50 años
A Jorge y Miguel Ángel
escuchando Almost cut my hairde Crosby, Still, Nash and Young
El 2 de octubre es la fecha juvenil por excelencia, la conmemoración que cruza generaciones. Todo estudiante sabe que no hay que olvidarla y forma parte de la conciencia de cambio de cualquier educando, en el deber ser de su formación. Es una fecha local por todo lo que pasó en Tlatelolco, pero alrededor del mundo tiene un gran impacto por saberse un parteaguas social y cultural transformando nuestra visión de las cosas.
A lo largo de la historia, ningún grupo social ha tenido tanta fuerza como la juventud. Nadie ha escrito muchas veces el desarrollo de los acontecimientos sociales, ni nadie ha hecho tanto por que las cosas se desarrollen mejor. La fuerza, esa misma que le han negado constante y metódicamente, ha hecho de los/as jóvenes todo un pensamiento generacional, avasallador y cualitativamente superior a las ganas de hacerla invisible.
No es que los propios jóvenes hayan sido conscientes de ello, de hecho si ha habido un grupo, colectivo social, mas satanizado que nadie han sido ellos. Antes del 68 la juventud como tal no existía, de ahí su importancia y trascendencia; hace 50 años irrumpieron en la escena mundial como tales, como una cultura propia que demostraba de una vez por todas, que el mundo no era más redondo sin ellos. Simbólicamente, en el 68 el mundo se vio robustecido por la emergencia de un actor nuevo, el joven, y sobre todo el estudiante.
En muchas partes del orbe, este nuevo colectivo hizo suyas las calle y blandieron estandartes de libertad en un mundo que apenas 25 años antes llevó a la muerte a millones de jóvenes en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Esta lógica dice que la irrupción de la juventud en los escenarios sociales fue un grito revelador de protesta contra todo, contra ese “sistema” que ha hecho de la población juvenil carne de cañón de los belicismos, también del desempleo, de la falta de oportunidades, de la desesperanza, no solo en México sino a lo largo y ancho del mundo.
El 68 marcó la inflexión de un antes y después en el desarrollo de los movimientos sociales, y solamente en México se reprimió el movimiento sofocándolo a sangre y fuego en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Únicamente en este país.
El 68 también trajo consigo la revolución, “y nosotros que la amamos tanto” hicimos suyas las consignas, a nuestro modo, alrededor de nuestras más secretas esperanzas cotidianas, pero arrogadas de una emotividad solo comparable con la ingenuidad con que imaginábamos los cambios. Muchos jóvenes, hombres y mujeres, los mejores del continente, quedaron en las selvas en busca de ese sueño. También por ellos la fecha abona cincuenta años de entrega y resistencia a todo límite.
En nuestro país esta fecha hoy cobra especial sentido, es como si de pronto descubriéramos que, a cincuenta años, el círculo de espera se cerrara y después de tanto tiempo, tanta penuria y tantos obstáculos por abrir los cauces democráticos y de libertad, esta generación gobernará la nación. Más que un alegoría, es una reflexión constante de la forma en que los sucesos se presentan, e invita a pensar que todo cambio conlleva una cuota de drama en las metas alcanzadas, pero también en los futuros a vislumbrar. Los que nunca acaban, los imperecederos, los mismos que nos traen de vuelta a las dialécticas profundas de nuestras vidas.
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