plan de gobierno es continuar con un narcisismo que tal vez se pueda disimular en el Congreso de la Unión, pero que en los puestos ejecutivos resulta ineficiente porque el arte de gobernar debe tomar decisiones para mejorar la vida de todos los ciudadanos, los supuestos conciudadanos de los gobernantes.
En este caso, esos vecinos de cualquier lugar del estado de Chiapas, han sido tratados, como casi siempre en lugares donde el colonialismo no se ha evaporado sino rebrotado sexenalmente, como vasallos, y algunos de ellos llevados de un lugar a otro para llenar los actos públicos, aquellos que teatralizan al poder. Pero el que desea vasallos, quien adora el servilismo, no puede ser más que un vasallo también, y así lo demostró el saliente gobernador Manuel Velasco Coello al tenderse a los pies del Presidente electo de la República, Andrés Manuel López Obrador, durante el informe que clausuró su sexenio. Sin ideas y sin proyecto, y alejado del carisma atribuida a los gobernantes y propio del poder analizado por la sociología durante décadas, lo único posible es la escenificación de la vulgaridad expresada en la adulación.
Lo anterior no impide señalar que no se debería esperar a finalizar el sexenio para protestar, desde distintos sectores de la sociedad, por los agravios –siempre que sean demostrables- sufridos por buena parte de la ciudadanía. Se entiende, perfectamente, el temor cierto a la represión, pero si los mecanismos para el reclamo son los mismos sexenio a sexenio será difícil observar cambios en la realidad chiapaneca. También es comprensible que solo se proteste, o que se concentren las quejas, cuando existe la posibilidad de encontrar solución, y en México eso se produce cuando ocurren los relevos en los poderes ejecutivos.
Sin olvidar los grupos que llevan tiempo manifestando sus desacuerdos con las actuaciones del ejecutivo chiapaneco, ahora todo el mundo se siente con la capacidad de criticar y elevar la voz contra el gobernante saliente. Nadie duda del contenido y de las razones para hacer esas reprobaciones, pero alguna vez se deberá reaccionar mucho antes y, sobre todo, demandar a los supuestos representantes del pueblo que cumplan su función, en especial en la Cámara de Diputados chiapaneca. Aunque sin capacidad y sin ideario su única función, parece, es levantar la mano bajo el aceptado yugo del poder en turno.
Los ciudadanos consentimos estas circunstancias y de ahí que la explosión del descontento sea más virulenta al final de los periodos políticos, es por ello que ahora debemos agradecer que no haya existido la pérdida de alguna vida humana el día del informe de Velasco Coello. Cuando la política, y por lo tanto el diálogo, dejan de existir a los ciudadanos solo les queda las disconformidad pública o el miedo. Si ese es el futuro, no cabe duda que es necesario replantear muchas cosas para ofrecer cambios profundos en Chiapas.
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