El populismo por venir y la productividad del conflicto político en Chiapas
Por Jesús Solís
Los dos valores populares más importantes en la modernidad política son: libertad e igualdad. Sobre estos se han fundado también las más importantes transformaciones o revoluciones sociales y políticas de nuestra historia contemporánea. En ellos encontró fundamento la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, por ejemplo; en ellos encuentran hoy un horizonte de posibilidad las demandas de derechos de cuarta, quinta y sexta generación.
Son, para también decirlo en otras palabras, fundamentos de procesos de ciudadanización y como tales conceptos que se vuelven fuerza que dinamizan la vida sociopolítica; y aunque no son de uso exclusivo de sector, asociación o grupalidad alguna, históricamente su valorización transformadora ha estado en los sectores vulnerados o desprotegidos: en el pueblo. Su condición popularizada ha definido las arenas políticas y los términos en que tendrían que estarse dirimiendo los conflictos en la sociedad.
No es por ello gratuito que cuando discursivamente desde instancias de poder (sean partidos, funcionarios de Estado o gobierno), se promueven reivindicaciones que se entienden ligados a los valores libertarios e igualitarios, estos agentes políticos sean catalogados de populistas. Se entiende o sobreentiende que estas reivindicaciones caben al pueblo, no al poder instituido. Tiene o ha adquirido entre adversarios políticos esta identificación un sentido peyorativo.
Aunque en el uso corriente el populismo se usa como una descalificación, en la teoría política sí representa un problema serio porque el planteamiento de partida es que existe encarnado y es consustancial al pueblo el deseo de no ser gobernado. Con esta premisa, podemos decir que para los gobiernos recién electos en nuestro país y en Chiapas que han declarado y propuesto gobernar con el pueblo, este es sin duda un problema real.
Y es un problema no menor porque ese deseo no es posible satisfacer por ningún sistema de dominación política y legal. Por eso, ese deseo está excluido de todos los procesos y mecanismos, justamente, de gobierno. Representa un contrapeso a los apetitos de poder de gobierno. Al deseo de gobernar. Anular o pretender anular ese abismo es un contrasentido. Es imprudente para la salud de todo sistema de gobierno. Las experiencias totalitarias y dictatoriales así nos lo muestran.
Incluir en el gobierno al pueblo, es sin duda una buena intención. El populismo o un gobierno populista no tendrían que ser malo por sí mismo o descalificados de antemano. Entendiéndose que lo que los caracterizaría es la promoción y puesta en marcha de los valores de la libertad e igualdad, traducidos en derechos y acciones de bienestar social, político, económico y cultural.
Pero una buena intención, de gobierno populista, se extravía y pervierte si por inclusión del pueblo en el gobierno hace cooptación y componenda, si trafica facinerosamente con derechos de bienestar de los desprotegidos. Si su política es prebendaria en vez de libertaria e igualitaria.
Un gobierno que “gobierne” con el pueblo, como pretende el recién electo en Chiapas, para volver aún más legítimo el mandato dado por el pueblo en las urnas, debiese estar haciendo hoy llamados y trazando las estrategias mediante las cuales el pueblo pueda fortalecer los derechos libertarios al disenso con el gobierno, a la manifestación cívica, a defender sus derechos políticos y sociales. Es decir, llamar a mantener vivo el deseo de no ser gobernados, porque eso potenciará los conflictos políticos que productivamente deben ser parcialmente resueltos en mejoras sustanciales de los más desprotegidos.
Realizar foros abiertos para construir el plan de gobierno en Chiapas, como ahora ocurre, no es menospreciable como mecanismo. Lo vergonzoso será que con base en estos se busque legitimación de prácticas políticas viciosas en el gobierno.
Los gobiernos no debiesen tener miedo al conflicto, menos aún uno que se autodeclare populista o del pueblo, porque allí está la posibilidad de transformación del sistema sociopolítico. Que no esperen los gobiernos por asumir el poder, y la sociedad en general, la anulación o la atenuación de los conflictos sociales, sectoriales y gremiales. Esperen, esperemos lo contrario: el sentido positivo y productivo del conflicto político en Chiapas.
De otro modo será más de lo mismo: la política prebendaria institucionalizada. En ese caso, como recién me lo decía un apreciado profesor mío, más le vale al próximo gobierno preparar la cartera y el mecate. Los “tradicionales” medios de contención y gestión del conflicto político en Chiapas.
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