Brasil: democracia impotente… fascismo latente…
Por Pablo Uc[i]
“…como vai silenciar | nosso coro a cantar | bem à frente…
apesar de você | tem que ser amanhã | outro dia”
Chico Buarque[ii]
Las recientes elecciones en Brasil han trazado una distancia abismal entre el horizonte “posibilitador” de una democracia sustancial –restaurada en 1985 – y el ejercicio instrumental del voto. Los resultados de la primera vuelta electoral del pasado 7 de octubre, podrían legitimar la instalación y entrega del Estado a un proyecto ultraconservador que re-posiciona a la más recalcitrante élite militar y a un ortodoxo fascismo en la dirección política del Estado brasileiro. Condición que consuma, vía electoral, el golpe de Estado parlamentario y la instrumental judicialización de la política iniciada en ese país en el año 2015.
El escenario electoral brasileño responde a un contexto político más amplio que observa el ascenso de un populismo de extrema derecha en diversas regiones y países del mundo que se ajustaron a la “tercera ola democrática neoliberal” en la última fase de la guerra fría. La ‘revuelta ultraconservadora’ se expande en el centro-occidente de Europa bajo el lema de una “primavera patriótica”: nacionalista, xenofóbica, anti-migrante y anti-europea. Tiene epicentro en el actual gobierno de Trump, en EEUU, que sustenta un ascenso supremacista blanco-anglosajón-protestante, anti-migrante y patriarcal. Y re-ajusta sus pactos con la derecha militarista-neoliberal de los países sudamericanos, colapsando la avanzada integracionista sur-latinoamericana y el “ciclo progresista” que experimentó un singular auge durante la década pasada en la región.
En los últimos treinta años -desde la restauración de la democracia tras dos décadas de una dictadura militar instaurada por un golpe de Estado castrense en 1964-, estas son consideradas como las elecciones que abren el umbral de mayor incertidumbre sobre el futuro de la democracia en el gigante lusoamericano. Cabe recordar que el actual presidente, Michel Temer, rige de facto tras un golpe impulsado por el parlamento y el poder judicial al gobierno de la presidenta Dilma Roussef. Mediante la figura del impeachment (impedimento de la continuidad de mandato) y una explícita judicialización de la política, la presidenta legítima fue separada de su cargo en el año 2016, bajo acusaciones de corrupción que persiguen la imagen pública del PT.
Mientras que su gran líder político y moral, Luiz Inácio Lula da Silva, presidente del Brasil entre 2003 y 2010, y candidato favorito en todos los sondeos hasta un mes previo a la elección, se encuentra encarcelado desde el mes de abril en una prisión de Curitiba. Con una sentencia de nueve años y medio y una condena en segunda instancia, que imposibilitó, finalmente, su postulación como candidato presidencial para estas elecciones. Llevándolo a “heredar” la candidatura presidencial del PT a Fernando Haddad, quien realizó una campaña record en dos semanas, incapaz de repuntar en las urnas.
El balance post-electoral de la primera vuelta…
Según los resultados oficiales del Tribunal Electoral de Brasil, el ex militar ultraderechista Jair Bolsonaro, al frente del Partido Social Liberal (PSL), obtuvo el 46.03% de los votos, mientras que el ex ministro de educación y ex alcalde de São Paulo, Fernando Haddad, alcanzó apenas el 29.28% de los sufragios por el PT[iii]. Una abrumadora brecha del 17% que, sin embargo, obliga a que ambos candidatos participen en una segunda vuelta programada para el próximo 28 de octubre. Por su parte, el gobierno de Temer fue derrotado en las urnas, ya que ninguno de sus 11 ministros postulados en la elección fue elegido.
