Definición de pluma
¡Ah!, es una palabra hermosa. Es una palabra que me acompaña desde niño. Jugábamos. Jugábamos con la palabra y con el objeto, porque mi mamá tenía, en la sala de la casa, un jarrón lleno de plumas de pavorreal. ¡Estaba prohibido tocarlas! Sólo podíamos verlas. A mí me encantaba sentarme frente al jarrón y observar los ojos de las plumas de pavorreal. Imaginaba que estaba en un bosque encantado y decenas de ojos me observaban, en medio de la oscuridad llena de luz y de colores.
Digo que jugábamos porque cuando llegaban Adolfo y Rosaura, la prohibición de mi mamá quedaba suspendida, caminando de puntillas llegábamos hasta el jarrón y tomábamos varias plumas y corriendo nos encerrábamos en el cuarto. Nos sentábamos en el piso, recargando nuestras espaldas en la orilla de la cama. Rosaura estiraba su cuello y pedía que Adolfo o yo repasáramos la pluma sobre su piel. Ella cerraba los ojos, nosotros hacíamos lo mismo, porque era una sensación muy agradable. Sin la pluma de pavorreal no hubiese existido el juego. Lo sabíamos. La pluma era un objeto muy delicado que nos provocaba sensaciones agradables. Un día dejamos abierta la puerta y, como estábamos entretenidos en el juego, no escuchamos los pasos de mi mamá que cuando vinimos a ver ya estaba encima de nosotros y nos pegaba con su mano y nos decía que éramos unos cochinos y nos urgía a ponernos las camisas y corría a Rosaura y Adolfo, quienes, apresurados se ponían los calcetines y se calzaban y salían corriendo como alma que lleva el diablo. Mi mamá todavía alcanzó a quitarse uno de los zapatos y aventárselos.
Pero antes que descubriéramos el juego de las plumas del pavorreal, con el tío Armando jugábamos también. El tío nos llamaba, nosotros nos acercábamos a la mecedora donde estaba sentado leyendo el periódico. Nos decía que estuviéramos listos, porque se echaría una plumita, así lo decía. Nosotros, acuclillados a su alrededor, poníamos atención a lo que hacía: con la mano derecha, la palma abierta, comenzaba a golpearse el vientre, como si fuese un tambor. Esto hacía que su estómago acumulara gases. Cuando sentía que ya estaba listo, se inclinaba hacia un lado y levantaba el culo y soltaba un soberano pedo. Reía. Nosotros también. La diversión acabó el día que mi mamá se dio cuenta de lo que el tío hacía. Le dijo que era un viejo perverso y le dio en la cabeza y en la cara con el periódico enrollado. Le prohibió jugar a eso “con los niños”. El tío sólo alcanzó a decir que era un juego inocente, que sólo eran plumitas lo que se echaba. Lo cierto es que el juego había ido subiendo de intensidad. Primero sólo era la pluma, pero luego hizo que Rosaura pusiera su mano en el ano para que sintiera el instante en que la pluma salía al exterior. Como Rosaura rio la primera vez y dijo que había sentido bonito, luego también nosotros hacíamos lo mismo. A la hora del plumazo sentíamos la ráfaga de un viento instantáneo, una ráfaga que movía tantito nuestra mano. Reíamos. Muchos años después, Rosaura dijo que era extraño que los pedos del tío no fueran apestosos. Sí, dijo Armando, por eso era agradable el juego.
Jugábamos. Cuando estábamos en el salón de música, Rosaura le decía a Armando que le prestara su pluma. Nos botábamos de la risa. Los demás alumnos no entendían. No faltaba el acomedido que le prestaba su pluma, pensando que lo que Rosaura pedía era un bolígrafo. Nos atacábamos de la risa. El acomedido se sonrojaba.
Jugábamos. La palabra pluma es mucho más que vestido de pájaro, mucho más que objeto para dibujar o escribir, mucho más que relleno para almohada, mucho más que hilo para bordar sueños.
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