Tuxtla Gutiérrez, mediados del siglo XX
[4ta. de 14 partes]. ¿Cuál es exactamente el barrio donde usted nació? Guadalupe. A un costado de la iglesia de Guadalupe, en la Sexta Poniente entre Avenida Central y Primera Norte. Ahí naci[eron] todos mis hermanos, porque ahí tenía una casa mi papá. Ahí también tenía su carpintería… Sí. Tenía su carpintería. Ya después heredó mi mamá una casa de cinco metros por veintidós de fondo, o veinticinco, algo así. Y ahí pasó su carpintería. [Después] ese terreno se vendió, porque tenía hermanas: una que estaba enferma y otra que estaba muy pobre. Entonces lo vendió mi papá y lo repartió en partes iguales, y nos quedamos aquí en la Sexta Poniente.
Barrio Guadalupe y río Sabinal
Pero al otro extremo, entre Primera Sur y Avenida Central ahí tuvo su carpintería mi papá, y yo era su ayudante y… cuando hacia trompo, o hacia mesas torneadas, o camas torneadas, le daba yo vuelta a la rueda esa… no sé cómo se llamaba la rueda esa que tenía un hueco por toda la orilla, así [un canal], donde pasaba un mecate y le daba al torno. El torno eran dos troncos así [uno a cada extremo], con puntas así [de metal], y en medio le ponían lo que [se] iba a tornear, y yo estaba dándole vuelta y vuelta, y él haciendo la figura… muy bonito. Muy precioso lo hacían eso. Nada más tomaban las distancias pa’que saliera el mismo dibujo.
Y… desde ahí, desde Guadalupe, ustedes tenían oportunidad de bajar al río Sabinal, a bañarse… estamos hablando de los años cuarenta. Sí. Estábamos todavía en sexto año, cuando nos llegábamos a bañar en la Poza Enladrillada que estaba allá, por la colonia Moctezuma. El agua era clarísima, limpia. Había mucho pescadito, sardinas chiquitas. Ya después que salimos de sexto nos [íbamos] a cortar mango allá [hacia el Poniente]… arriba de la poza […] más pa’llá.
¿Más hacia abajo o hacia arriba? Hacia arriba, rumbo a Terán. Ahí habían unos mangos muy bonitos y nos hicimos muy diestros con el tirador. No nos fallaba ni un tiro. Le pegábamos en la mera coquita para que cayera [el mango], limpio totalmente. La piedra no le pegaba a la fruta, caía entera. Claro, se lastimaba al caer, pero nada más eso. Aunque mucho mango caía en el río pues y… eso ya no lo podíamos sacar.
¿Cómo se llamaba ese paraje cerca del río? Habría sido una huerta… Sií. Era una huerta, aunque puro mango había. Ha de haber tenido dueño ese mangal… Pero no recuerdo el nombre. El único que lo cuidaba ahí le apodaban El Coleto, y nos perseguía con un fuete de caballo, pero corríamos. Todos nos dispersábamos y no nos agarraba. No nos alcanzaba, pero sí, era muy malo ese señor.
Y además del balneario de la Poza Enladrillada ¿qué otros puntos del río Sabinal conocía? Más para acá habían otras pozas más chicas. Nosotros íbamos a bañarnos desde chamaquitos, cuando la mamá iba a lavar la ropa con su batea, exactamente [desde] la Sexta Poniente [hacia] la Quinta Norte, donde hay una escuela hoy que se llama [Gustavo] Díaz Ordaz. Ahí bajábamos, había un zacatito muy precioso, arenoso.
Como una playita… ¡Eso! ¡Exactamente! Y ahí nos revolcábamos [mientas] las mamás estaban lava-y-lava, ahí. Y de ahí llevábamos un palo aquí [sobre los hombros] y con cubetas llevábamos agua a nuestras casas. Desde ahí lo llevábamos. Acarreaban agua del río hasta su casa… Sí, y eran como cinco cuadras. Y todas las señoras bajaban a lavar la ropa al río…
Electricidad, alumbrado y panaderías
Había una lucecita [luz eléctrica] que le llamaban del Burrero. Esa lucecita era de aquel señor Utrilla, un ingeniero Utrilla que estaba en Bombaná… Ahí estaba la planta. Había un molino en la casa en la mera esquina, por donde está ahorita [la clínica] Ana Isabel, pero en la mera esquina había un molino. El molinero se llamaba Eduardo. Entonces ahí llevábamos a moler nuestro nixtamal, y cuando [por la tarde] cerraba el molino, él se encargaba de subir el suich [interruptor] en cada esquina.
Así que esas luces eran el alumbrado público o… ¿podían contratar luz los particulares? Sí. Teníamos luz, pero era un foquito que apenas se veía. Entonces con un bambú largo de esos, pero delgado [y] con un ganchito, iba yo a subirle el suich y prendía las luces de la calle. Usted ayudaba a este señor… Después de que él lo dejó. ¿Porqué? Porque había una compensación: no pagábamos la luz. Nos daban gratis la luz. [Por eso] es que todas las tardes, a las seis, iba yo con mi varita en la esquina a prender.
A prender las luces, y por las mañanas seguramente a bajar el apagador. A las seis de la mañana también, a bajar el suich. Fíjese que yo desde muy temprana edad empecé a trabajar porquee… en la mera esquina de la Primera Sur y Sexta Poniente había una panadería que se llamaba… la señora se llamaba Consuelo Gallardo. Muy sabroso su pan. Y ahí llegaba un camión como de diez toneladas o de ocho toneladas… el más grande que había entonces.
El tórton. No existía el tórton todavía. Era de gasolina ese carro. Entonces [ella] compraba una carretada de leña y se lo tiraban en la banqueta. Tenía un horno como de este tamaño así, grande, y a un lado tenía yo que estivar toda la leña, meterla en brazos —que me lastimaba, pues lo rajaban con hacha y tenía filo— y lo metía yo, estibándolo todo y… ¿Cuál era mi premio [pues] no me pagaban ningún centavo? Que me daban el pan que se quebraba, o que se les quemaba tantito quemado, y puees… con eso teníamos para tomar el café con pan.
Esa era la paga. Ese era el salario que me daba doña Consuelo Gallardo, y habían otras panaderías muy buenas también. La de las niñas Álvarez estaba al otro extremo. Estaba en la Primera Sur. En la Primera Norte y Quinta Poniente [había otra, de] unas niñas viejas… su hermano de ellas tenía una cantina allá por el Cine Alameda, pero muy reservada… Pura gente de sociedad llegaba nomás. No entraba cualquier individuo. Siempre lo mantenía cerrada.
cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.
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