A las elecciones del pasado 6 de octubre fueron convocados más de 147 millones de ciudadanos brasileiros a las urnas. Aunque la participación alcanzó casi un 79% de la población registrada, el porcentaje de abstención toma un peso importante para la segunda vuelta. El 20.3% de abstenciones equivalen a casi 30 millones de electores. Y sumado al 2.65% de votos en blanco y el 6.14% de los votos en blanco, alcanzan una proporción que podría ser la llave maestra para Haddad en la segunda vuelta. O, en su defecto, la derrota más contundente que haya sufrido el PT en la última década y media.
Cabe considerar, por otro lado, la posición del electorado que se inclinó por los dos candidatos más votados en la elección del pasado domingo: Ciro Gomes del Partido Democrático Laborista (PDT), quien obtuvo el 12.4%, y Gerardo Alckmin, del Partido de la Sociademocracia de Brasil (PSDB), que alcanzó un 4.76%. De orientarse por Haddad, podría inclinarse la balanza en favor del PT. No obstante, cabe reconocer que contra el optimismo de la “izquierda petista” -y el importante llamado a preservar un orden democrático de tolerancia y respeto mínimo para una golpeada cultura democrática-, en los últimos 30 años de elecciones en Brasil, el candidato que llegó al balotaje (segunda vuelta) con más votos, siempre terminó siendo electo.
Otra cara de los comicios se refleja en la geografía electoral. Los votos entregados al PSL de Bolsono, recorren los estados del sur, centro y norte, con particular apoyo en zonas dedicadas al monocultivo de soja como el estado de Mato Grosso y Rondonia; así como en los estados de Río de Janeiro y São Paulo, y buena parte de Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul. Mientras que parte de la región del norte y nordeste, desde el estado de Bahía hasta Amapá siguen siendo bastión del PT, que junto con el estado de Amazonas, otorgaron la mayoría de sus votos a Haddad. Una excepción es el caso de Ceará, bastión del PDT, del que obtuvo la tercera posición Ciro Gomes.
Símbolos y nombres: dos candidatos antagónicos…
Las expresiones del ascenso de un anómalo populismo de extrema derecha que ha devenido en poder político-electoral en Brasil son espeluznantes. El ex militar, Jair Bolsonaro, no sólo ha construido su imagen pública como político por su explícito apoyo al régimen militar impuesto en Brasil, tras el golpe de Estado al gobierno democrático de João Goulart en 1964. También se ha sostenido de un discurso homofóbico, racista y protomilitar. Defiende la portación de armas, la pena de muerte y la cancelación de los programas sociales heredados por el PT. Se ha reapropiado de un anacrónico eslogan de lucha anticomunista, y ha instado a la penalización del histórico Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST).
Pablo Gentili atina en señalar que la posibilidad de que una figura como Bolsonaro gobierne Brasil no es la causa de una democracia que agoniza, sino su consecuencia: “en política no hay espacios vacíos. Y cuando los demócratas dejamos espacios vacíos, los ocupan los mercaderes de la fe, como las iglesias evangélicas pentecostales, los que trafican con la muerte, los profetas del odio, los fabricantes del miedo y de la desesperanza. Fueron esas ausencias y esas presencias las que parieron no uno, sino miles y miles de bolsonaros”[iv].
Cabe recordar que al votar en favor de la destitución de Dilma Roussef, Bolsonaro dedicó su decisión a la memoria de quien se encargó del principal centro clandestino de detención y tortura durante la dictadura militar: Carlos Alberto Brilhante Ustra, de quien fue víctima la ex ex presidenta cuando tenía 19 años. El éxito electoral de Bolsonaro responde al desencanto de las clases medias por los escándalos de corrupción y la operación Lava Jato, que ha puesto en el ojo del huracán a la cúpula dirigente del PT –incluyendo al mismo Temer. Así como a la posición de sectores conservadores moderados –incluyendo sectores universitarios de las grandes ciudades-, cuadros religiosos y los cuadros más reaccionaros de la sociedad brasileira, que han esperado la caída del gobierno petista tras 13 años de gobierno popular. Cuenta además con el apoyo del sector financiero nacional e internacional, la vinculación con el gobierno de Trump y el complejo militar industrial estadounidense, así como con los corporativos mediáticos que han sido un enclave de oposición permanente del PT.
