Los dibujos de la palabra, las palabras del dibujo

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Los dibujos de la palabra, las palabras del dibujo

Héctor Cortés Mandujano

 

Mi amiga Damaris Disner me pidió que escribiera un texto que formaría parte de un proyecto que llamó Pizpireta. Su primera publicación es un memorama, que combina 15 ilustraciones con quince haikús.

Mi texto forma parte de la cajita en la que se hallan contenidas las tarjetas y lo leí el pasado viernes 9 de noviembre de 2018, en la Casa Disner, en la presentación al público. Se llama, justamente, como se llama esta columna y dice así:

 

El memorama tradicional propone hallar, en un revoltijo de cartas, las dos cuyos dibujos coincidan. Cáscara de mar. Haikús, de Damaris Disner, con ilustraciones de Juventino Sánchez, agrega un elemento lúdico y literario: una de las cartas es un dibujo y la otra, que debemos hallar para empatarla, es un haikú, un breve poema de tres líneas.

Son, pues, dos dibujos, dos discursos. Uno hecho con trazos y color, y otro delineado por la precisión en las palabras que decidió usar Damaris.

Así, no sólo ejercitarás la memoria; también aprenderás que las palabras son pinceles, lápices, colores, dibujos donde el faro se vuelve un “parpadeo ámbar”, la canoa una “cáscara del mar” y la gaviota una “saeta hambrienta”…

Y también, claro, aprenderás a leer los dibujos y podrás pensar, quizás, que el cangrejo parece un tanque de guerra, el faro un cohete espacial y la canoa una hamaca colgada, con hilos invisibles, en el cielo…

Este es un juego donde la imaginación puede ayudarte a leer dibujos y a dibujar palabras. Este es un juego donde todo es posible. De ti depende. ¡Disfrútalo!

 

***

Ilustración: Alejandro Nudding

Beatriz Muñoz es viuda del poeta Manuel cañas y publicó de su fallecido esposo, de Manuel, con Editorial Tifón, en 2018, el poema de largo aliento llamado Tierra negra. Me pidió que escribiera un breve prólogo y resultó esto:

 

Poesía y fábula

 

 

Tal vez Sorpresa fuera la palabra que mejor podría definir este largo poema, Tierra negra, de Manuel Cañas Domínguez.

Y lo es porque hay en sus versos una ubicuidad en tiempo y espacio que no es usual ni en la poesía ni en los relatos genéricos.

Hay en Tierra negra un Yo que es un niño y un adulto, pero lo que ven ambos (a veces en una mirada compartida que le hace guiños a la ilógica) es, y sólo como botón de muestra, un río “normal” y al instante siguiente un río que piensa, siente e intenta no llevarse los zapatos que el niño dejó en la orilla del agua.

Y hay el recuerdo sonoro de una niña leyendo la Ilíada, y también el recuerdo visual pormenorizado del cerro y las nubes en una sucesión de fotografías que se vuelven, sin ningún problema, cine de aventuras y luego película fantástica.

Sin embargo, el recuerdo, paradójicamente, no está en el pasado sino en el ahora. Las palabras son usadas con tal libertad que rompen la distancia, los muros con que se suelen separar los tiempos en la humana convención. Pero en un poeta como Manuel, en este poema, los tiempos tan disímbolos son uno solo y los espacios de aquel pueblo, aquel río, aquel niño, son, en el mismo sentido de la imaginación sin frenos, esta ciudad, estas páginas en las que escribo, este adulto que soy.

El aquí y ahora de Tierra negra es múltiple: soy todos los que nombro: el Capitán Bersaim, el caballo blanco del circo, la niña que lee, el elefante en las nubes, el niño de los zapatos fantásticos, el poeta que escribe este poema, la señora que se baña en el río.

Soy todos los espacios: la carpa del circo, la loma plantada de pinos, el columpio donde una señora vuelve a la infancia, el cielo donde hay serpientes y ratoncitos blancos, el lugar donde coexisten los libros y las flores.

Soy todos los tiempos entrecruzados que, como alambres de brocheta, juntan hombres, mujeres y niños con Dios, y con la mañana que fue ayer y es hoy y será siempre.

 

Tierra negra, en el sucederse simultáneo de los versos,

es el animal proteico que no cesa de transformarse.

Ni de asombrarnos en cada página.

Ni de regalarnos en versos,

que parecen los peldaños de las escaleras a distintos cielos,

la fábula del niño que hemos sido, somos, seremos, estamos siendo.

Tierra negra nos hace vivir

en el imposible vértigo

donde todo es posible.

 

¿Para qué sirven los poetas?, se pregunta en algún momento el poema.

Le respondo:

Para hacernos regalos como éste.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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