Tuxtla y San Cristóbal, la vida de dos ciudades diferentes
Aunque están a una hora de distancia, Tuxtla y San Cristóbal son bastante diferentes, y no solo lo digo por el clima tropical de una, y templado, frío muchas veces, de la otra, ni tampoco por su herencia arquitectónica colonial.
No es solo eso. Es también la inmanencia y el alma, la historia y el talante de sus habitantes.
San Cristóbal es de esas ciudades europeas, como dijera George Steiner, hechas para caminar y pasear; Tuxtla en cambio ahuyenta a los caminantes, pero recibe de buena gana a los automovilistas y al embotellamiento; sin coche, la vida es doble suplicio.
De un número similar de habitantes con las que partieron a inicios del siglo XX, la capital se acerca al millón de personas y San Cristóbal a las 200 mil.
San Cristóbal es la ciudad de la diversidad irruptiva, disruptiva, de cantantes de rap, de rockanroleros, de rebeldes y revolucionarios de café. Ahí se predican todas las creencias y llegan todas las innovaciones para limpiar el espíritu y disfrutar el esparcimiento.
Por mucho tiempo los coletos vivieron de puertas hacia adentro, si acaso con salidas rutinarias a la iglesia y a las fincas, ubicadas en tierra caliente. Todavía hay muchos encerrados consigo mismos, pero la mayoría ha aprendido a convivir con el otro, con las otras. Ese mundo del enclaustramiento se ha venido abajo.
Antes, los indígenas eran cosas, nada más, máquinas para acarrear agua, leña y maíz, ahora pueblan las periferias y son el centro de las decisiones políticas. Ellos eligen a los presidentes municipales. Los colectos, ya de por sí reducidos, son incapaces de marcar el destino político de la ciudad.
Los extranjeros eran un mundo aparte y lejano. A los padrinos, el sancristobalense debía buscarlos entre los auténticos, casi todos blancos, rescoldo de aquellos primeros españoles que llegaron a Chiapas.
Ahora el centro de San Cristóbal es un abigarramiento de gente de todos los orígenes. Los extranjeros se han apropiado de comercios del centro, y las calles se las disputan indígenas, vendedores ambulantes, náufragos de la globalización y de los enfrentamientos comunales y religiosos de Los Altos.
En Tuxtla, decía Rosario Castellanos, todos visten desguachipados. El clima nos ha hecho más igualitarios y menos pudorosos. El coleto viste de traje y corbata, de chalinas y blazers.
El nombre de las calles en el centro de San Cristóbal nos recuerdan personajes históricos y fechas memorables: Crescencio Rosas, Hermanos Domínguez, María Adelina Flores, Flavio A. Paniagua, Belisario Domínguez o Miguel Hidalgo. En cambio Tuxtla, como ciudad pragmática surgida de la modernidad, sus calles se nombran con números y los puntos cardinales. No sé cómo Jaime Sabines pudo escribir Tarumba en la Primera Sur y Primera Poniente, ademas en un cuaderno de contabilidad en su tienda de telas El Modelo.
San Cristóbal se mueve más por la conciencia ecológica arrastrada por los expulsados de Europa. No hay restaurant que se considere de vanguardia que no ofrezca comida vegetariana. Tuxtla es una ciudad carnívora, con islas escasas para veganos, sin alcanzar el muestrario internacional de su vecina: comida árabe, libanesa o tailandesa, ni mucho menos la delicia de panes alcahuetes del café y de la tertulia.
Las librerías, antaño famosas y numerosas, se han ido reduciendo en San Cristóbal. Tuxtla tiene ahora las mejores, pero estandarizadas con rostros de centros comerciales.
En algo en que se parecen las dos ciudades es en sus gobernantes. Los últimos las han atropellado, y si han resistido, es porque son demasiado fuertes, capaces de soportar los terremotos de cualquier político mano larga y populachero.
Tuxtla ha pagado la peor cuota de las ocurrencias, tanto de presidentes municipales como de gobernadores que se creen alcaldes de la capital. San Cristóbal, al perder la residencia de los poderes, se libró de la devastación de los políticos.
No es, desde luego, San Cristóbal mejor ciudad que Tuxtla. Son diferentes. Habrá quién le guste más la cerveza en el calor tropical, que en los lugares encerrados y templados de Los Altos.
Excelente columna, muy atinada, prefiero un millón de veces San Cris