Los desechables

La migración de Centroamérica a Chiapas y a México siempre ha existido. Legal o ilegalmente, los flujos de población en esta región fronteriza ha sido una constante, una característica histórica. Y viceversa, también población chiapaneca y mexicana ha migrado hacia esa parte de nuestro continente.

Dice mi madre que en Comitán, cuando era niña y adolescente, las cosas buenas se compraban en Guatemala. Desde un ropa especial para una fiesta, hasta un fino juego de salas; de un corte para una prenda de vestir hasta cualquier utensilio del hogar que valiera la pena el viaje. A nadie se le ocurría ir hasta la capital del país que, lejísima, no tenía mucho que ver con esta parte del sur nacional. Aparte de la obvia diferencia de la distancia (Puebla y México estaban mucho más lejos que Guatemala capital), Guatemala y el resto de los países adjuntos fueron siempre más cercanos, más amables para hacer tratos, negocios e intercambios. La gente hace vínculos con quien piensa que es más cercano en su lenguaje, en la confianza, en suma, con quien somos iguales culturalmente hablando.

“La Otra Caravana” llega a México y se desata enfrentamiento; hay un migrante muerto – Fotos Elías Villacinda (21)

En un país de las dimensiones de México, las regiones tienen sus propias formas de ser. Centroamérica siempre ha sido más cerca nuestra, de Chiapas, de la frontera sur de la cual pertenecemos. Pero de pronto se olvida. Chiapas es una región de frontera, toda nuestra vida social está cruzada por la condición de limbo que da una situación, en primer lugar geopolítica, pero también de cercanía cultural. Nos movemos y sentimos como frontera, mas cercanos a “la línea” que divide y une países, genéticamente somos como centroamericanos: hablamos y comemos igual, percibimos al mundo como parte del final o principio de un país, según se vea. Somos más Centroamérica que mexicanos, por la simple posición cultural y los flujos de gente que ha pasado por nuestras líneas que aparentemente dividen nuestros países.

Se nos olvida que el sureste es la frontera sur y somos gente que la ha vivido todo el tiempo. Se nos olvida “involuntariamente” y porque se le ha dado más importancia a la frontera norte, la que colinda con el país mas poderoso del mundo. Se nos olvida porque fantaseamos que los migrantes se quedarán a “robarnos el trabajo” cuando en realidad ni de chiste se quedan aquí porque somos igual de empobrecidos que ellos. Van en busca del dólar, no de lo que pudiese dar un país en crisis permanente como México. Así que el pensar soberbiamente ser mejores que ellos simplemente porque “vienen aquí” es hacer notar nuestra ignorancia total porque desde luego no vienen sino “deben pasar por aquí”.

Es interesante recordar esto porque la ahora célebre caravana de migrantes centroamericanos ha causado en territorio chiapaneco sorpresa, incredulidad, hasta llegar al espanto xenofóbico que, como ya se sabe, ha llegado a lenguajes tan inesperados (que pensamos no existían) como inverosímiles porque nos desnuda como intolerantes y rabiosamente racistas, en Chiapas y en México, en general.

No es poca cosa. Nos desgarramos en emociones a tope cuando Donald Trump separa a las familias en Estados Unidos y sollozamos cuando expulsan migrantes mexicanos con violencia e indignidad, pero hacemos lo mismo cuando pasa la caravana por nuestro territorio. En un país en los primeros lugares cuando de expulsar gente a otro territorio se trata, o sea, en generar migrantes, y en un estado, Chiapas, como territorio fronterizo desde hace casi dos siglos.

El migrante es la persona que nunca es tal. No tiene patria, tampoco casa, ni territorio donde quedarse o donde ir. Ya no pertenecen a sus países y en el que ahora están son rechazados y renegados. Son personas que no tienen ciudadanía, ni derechos. No tienen nada. Son invisibles y desechables, seres humanos que no tienen valor para quien los califica e insulta; no se ven cuando están en las calles porque no queremos verlos, pasan a nuestro lado y sin gesto alguno de parte de nosotros ni siquiera los volteamos a ver. Insultarlos de la manera que se ha hecho, es validar lo que tanto odiamos del desquiciado presidente estadounidense. Es sacar al Trump que tenemos cada uno, escondido pero bien vivo cada vez que se requiere.

La xenofobia vista últimamente nos desdice como mexicanos, país de acogida de desde hace cien años y famoso en el mundo entero por ello. En estos tiempos de aceleración de la ultraderechización, de discursos de odio y de segregación, debemos retomar lo mejor de nosotros mismos. México es más digno que un insulto en contra de un grupo de personas que lo único que desean es vivir mejor, como nosotros, como tú y yo.

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