Por su parte, Fernando Haddad enfrenta estrechos horizontes para lograr revertir la tendencia electoral en dos semanas. Lo que le obliga a reformular su discurso y estrategia. Los principios rectores del PT no son eficaces y requiere inclinarse sobre la idea de un gobierno de coalición, ya que no bastan los votos de los bastiones orgánicos del PT[v]. Esta estrategia incluye movilizar al espectro de la población que no asistió a votar y ampliar su apoyo en los sectores más reacios a las políticas sociales re-distributivas, pro-extractivos e impulsores del monocultivo masivo, así como de la liberalización de la economía.
Por un lado, un grueso de la población nacional ha votado por el retorno de la derecha. Por otro lado, el mapa electoral revela dos visiones de país enfrentadas históricamente, estructural e ideológicamente que reavivan una latente lucha de clases. Y aunque en general, la sociedad brasileira dice defender la democracia frente a los regímenes dictatoriales, hoy en Brasil el significado de aquel régimen de gobierno es ambiguo: ¿la defensa de las urnas, un proyecto de inclusión social…? ¿Incluso el derecho a portar armas para castigar por mano propia a todo “criminal”, bajo el principio de talión?.
Un país históricamente polarizado enfrenta, en esta coyuntura, una agudización regresiva de todas las reformas sociales implementadas por el PT y una política agresiva contra el poder territorial campesino y popular del Brasil. Así como contra los sectores progresistas: el movimiento LGTB y feminista, el movimiento de los sin techo, las organizaciones ambientalistas contra el mono-cultivo y el extractivismo, el poderoso Movimiento de Trabajadores Sin Tierra.
En todo caso, los llamados a cerrar filas contra la instalación formal de un proyecto de gobierno que presume la entrega de la seguridad pública a las fuerzas armadas, que promueve el racismo y la homofobia, sitúa al fenómeno político brasileño en una dimensión regional y continental de gran peso que ha provocado la manifestación de voces intelectuales, artísticas y populares de América Latina y de diversas partes del mundo. Así lo expresa el reciente llamado del catalán, Manuel Castells, quien en una carta abierta a intelectuales del mundo comprometidos con la democracia los exhortó a hacer pública “y en términos personales su petición para una activa participación en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales […] y nuestro apoyo a un voto contra Bolsonaro, argumentándolo según lo que cada uno piense, y difundiendo su carta por sus canales personales, redes sociales, medios de comunicación, contactos políticos y cualquier formato que difunda nuestra protesta contra la elección del fascismo en Brasil”[vi]
La posibilidad de que un gobierno progresista recupere las sendas de la política del gigante sudamericano parecen desvanecerse, pero aún queda esperar. Es tiempo para la política y el sendero de la incertidumbre alimenta posibilidades. La memoria histórica latinoamericana y mundial, hacen constar por qué el fascismo no debería tener lugar en Nuestra América Abya/Yala.
[i] Investigador en el Observatorio de las democracias: sur de México y Centroamérica (ODEMCA), del Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica.
[ii] Cantautor brasileño, quien a través de sus letras presentó una férrea resistencia a la dictadura militar instalada en Brasil en el año de 1964. Traducción: “…cómo va a silenciar / nuestro coro al cantarle /bien de frente/ a pesar de usted/mañana ha de ser otro día…”.
[iii] Resultados oficiales según el Tribunal Electoral de Brasil, 2018.
[iv] Pablo Gentili: Brasil en el abismo del fascismo. El gobierno del miedo. Periódico El País (08.10.2018).
[v] Frei Betto: Balanço das eleições no Brasil. Diario Correo Cidadania (09.10.18).
[vi] Manuel Castells: Fascismo en Brasil: la carta abierta de Manuel Castells a Bolsonaro, Revista Arcadia (08.10.2018).
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