El 1968 Olímpico y las reivindicaciones sobrepuestas
México recuerda, cada día 2 de octubre, la matanza ocurrida en la Plaza de las tres culturas de Tlatelolco en la Ciudad de México. Una mancha imborrable de la represión de un Estado que se había asumido como el sucesor de los dispares ideales surgidos de la Revolución mexicana y plasmados en la Carta Magna. Nada fue igual después de aquel octubre y de sus reivindicaciones, especialmente surgidas de los estudiantes mexicanos, se desearon cambios políticos y sociales que no siempre se han cumplido con la celeridad esperada por muchos ciudadanos. Reclamos que, con distintas orientaciones, también estuvieron presentes en otros países del mundo, aunque seguramente Francia y la entonces Checoslovaquia son los más conocidos y recordados.
Sobre estos episodios muchos se ha escrito, no cabe duda, y no es momento de hacer un recuento de ello, sino de resaltar cómo tras esos sangrientos y dolorosos episodios las Olimpiadas también se convirtieron en un espacio de reivindicación de otras características, en este caso contra la discriminación de la población negra de los Estados Unidos, expresada por algunos de sus atletas más destacados.
Las Olimpiadas celebradas entre el 12 y el 27 de octubre eran las primeras en América Latina, y esta no fue la única novedad, puesto que se inició una reglamentación y tecnificación mayor en las pruebas desarrolladas bajo el amparo del Comité Olímpico Internacional (COI). Records históricos como el de Bob Beamon, en el salto de longitud, no nublan la visión más icónica de esas Olimpiadas y que fue el podio de los 200 metros libres, momento en el que Tommie Smith y John Carlos escucharon el himno nacional estadounidense con su puño en alto y envuelto en un guante negro, el símbolo del Black Power. Un concepto condensador de muchas de las reivindicaciones civiles de la sociedad estadounidense decidida a reivindicar, y luchar, por la real igualdad de derechos de la población negra. Término que se vio expresado en distintas manifestaciones políticas y culturales siempre con el objetivo de combatir la discriminación.
Martin Luther King y Malcolm X, dos figuras emblemáticas de esas reivindicaciones ya habían sido asesinados cuando se celebraron los Juegos Olímpicos en la capital mexicana, pero el gesto de los atletas así como muchas acciones celebradas durante los años setentas del siglo pasado continuaron con la labor en pos de las reivindicaciones contra la discriminación.
Mucho han cambiado las cosas desde entonces, incluso con la llegada a la Presidencia del país del norte de un presidente negro, como lo fue Barack Obama, sin embargo no siempre se han logrado los objetivos plenos de igualdad, como tampoco ha ocurrido en México con el deseo de transformaciones políticas y sociales exigidas por los estudiantes del octubre de 1968. Los tiempos históricos para reflejar los exigidos y justos cambios no siempre son tan rápidos como se quisiera, pero no cabe duda que las reivindicaciones y demandas no pueden, ni deben olvidarse. En México se hacen presentes constantemente y también en Estados Unidos, incluso usando de nuevo el deporte para ello, como ocurrió con los jugadores negros de la NFL en protesta contra los asesinatos de negros a manos de policías blancos y las posteriores declaraciones de Donald Trump criticando la actitud de estar de rodillas durante la interpretación del himno nacional.
1968 fue un año donde se encabalgaron protestas y reivindicaciones en distintos lugares del planeta y no siempre con los mismos objetivos, pero lo innegable es que cuando las vías políticas quedan cerradas solo ese tipo de acciones parecen las posibles para que las sociedades recojan los anhelos de la población frente a la inmovilidad del poder y las leyes. Protestar no debe identificarse con desorden, todo lo contrario, el desorden se produce cuando los caminos de la política se encuentran cerrados, y es ahí donde cualquier sociedad queda sometida al empecinamiento del poder.
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