Cuidado del planeta y falsa conciencia
En las últimas fechas a nadie sorprende llegar a alguna taquería y darse cuenta que los popotes han desaparecido o, en su defecto, los propietarios o trabajadores del lugar preguntan si los deseas utilizar. La mayoritaria respuesta, en una observación de campo a vuela pluma, es de rechazo debido a la campaña mundial que considera estos instrumentos que facilitan beber refrescos, junto a otros plásticos, un peligro para el planeta Tierra y su futuro ecológico.
Es fácil entender la respuesta ciudadana a esta circunstancia ya que, de manera individual, no se desea ser parte de la destrucción de la naturaleza o, al menos, ser señalado por ello. Sin embargo, esta medida loable no evita reflexionar sobre su real impacto y las muchas disposiciones necesarias que deberían acompañarla para convertir nuestro medio físico en un lugar mejor para las siguientes generaciones.
Dejar de consumir popotes perjudicará a algunos de sus fabricantes, no cabe duda, pero necesario es pensar qué ocurre con todos aquellos productos que diariamente se consumen y cuyos residuos no son modificados por sus empresas y que tampoco se están reciclando en México, salvo contadas excepciones. El mundo deseado mejor gracias a los avances tecnológicos aparece en la actualidad como un peligro para la propia humanidad si no modifica sus hábitos de consumo. La paradoja surge cuando ese mismo consumo es impulsado como forma de existencia, de clasificación en términos sociales. Ahí la falsa conciencia del pensamiento marxista reaparece puesto que dejar las formas de consumo que, nos gusten o no, ayudan a nuestro vivir cotidiano exigido por los tiempos invertidos en las tareas profesionales y cotidianas resulta difícil, sino imposible, si no se modifican y transforman muchas acciones del día a día.
Bolsas de plástico, latas, cartones, aparatos eléctricos, etc., se han convertido en parte de nuestra vida y a nadie se le ocurriría dejarlos de lado de manera drástica, y mucho menos porque miles de seres humanos obtienen su sustento diario trabajando para crearlos y venderlos. Todos deseamos una mejor vida, y ese vivir parece condicionado por formas de consumo caracterizadas por crear infinidad de residuos difíciles de reciclar de manera inmediata.
Siendo optimista hay que pensar en materiales realmente reciclables o biodegradables, al mismo tiempo que se modifican las formas de trabajo. Pero hasta que ello ocurre, si es que realmente sucederá en algún momento, las lógicas del consumo contrastan con lo que como seres humanos nos dictamos como sociedad. Vaya como ejemplo la explosión en la producción de vehículos y las innumerables prestaciones que hoy ofrecen, entre ellas llegar a unas velocidades impensadas hace pocos años. Esos mismos vehículos propician que los ciudadanos que los manejan sean castigados por los excesos de velocidad en las ciudades y carreteras. La prevención de accidentes, y consiguientes muertes o lesiones irreversibles, significa imponer restricciones que contradicen las posibilidades del vehículo vendido. Esa es una paradoja constante y mucho tendrán que modificarse las cosas para ver en pocos años un cambio real.
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